viernes, 16 de diciembre de 2011

Un premio más. ¡Gracias!

Andrea, de Bebebibobu, haciendo gala de su simpatía habitual, me manda flores. Y yo me alegro de que sean virtuales, porque entre el nacimiento de U-6 y mi cumpleaños, llevamos una temporada en casa que no dejamos de esquivar amarilis, lilliums y anthuriums varios. Eso sí, huele divinamente, todo hay que decirlo.

Pero, bueno, al grano, que me lío a divagar y esto es un descoco ya. Que se supone que este premio floral es para agradecer a los blogs de los que siempre se aprende algo y me vais a perdonar que de momento no lo reparta, porque no podría seleccionar solo diez blogs. Quien quiera aprender cosas nuevas, que me haga el favor de pasarse por la lista de blogs sita a vuestra derecha para encontrar ni uno ni diez, sino una "jartá" de blogs repletos de contenidos entretenidos y enriquecedores. ¿O esperábais menos del blogroll de toda una diva como mi menda?

Ahora, perdonad que os deje, pero no puedo entretenerme más en este momento. Estoy muy liada creando la página de vuestra diva preferida en Facebook.

Se despide y sigue picando piedra virtual,
Lady Vaga,
la diva que divaga.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Es que el cuento no os lo han contado bien...

Queridas, queridos, tengo un puñadito de historias que contaros, pero parece ser que la cantidad de entradas pendientes es inversamente proporcional al tiempo de que dispongo para plasmarlas en este rinconcito nuestro, así que así funcionamos, con cuentagotas y corriendo el riesgo de que os olvidéis de vuestra antaño adorada diva, hoy relegada al karinesco baúl de los recuerdos en compañía de los vaqueros que ya no os pasan de las rodillas y las hombreras que, aunque las cantantillas cutrongas de pedo-pop-rock digan lo contrario, jamás deben salir de allí salvo para ser quemadas en una pira de fuego purificador.

No obstante, os advierto de que mi cólera divina podría alcanzaros si tal osáseis, en forma de rayo horterizador (maldición maligna donde las haya, que os haría, en caso de merecerla, vestir con las susodichas hombreras, chándal con elásticos en los tobillos, zapatos con pompones y chaquetón de escái de la peor calidad, todo junto y combinado con un cardado setentero y calcetines de raquetitas) o, peor aún, de íncubo lujurioso con la cara de un jefe de servicio y el cuerpo de Falete. Yo voy avisando.

Vuelvo hoy, para vuestro placer, a contaros una breve fabulilla inspirada en uno de nuestros cuentos clásicos; sin embargo, no es esta una versión apta para niños y sí para adultos en cuyos cerebros resida el germen del sentido común. Descubriréis en ella el contexto y la ocasión en que Lady Vaga gustaría de apearse de los tacones y cubrir sus vertiginosas curvas con una cuadriculada camisa de leñador, complementada, claro está, con botarracas de goma, vaquero informe (sin-forma) y hacha tamaño familiar de las que pesan como un cargo de conciencia. Pues, aunque os pasme y temáis que a la ínclita Lady Vaga le haya dado por el travestismo, no es tal; es apenas un desahogo mental aún no realizado pero ya anotado en mi lista de tareas pendientes (junto a tropecientas entradas, nosécuántos agradecimientos de premios y varias otras cosas).

Supongo, queridas y queridos, que todos recordáis a la dulce Caperucita Roja, ingenua chavalita utilizada por nuestros padres y abuelos para enseñarnos que no hay que fiarse de desconocidos y, mucho menos, recibir en la cama si eres una respetable septuagenaria...

