Como si tuviese sobre la cabeza una espada de Damocles con cronómetro incorporado, yo sentía que cada hora que transcurría sin dinámica de parto era un paso más hacia el hospital... Y ya sabía lo que pasaba en los hospitales, así que os figuraréis que tenía tantas ganas de ir allí como de meterme palillos debajo de las uñas (aunque no dudo de que habría sido recibida como una diva se merece y de que el jefe de servicio se habría congratulado de atender mi parto y rápidamente se habría puesto guapo para la ocasión, al tiempo que preparaban mi suite y reservaban cinco habitaciones para mí y mi séquito... No en balde, al plan de parto que tuve a bien enviar en verano adjunté una segunda hoja en la que detallaba mis exigencias de superstar para que todo estuviese a mi gusto en el improbable caso de traslado: tubos decorados con purpurina dorada para la vía, sábanas de algodón egipcio, doscientas botellas de agua Evian fresca -que no fría, por favor-, una cesta de frutas tropicales y otra de naranjas valencianas, moqueta verde hierba, cortinas de lino y un masajista oriental parecido a Bruce Lee).
Intenté distraerme hasta que llegase la comadrona, ultimando detalles: recogí un poco la casa, me di una larga ducha relajante, jugué con Jorge para apurar nuestros momentos postreros y pedí a Lord Muchomacho que me achuchase en los ratitos sueltos... Y mi útero, entretanto, con menos actividad que el cerebro de Víctor Sandoval. Pues qué alegría. Maldije mentalmente aquellas contracciones cochinas que habían venido antes de tiempo todas las noches anteriores, obviando el hecho de que para algo habrían servido, según todos me decían... Sí, para hacerme ilusiones cada noche y poco más, pensaba yo.
La comadrona, Anabel, llegó, aportándonos ese extra de serenidad que yo empezaba a necesitar más que unos taconazos rojos en el armario, y me palpó la barriga con sabiduría y las manos calentitas.
- Bueno, U-6 ya está bajando. A este lo parirás por la vagina- aseveró, sonriente y sin inmutarse-. Te voy a dejar este aceite de masaje por si te apetece dártelo por la tripa. Haz vida normal y yo vengo a verte a las diez, a menos que me llames antes. Pasea, distráete, lo que te apetezca.
Decidimos ir a visitar a la madre de Lord Muchomacho, pero sin contarle las novedades. Ella, como algunos ya sabéis, atraviesa un delicado momento de salud y no era mi intención alterarla con la inminente llegada de su segundo nieto, sino, muy al contrario, quedarnos tranquilos nosotros asegurándonos de que ella estaba bien. Después, nos pasamos por el trabajo y comprobamos que allí también seguía todo en orden. Ya podíamos volver a casa y encerrarnos bajo siete llaves, seguros de que ningún imprevisto inoportuno perturbaría nuestro retiro mamífero.
Comimos. Yo seguía entera como una manzana y algo rebotada contra el mundo, ¿qué era eso? ¿Sería posible que, después de llegar tan lejos, de pelearme contra todo y contra todos, de luchar junto a U-6 por un embarazo que juzgaban inviable, ahora acabase en el hospital por falta de progresión? No era justo... Ya había pasado por una cesárea innecesaria y ahora me iba a tocar de nuevo... Uf... Necesitaba huir de mí misma un rato, mi mente estaba empezando a jugarme malas pasadas. Sin duda, mi única neurona había decidido vengarse del sobreesfuerzo al que la había sometido leyendo a Saramago en versión original (pedante que es una) y había escogido el mejor momento.
- Échate un rato, nena, descansa... Seguro que te va a venir bien- Lord Muchomacho, como siempre, tenía razón.