¿Veis? Esta se pone la caperuza porque en su bosque
hace un frío que te pelas viva. Las demás no tenéis excusa.
Miradla, queridas y queridos: es nuestra Capreñudita Roja, ataviada con su hermoso Pretty Pusher bermellón (lo de la capucha lo dejo para las chonis y para las que vivan en clima lluvioso o practiquen el jogging; en caso contrario, absténganse, damas que lo son) y recién fecundada por su marido/compañero/póngase aquí lo que corresponda. Radiante, acude a su mamá, aquí interpretada por su médico de cabecera, para notificarle la buena nueva, lo cual, no vaya ella a ser una loca de la vida que ha regado el test de embarazo con Moët & Chandon en vez de con pipises, el simpático galeno vestido de mamá de nuestra prota querrá confirmar con un análisis de sangre. Además, la remitirá al especialista oportuno, para que le haga un seguimiento del embarazo a lo largo del bosque, y la mandará a parir al hospital o casa de la abuelita, donde, le asegura, la esperan a ella y a su bebé un recibimiento lleno de amor y toda la serenidad que tan magno evento merece.

Así pues, alegremente va Capreñudita dando botes por el bosque, pero flojitos, que no conviene pasarse de atlética en su estado, portando su hermosa cestita de mimbre a modo de canastilla, rellena ya, por supuesto, de todo lo que necesitará para su estancia en la casa de la abuelita, léase: braguitas desechables de esas que nunca son de la talla adecuada, una docena de bodies y otros tantos peleles, camisitas de batista, pañales de dos tallas diferentes por si el bebé sale terciadito y por si no, cuatro arrullos, una toquilla, discos de lactancia a tutiplén, un CD de música relajante, un bolígrafo para firmar todos los CI que le presenten por delante, una cremita para los puntos y el cepillo iónico para estar mona cuando vengan las visitas, entre otras cosas.

No desconfía nuestra dulce heroína cuando el Ginelobo se le aparece, en mitad del camino, para decirle, con aviesa intención:

- Capreñudita, Capreñudita, ¿vas a casa de la abuelita?
-Sí, llevo mi canastilla llena de cosas divinas y mira qué mona voy con mi Pretty Pusher a juego con las uñas.
- Bueno, pues vente para tal día que tengo un hueco en la agenda y cuídate de no engordar más de nueve kilillos a lo largo del camino por el bosque, que luego os ponéis ceporras y no hay quien saque a los niños ni con agua caliente.
- Sí, señor Ginelobo, lo que usted diga.

Y Capreñudita continúa su camino, sin atreverse a pararse para comer una baya, no vaya a ser que se pase de peso, ni para hablar con otras Preñuditas que también van a ver a sus abuelitas, por si acaso le dicen algo que no le cuadre. A lo largo de su travesía, el Ginelobo la controla periódicamente, que no es cosa de que la señorita se equivoque de ruta y ose llegar tarde a la casa de la abuela.

El malvado Ginelobo, que no está dispuesto a que se le escape ni una sola Preñudita, se monta en su Lexus y tira por un atajo para llegar antes a casa de la abuelita. Allí, se encuentra a la abuelita-comadrona, que junto a la cama, espera tranquilamente a Capreñudita Roja, sin prisa ni temor alguno. Sin miramientos ni pudor, el Ginelobo agarra por las solapas de la batita guateada a la abuelita y la encierra en el armario de la colada, carcajeándose con recochineo:

- ¡Ja, ja, ja, ja! ¡El parto de Capreñudita lo atenderé yo, aunque sea un parto normal!
- Pero, doctor Ginelobo, somos las comadronas las responsables del parto normal...
- ¡No en mi servicio, ja, ja, ja...!

Cuando Capreñudita llega, en su inocencia, es incapaz de distinguir entre el Ginelobo y la abuelita, pues él ya se ha disfrazado oportunamente y sonríe con fingida dulzura, reclinado en la cama. Pero tampoco es tonta la chavala y, entornando los ojillos (pues ya se ha quitado las gafas, que le han dicho que no puede llevarlas en el hospital), comenta:

- Abuelita, abuelita, ¡qué varita más larga tienes!- absteneos aquí del chiste fácil, por Diox, que es un cuento sin maldad ni cosas verdes.
- Es para romperte la bolsa mejor...

- Abuelita, abuelita, ¡qué de tubos y cables raros tienes!
- Es para anestesiarte mejor...

No del todo satisfecha, Capreñudita aventura una última exclamación:
- Abuelita, abuelita, ¡qué tijeras más raras tienes!
- ¡Es para rajarte el periné mejor!

¡Y de un salto, el lobo se abalanza sobre Capreñudita Roja, que, demasiado prima para reaccionar, deja que la tumben en el potro y la espatarren a lo gallina de corral! ¡Ay, Capreñudita, es tarde para huir! ¡Te la ha colado el Ginelobo con el cuento del parto de baja intervención atendido por comadronas...! ¡Te va a poner fino el Pretty Pusher!

Pero... ¡No temas! ¡Aquí viene Lady Vaga, vestida de leñador, que, si bien no es el look que más la favorece, sí es el más adecuado para la ocasión! ¡Y no está sola! ¡La acompaña un ejército de comadronas silvestres -de esas que atienden en mitad del bosque a las locas hippies como ella misma- que, en un pis-pas, reducen al Ginelobo maloso, rescatan a la comadrona encerrada en el armario -los chistes fáciles los dejo a vuestro criterio- y bajan a nuestra Capreñudita del potro obstétrico para que pueda parir a su bola, como los cánones mandan!

Y Capreñudita parió, en la postura que quiso, a su rollo y en el tiempo que necesitó, con las analgesias que ella estimó oportunas, un precioso bebé sin episiotomías, puntos ni suturas varias.

Moraleja: Podemos parir. No te fíes de los Ginelobos y take it easy, baby.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Lady Vaga, modernista

Queridas y queridos, con motivo del nacimiento de U-6 y coincidiendo en su fecha de entrega casi con mi cumpleaños, la encantadora Ana, siempre simpática y atenta, me ha hecho llegar un regalo que me ha emocionado e inflado el ego a partes iguales. No me resisto a mostraros la preciosa ilustración estilo Art Noveau que me ha dedicado, a petición de su señora esposa, el genial Delliafonte, un artista con tanto talento en las yemas de los dedos que se le sale a chorros como a Spiderman las telarañas, oigan.

Diría que parezco casi virginal si no fuese porque no me creería ni mi madre, ¡ejem!

Bueno. Ya podéis dejar de babear, respirar hondo y postraros ante la gracia ilustradora del autor. ¿A que estoy monísima y el pobre Alphonse Mucha debe de estar dándose de tortas en su tumba al verse así superado en su terreno por un hombre del siglo XXI? Claro, es que a él le faltaban dos cosas: el genio creador de Delliafonte y una musa inspiradora de mi calibre... ¡Habría sido un combate desigual!

Ahora, os pongo los deberes: visitad todos en este mismo instante el blog de Delliafonte y deleitaos con sus creaciones, hacedle saber lo magnífico que es y, si os apetece disfrutar de su talento a diario, no dejéis de hacerle llegar vuestros encargos con motivo de estas fechas navideñas que se aproximan. Se me ocurre que a todas las madres recientes, por ejemplo, les gustará una tarjeta con una ilustración del estilo de la que aquí podéis contemplar, por ejemplo... Pero eso no es todo, ¡además se le da fenomenal dibujar súper héroes! ¡Ahí es nada!

Y no, ni voy a comisión ni me pagan nada por la "promoción", no hay oscuros intereses por mi parte. Simplemente, es hermoso ser agradecidos y reconocer el talento y el buen hacer ajenos, así que genuflexa me rindo ante el arte de Delliafonte y agradezco una vez más a Ana el detallazo, que, como se desprende de estas mis palabras, me ha encantado.

He dicho.
Lady Vaga,
la diva que divaga.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Lady Rabbit ha parido, ¡viva Lady Rabbit!