Pensé, mientras me deslizaba entre las sábanas, que, tanto si las cosas salían "bien" como si no, en cuestión de horas, a lo sumo un par de días, tendría en brazos a mi pequeño U-6 y no pude evitar acordarme de las chicas de Apoyo Cesáreas, que tanto me habían ayudado desde que las encontré, al poco de nacer O.G. Pensé, especialmente, en mis predecesoras, varias de las cuales habían pasado por su segunda cesárea mientras yo estaba embarazada y, cursi de mí, me dije "cuando empiece con contracciones, dedicaré una a cada una de ellas. Voy a hacer lista para no olvidarme de ninguna". Y oye, mano de santo, me quedé dormida como un lirón... Y que nadie lo interprete como que Lady Vaga llama "borreguitas" a las maravillosas e inspiradoras mujeres de Apoyo Cesáreas porque no es así, josmíos, no. Es más, os adelanto ya que, cuando por fin comenzó a animarse la cosa, no me acordé de ninguna... Necesitaba toda mi (escasa) capacidad de concentración para mí, qué queréis que os diga.
Creo, y esto lo digo ahora con la mínima claridad mental que dan la distancia y el descenso de hormonas en sangre, que fue providencial para mí asumir que quizá las cosas no saldrían como esperaba y que era posible que mi cuerpo fuese por libre en esta ocasión: en cierto sentido, lo viví como una presión adicional, pero a la vez también fue liberador. Me sentí tan al borde de mí misma que, de alguna manera, me relajé. Mi catarsis comenzaba, yo era la heroína de acción, aunque no pensaba morrearme con ninguna maciza al final de la noche; si acaso, con Lady Rabbit, que iba a venir a casa por la tarde.
Y a las seis de la tarde, desperté, dolorida y sudando, porque no conseguía encontrar una postura en la que notase alivio para mis contracciones. ¿Eh? ¿He dicho contracciones? Tardé unos segundos en entender lo que estaba pasando, pero cuando lo procesé no pude esconder mi alegría, ¡estaba de parto! ¡Estaba MÁS de parto que cuando nació O.G., porque me dolía MÁS!
- Cariño- anuncié a mi amado Lord Muchomacho, apoyada en el quicio de la puerta cual Mae West rediviva, luciendo mi barrigota apenas cubierta por mi camiseta de tirantes y mis shorts de Snoopy-, ahora sí... ¡Me duele!
Mi hombre, siempre deseoso de ayudar, se puso a mi disposición para facilitarme las horas que vendrían y yo le pedí que me dejase sola, así que vistió a O.G. (que recibió muchos besitos por parte de su repentinamente nostálgica mamá) y se lo llevó a hacer unas compras de última hora.
Sola en mi guarida, abrí el grifo de la ducha, me desnudé y encendí el iPad para escuchar la canción que me había inspirado las últimas semanas; no hace falta que os diga cuál es porque vosotros, queridas y queridos, ya lo sabéis, y si no lo sabéis lo leéis aquí y listos. Metida en la ducha, haciendo mimitos acuáticos a mi barrigón por última vez, estaba tan feliz que tenía ganas de bailar y de cantar. Lo primero, dado mi volumen, era difícil; lo segundo sí era factible, a despecho de mis sufridos vecinos, que aún no sabían que aquello era un mero avance de lo que se les vendría encima en pocas horas.
Salí, me sequé, me puse mi camiseta de fantasmas de comecocos (que se puede ser diva y un poquito friky a la vez) y unos shorts y me metí un ratito en Internet para distraerme. En aquellos momentos, encontraba la mayor comodidad sentada a horcajadas en una silla del comedor y además así podía teclear sin problemas. Cotilleé las visitas del blog, el féisbuc y el tuíter y le hice una pequeña limpieza al escritorio... Cuando llegaron Lord Muchomacho y O.G. me encontraron, según mi señor esposo, metida en mi mundo, aunque todavía conectada a Internet.
Las contracciones avanzaban y me llevaban con ellas, iban cambiando y arrastrándome dentro de mí misma. Descubrí que estaba mucho mejor arrodillada en el suelo, con el pecho y la cabeza apoyados en el sofá que me había visto reposar durante tantos meses, así que nada, mirando a la Meca y haciendo "ooooooooh" con cada contracción... Ahí recuerdo que pensé "anda, que como me viesen los vecinos, con el culo en pompa y haciendo ruiditos...."