Queridas y queridos, hace hoy justo un mes que no escribía nada en el blog, pero he tenido (y tengo) asuntos familiares que resolver y que me mantienen alejada de mi musa inspiradora. No obstante, hoy quiero daros un notición que muchos de vosotros ya conoceréis, pero que me resisto a dejar de hacer constar en este rinconcito del glamour:

Lady Rabbit ha parido esta madrugada, a eso de las dos, a una preciosa nena en su casita, sin mayor incidente que la sorpresa de descubrir el sexo de la bebé, que era una incógnita mejor guardada que el diseño del traje de la novia en una boda de postín. Al final, la Rabbit no ha podido resistirse y le ha mirado la entrepierna a la garbancita, en vez de esperarse a que la naturaleza se lo desvelase dentro de X años, cuando le llegase la pubertad al fruto de las entrañas de tan ínclita activista. La curiosidad ha sido más fuerte que nuestra querida Rabbit.

Y con esta entrada sucinta, escueta y feliz, llegamos a las cien parrafadas mentales en el blog.

Por cierto, o suelto esto o no me quedo a gusto, perdonadme la ordinariez: ¡Jódete, jefe de servicio agorero! ¡Vete a pastar al monte con tus vaticinios de chichis explosivos, niños "desgraciaos" por la irresponsabilidad de sus madres y úteros troceados para chop-suey! ¡Que te den, viejo loco!

Y ahora sí, queridos, continúo con mis historietas familiares, pero prometo volver antes del final del año para daros alguna noticia interesante.

Besos llenos de oxitocina,
Lady Vaga.

sábado, 5 de noviembre de 2011

De bien nacida es ser agradecida: conociendo un poco más a la Vaga

Queridas y queridos, más vale tarde que nunca y yo podré ser una diva atareada donde las haya, pero lo que no soy es una grosera de esas que no agradecen los premios, así que voy a empezar a tachar cositas en mi lista de tareas pendientes poco a poco (y no os cuento las que se me han ido añadiendo porque ya es que me daría un síncope).

Hoy comienzo agradeciendo a la espectacular y siempre bien peinada NegraFlor, cuyos turbantes bonitos y bien puestos son la envidia de todas las Espeins, un premio que reconoce mi talento alegrando a los demás... Aish, si es que soy así de mona, ¿qué voy a hacerle?

Este premio lleva adjunto un cuestionario y, como hoy no estoy especialmente inspirada para la creación, dedicaré la entrada a responderlo. Pero no os acostumbréis, que las divas tenemos también que mantener el misterio y si nos liamos a contarlo todo, nos quedamos muy "desustanciás".


¿Por qué empezaste a escribir un blog?
Mi primer blog fue allá por MSN Spaces, hace seis años y medio, pero no contéis con localizarlo porque ya lo han eliminado por falta de actividad... Comencé con ello porque me apetecía compartir reflexiones y chorradas con mis amigos en un momento de mi vida en el que los grandes cambios llegaban todos juntos para ponerme patas arriba (que no patiabierta, ¿eh?). Después me animé con otro blog para practicar mi portugués al que llamé Vizinha Voyeur y que todavía podéis leer, si os apetece, aunque os digo desde ya que no tiene nada que ver con los temas que aquí tratamos. Y, finalmente, me convertí en Lady Vaga, como todos sabéis, para entretenerme durante el reposo que debí guardar durante tres meses mientras estaba embarazada del precioso U-6.

¿Qué sería lo que más alegría y emoción te causaría en la vida?
Tener el mayor vestidor de las Iurops y las Américas, así todo junto, y tenerlo además bien relleno de zapatos divinos, vestidos monísimos y sombreros espectaculares. Ah, y que todos fuesen de la talla 38 SIEMPRE.

¿Con qué sensación quedas cuando escribes comentarios en otros blogs?
Con la de haber aportado algo de glamour, estilo y sofisticación a las vidas de quienes tienen el honor de recibir un comentario mío. Yo soy así y así me queréis, lo sé.

¿Con qué sensación quedas cuando lees los comentarios que otra mamis o papis dejan en tu blog y por qué?
Pues me quedo muy a gustito, porque suelen ser educados, gentiles y al nivel de clase y buen tono que se espera en este humilde blog. Tanto en forma como contenido, son merecedores de mis besos, como les recuerdo en cada respuesta a sus comentarios.

Relata una anécdota que te emocionó hasta las lágrimas con tus hijos.
Lloré como una magdalena (eso sí, con máscara de pestañas waterproof, que una será sensible pero no deja de ser coquetuela) estando en el hospital en marzo, cuando O.G., después de cinco días sin querer acercárseme ni mamar (tengo la teoría de que la cama le daba miedo, porque era un mostrenco articulado al que me ataban varios cables y tubitos), se subió a mi cama, me abrazó, me dio besos, pidió y tomó tetita y se quedó junto a mí mientras le cantaba. Unos días después, se destetó y no ha vuelto a mamar, aunque a veces pide teta, da un lametón o un besito y dice "muuuíiicaa".


Relata una anécdota divertida y alegre con tus hijos.
Me quedo con la que ya os conté en la entrada anterior: el instante en que O.G. conoció a U-6 e hizo el inventario de piezas del nuevo bebé... Me reí muchísimo cuando nos dijo todo perplejo que el bebé no tenía brazos... Y cuando nos contó que tenía "muchos dedos" ya es que me partía...

Ahora, queridas y queridos, me perdonaréis por no extenderme más en las respuestas y por no entregar el premio a otras blogueras, pero no sé a quién seleccionar en este instante y, además, mi mayordomo acaba de anunciarme que la mesa está servida y me apetece ponerme ciega de gambas.

Se despide, dispuesta a subirse el ácido úrico,
Lady Vaga,
la diva que divaga.

jueves, 3 de noviembre de 2011

El nacimiento de U-6 (y III): Un último empujón

Qué gozada, queridas y queridos. Empujaba con cada contracción y al hacerlo notaba un inmenso alivio... ¡Estaba pariendo! ¡Estaba pariendo yo solita! Todavía me costaba creerlo, pero habíamos llegado hasta aquí y ya nos faltaba muy poco para vernos las caras...

Anabel y María estaban allí, en silencio, cuidándome sin hacer nada, sin invadirnos, sin molestarnos, preparadas para ayudar cuando fuese necesario. Lady Rabbit me daba masajes en los riñones, Lord Muchomacho iba y venía y O.G. hacía de comadroncita improvisada, pues al oírme gritar venía para preguntarme:

- Mamá, ¿tás ben?

- Síiii, hiijoooo, mamá está llamando al bebéeeeee- Lady Rabbit me había dado ese truquillo para que O.G. no se asustase con mis berridos de ultratumba y parecía estar funcionando, porque, lejos de alarmarse, me golpeaba la espalda con sus pequeños puñitos, como para ayudar a Rabbit con el masaje.

No sé en qué momento sonó el portero automático... Solo sé que exclamé "¡la policía!", segura de que algún vecino chafardero habría llamado a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, convencido, por mis horripilantes expresiones vocales, de que mi siempre ponderado Lord Muchomacho estaba probando en mi trasero todas las sartenes de la casa...

- Que no, que es Paca...

Paca llegó y creo que la olí entrar (sí, habéis leído bien, noté su presencia por la vía olfativa y para bien, que nadie se me alarme), pero no la vi... Me pasé casi todo el tiempo con los ojos cerrados, pero me parece que fue ella quien mojó una toalla para limpiarme el sudor de la frente (aunque entiendo vuestro natural pasmo, os tengo que sacar de vuestra ingenuidad: las divas también sudamos, si bien es cierto que en nuestro caso no segregamos agüilla con olor a cebolla recalentada como el común de los mortales, sino eau de parfum con aroma a jazmín... Como las Supernenas, estamos hechas solo de cosas bonitas, qué queréis), lo cual en aquel momento no le habría agradecido más si lo hubiese hecho con billetes de quinientos euros.