Y no pensé ya mucho más hasta que llegó nuestra querida Lady Rabbit dispuesta a ayudar; traía un monísimo saquito de semillas que ella misma me había cosido para la ocasión y que, a falta de huesos de cereza (pues ya no era temporada), había rellenado con alubias y garbanzos, creo... Legumbres sencillas y humildes que tuvieron el honor de acompañar el nacimiento de U-6 y de convertirse sin duda en un inesperado cocido, pues donde más alivio me proporcionaba era justo sobre el hueso púbico. Hablo desde la suposición, por supuesto: aquel saquito desapareció en la limpieza que el señor Lobo, digo Paca, realizó tras el parto, así que me imagino que estaba bastante perjudicado y murió en acto de servicio (el saquito, digo, no Paca), cual amigo del héroe sacrificado por la causa en las películas de acción.
Lady Rabbit, al ver que las contracciones continuaban subiendo en intensidad y mis rodillas comenzaban a estar más perjudicadas que las de una aspirante a actriz porno, me preguntó si me apetecía usar la pelota y yo dije que bueno. Nos trasladamos al distribuidor, el espacio más pequeño de la casa, como días antes había sugerido Paca, y me senté sobre la pelota para intentar aliviar el dolor. Con cada contracción, me agarraba al fular, colgado de la puerta, y hacía ruidos que yo recuerdo horrísonos, pero que Muchomacho y Rabbit dicen que no eran para tanto. O.G. iba y venía, dividido entre dos interesantes entretenimientos: uno, su madre poniendo caras raras y gruñendo como un troll; otro, Dora la Exploradora. Ya os imagináis que Dora me ganaba por goleada en el Interesómetro de mi hijo, así que por el momento O.G. no entraba en mis preocupaciones. De una extraña manera, yo disfrutaba del silencio de mis acompañantes (aunque me consta, pues así lo han confesado, que en ciertos momentos se miraban y se descojonaban vivos, aún no sé muy bien de qué) y de la sensación de relajación extrema que me invadía al término de cada contracción.
Al poco, llegó María, una joven comadrona que se está formando para atender partos en casa y que había pedido estar presente en el nuestro. Estoy segura de que se convertirá, pues ya apunta maneras, en una excelente profesional que acompañará a muchísimas mujeres en esa transición que es el parto y quiero, desde aquí, animarla a continuar su camino sin perder ese talante agradable y humilde que la caracteriza.
A partir de aquí ya me bailan muchos recuerdos, pero me suena que llegó Anabel y me dijo que cuando yo quisiera me exploraría, que iba a preparar todo en el salón. Creo que fue entonces cuando fui a sacar la maleta que las comadronas, organizadas y previsoras como a su profesión corresponde, habían dejado en nuestra casa unas semanas antes. Os sugiero que retengáis en vuestra memoria esta imagen sublime, pues no volveré a relatarlo: la siguiente contracción me sorprendió abriendo el armario de la entrada para coger la maleta y no se me ocurrió nada más que meter la cabeza entre los abrigos para apoyarme en la cajonera, dejando a María perpleja y supongo que preguntándose si haría falta un psiquiatra para terminar de atender mi parto. Lord Muchomacho, que pasaba por allí (no sé qué estaría haciendo, pero algo útil seguro), no tuvo otra ocurrencia que preguntarme qué hacía yo con medio cuerpo metido en el armario:
- ¿Tú qué creeeeeeeeEEEeEeEs? ¡ContraccióOoOOon!
Finalmente, conseguí llegar al sofá para que Anabel me explorase. Queridas y queridos, os diré que la diferencia es abismal cuando te explora una comadreja apodada "la Ferrari" (no es mía tan ingeniosa alcuña, ya me gustaría) a la que le da igual meter los dedos en una vagina o en un enchufe (yo también voto por enchufe, sí, y con los dedos mojados a ser posible) y cuando te explora una persona empática, profesional y que sabe hacer las cosas. Eso sí, aunque el tacto no me dolió lo más mínimo, en mitad del mismo me sobrevino una contracción que no había manera de pasar tumbada y que me hizo pensar que sería maravilloso tirarme del sofá al suelo, lo cual creo recordar que incluso intenté, al menos en mi mente.