En un momento dado, me sugirieron que me echase de lado en la cama y, con las rodillas destrozadas como las tenía, me pareció la mejor idea del mundo...  Hasta que recordé que en esa misma postura me había tirado las dos horas de expulsivo en mi primer parto y me dio tan mal rollo como si hubiese visto a Belén Esteban leyendo... Entre empujón y empujón pregunté a Anabel si podía parar de empujar cuando me sintiese cansada, pensando en aquellas dos horas empujando en apnea y sin parar, por orden de mi estupenda carnicerita (que Dior tenga en su noria hasta que se maree y vomite la primera leche que mamó).

- Pues claro- la respuesta fue así de clara y sencilla, ¡qué fácil era todo! ¡Estaba pariendo y no necesitaba que nadie me diese órdenes, mi hijo iba a salir de mi cuerpo sin que nadie entrase a buscarlo!

Alguien me ayudaba, sujetándome la pierna para que yo estuviese cómoda, y yo no dejaba de pensar, con los ojos cerrados, que mi hijo iba a nacer en la misma cama en que fue engendrado, rodeado de su familia... ¡Y qué ganas de que saliese ya, por Dior bendito! ¡Cómo dolía! Y aun así, podía sobrellevarlo... De alguna manera, lo poco de racionalidad que me quedaba me hizo pensar que mi cuerpo no iba a generarme ningún dolor que yo no pudiese asumir y esa idea me animó a seguir empujando.

- Tócate, que está ahí la cabeza- no sé si esto me lo dijo Muchomacho o Anabel.

Extendí la mano y palpé algo suavecito, húmedo y caliente; en mi ofuscación hormonal, pensé que eran mis propios labios, hinchados y tumefactos, pero no podía ser, aquello tenía pelo y yo me había depilado diez días antes... ¿Sería verdad? ¡Ay, madre, que estaba pariendo! Por lo visto, eso se lo repetí a Paca del orden de veinte veces: "¡Paaaca, que estoy pariendoooo! ¡Paaca, que lo voy a parir yoooo!", ante lo cual me figuro que ella estaría tentada de responder "pues claro, bonita, nos ha jodido, no lo voy a parir yo". Anyway, queridas y queridos, independientemente de lo profundo y místico de la experiencia, tenía ya muchas ganas de que U-6 se presentase al mundo y pensando "este sale o no soy yo Lady Vaga", empujé con todas mis fuerzas... Y su cabecita continuó asomando, poco a poco, haciendo babear a Lady Rabbit y Lord Muchomacho, situados en primera fila para ver la eclosión.

- Cariño, ¡es alucinante!- dijo Muchomacho, extasiado ante el milagro de la vida que se abría paso por mi desnuda entrepierna en dirección a mis juanetes.

- ¡Pues coge la cámara y haz fotos, jodeeeeeeer!- grité yo, no por insultar, sino porque realmente me molestaba ser la única que se perdiese el gran momento cuando todo el trabajo lo estaba haciendo yo, ¿o había alguien más sudando por allí cerca?

Los ojos, la naricita, la boca... Anabel, rápida y discreta, pasó una gasita por los chorreantes orificios faciales del pequeño U-6, que había decidido escoger una pose a lo intelectual para conocernos y salió con la mano apoyada en la mejilla, como si fuese rehén de profundas reflexiones o estuviese hablando por el móvil. Para darle un poco más de emoción a su llegada, como si salir por la puerta (no tan) grande fuese poco, se esforzó en hacernos un quiebro de hombros a lo Shakira, sacando ambos a la vez como si estuviese intentando salir del metro de Tokio en hora punta... No contaba él, pequeño divo interesantón, con la diligente intervención de Anabel, que con una serie de toques perfectos y sutiles recolocó el hombro que no tenía que salir todavía para que, al siguiente empujón, acompañado de un grito gutural que jamás podría reconocer como mío si me lo hiciesen escuchar de nuevo y de la sensación de que me partía, el cuerpecito moreno, resbaladizo y caliente de mi bebé saliese casi disparado como un pequeño torpedo...