No pregunté de cuánto estaba, porque si llego a recibir como respuesta "de dos centímetros" o algo similar, se habría hecho realidad esa leyenda urbana que dice que en los partos en casa hace falta una ambulancia en la puerta, pues me habría dado un infarto de la impresión. Pero a vosotros, queridas y queridos, sí os lo voy a decir: estaba de seis centímetros, ¡ole!
Con el trasero al aire, cual Charlize Theron en el anuncio de perfume, y contoneándome con toda la gracia que las contracciones y mi recién desplazado centro de gravedad me imprimían, me dirigí hacia el dormitorio, donde volví a la cuadrupedia para seguir pasando "los dolores" a oscuras, acompañada solo por Lady Rabbit y por un itinerante Muchomacho, dividido, como no, entre O.G. y su parienta parturienta.
El dolor continuaba intensificándose, pero aún era posible acompañarlo, sobre todo si aprovechaba para maldecir en arameo. Por lo que recuerdo, en el punto más alto de la ola me alzaba sobre mis brazos y daba alaridos; entre una y otra, me relajaba hasta casi adormecerme (deseo que expresé varias veces, al igual que en mi primer parto, y que da idea de lo flojas que llegamos a ser las divas: "quiero dormir, tengo sueño..."; por eso nos dedicamos al dolce far niente y no a descargar camiones de fruta en Mercamadrid); acompañaba las contracciones de algún tipo de expresión oral seleccionado entre los siguientes:
- Alarido horrible despierta-vecinos.
- Maldición gitana: "hija de puta, cómo duele, qué hija de puta".
- Esperanza efímera: "va a pasar, va a pasar, ya queda una menos".
- Llamada por megafonía: "U-6, ven ya, cariño, mamá quiere verte".
- Rabbit, que me cago- afirmé yo, muy convencida, en un alarde de zafiedad que espero que sepáis perdonarme si alego que estaba de parto o que, como Christina Aguilera cuando se embutió en aquel horroroso mono de charol sintético, yo era "not myself" esa noche.
- ¿Quieres ir al baño?- algo así fue su solícita respuesta.
- Que no, que me cago, que tengo ganas de empujar- bueno, no sé si fui capaz de explicarme con esta claridad, pero algo así debí de decirle o ella es telépata, pues se alarmó y fue a avisar a Anabel, que estaba comiendo algo en la cocina. Ella también había notado que la cosa se animaba, porque el timbre y la intensidad de mis alaridos habían cambiado (yo, de hecho, recuerdo que a partir de ahí gritaba con todas mis fuerzas con cada contracción, aunque Muchomacho y Rabbit afirman muy convencidos que tanto ruido no hice, no sé si por ahorrarme el sonrojo cuando me cruzo con algún vecino desde entonces) y se dispuso a hacerme una segunda visita. Eran las once de la noche.
Ya os dije que mi comadrona tiene más recursos que los juzgados de Plaza de Castilla, así que, tras pedirme permiso, me exploró en la misma posición en que me encontraba y me pidió que empujase hacia su mano (no sé si para quitarme un reborde o qué, me lo han contado y no lo recuerdo), lo cual yo hice como si la vida me fuese en ello. Con su habitual tranquilidad, Anabel me explicó no sé qué acerca del expulsivo y me dijo que, si tenía ganas de empujar, lo hiciese a mi conveniencia. En aquel momento, entre neblinas, pensé: "sí, ya, expulsivo... Anda ya, si todavía es muy pronto... Lo dice para animarme".
Pero el hecho estaba ahí: tenía ganas de empujar, estaba completamente dilatada, había pasado de seis a diez en cuarenta minutos (aunque eso yo aún no lo sabía) y faltaba una hora para tener cara a cara a mi pequeño U-6.
Y ahora, no me matéis, queridos y queridas, pero esta tarde tengo un evento importantísimo y debo preparar todo lo que necesito llevar, así que os dejaré con la intriga del expulsivo (si es que os intriga) y el posparto inmediato hasta después del puente, si no saco un ratito antes.
He dicho. Voy a revolucionarme un poco por la casa.
Lady Vaga, la diva que divaga.