¡Ya estaba! ¡Y lo había parido yo! Me lo pusieron encima y, las fotos lo atestiguan, mi cara de pasmo no habría sido mayor si, en vez de un niño, de mi cuerpo hubiesen salido un pulpo, dos metros de pañuelos de seda como en los trucos de magia o todos los Globetrotters en camiseta imperio... La sensación de alivio era indescriptible, aunque las piernas me temblaban de dolor (había forzado las rodillas sin darme cuenta) y de frío... Por obra y gracia de Paca, empezaron a aparecer mantas sobre U-6 y sobre mí para mantenernos calentitos y nos quedamos esperando a que saliese la placenta. Me sentía incómoda, tenía muchas ganas de alumbrarla ya y descansar por fin; Anabel me dijo que empujase cuando sintiese ganas, después de comprobar que aún no se había desprendido, y U-6, mirándome con aquellos ojos rasgados maravillosos, comenzó a buscar mi pezón... Todo fluía, estábamos bien, tranquilos, a una sola fase de terminar...

O.G. había aparecido por allí al salir su hermano, para darle a Anabel un frasquito de aceite (no sé cómo se le ocurrió que podía hacernos falta, pero allí se presentó) y ahora miraba a su hermano con una sonrisa en la cara y dispuesto a hacer el inventario de piezas del bebé como Caperucita en casa de la abuelita:

- E bebé tene ojos... Tene pelo... Tene nanís... Tene boca... Tene oejas... ¡No tene brasos!

- ¿No?- abrimos un poquito la manta para que O.G. no se quedase con aquella duda existencial.

- E bebé tene brasos... Tene manos... ¡Muchos dedos!

Qué ganas de sacar la placenta... Empujé y salió un tremendo coágulo... Empujé de nuevo y, ¡zas!, tome usted mi placenta y échele un vistazo, que ahora sí que me he quedado más feliz que Jorge Javier hocicando en una pocilga... Estaba íntegra, una hermosa placenta bilobulada que había alimentado a U-6 durante cuarenta y una semanas, ¡casi nada! Ahora ya podía Lord Muchomacho cortar el cordón umbilical. Por cierto, maridos, no creáis que eso se corta limpiamente con un pase de cuchilla, no: es más duro y chungo de tajar que un calamar, así que no os extrañéis si no os sale a la primera... Este consejo es cortesía de mi cónyuge. Anabel ató el cordón de U-6 con un cordel y yo pensé "qué práctico, así no me clavaré la pinza como me pasaba con O.G."

En la anterior entrega de mi parto inalámbrico habréis leído que llamé a Paca "señor Lobo"; este pseudónimo le pega horrores, pues, como él, se encargó de eliminar todas las pruebas e indicios de que en esta casa había tenido lugar un parto (presumo que todos habéis visto Pulp Fiction, y si no es así, estáis tardando). Cuando quise darme cuenta, todo estaba recogido y ordenado y la eficacísima Paca me estaba ya ofreciendo un zumo de naranja y manzana con un trocito de placenta para recuperar fuerzas. Unos minutos antes, me había propuesto comer un cachito tal cual, pero aunque el sabor es completamente inocuo, no me gustó la sensación al masticarla y "se me hizo bola"...

Me quedé en la camita, descansando junto a mi bebé y sin terminar de creerme todavía lo que había sucedido, infinitamente agradecida a mi cuerpo por haber funcionado tan bien y prometiéndole mentalmente algo bien rico para la comida del día siguiente, hasta que Lord Muchomacho apareció con la caja de bombones (como buen gourmet, había tenido la precaución de sacarla del frigorífico un ratito antes, ¡qué chico tan previsor!) para tentarnos a modo de celebración... María se sentó con nosotros a ver la placenta y no le importó mancharse las manos de sangre para explicarnos sus diferentes partes... Esa chica será una gran comadrona, tiene todo lo necesario.

Anabel pesó a U-6: 3.550g, algo más que O.G. Al día siguiente le midió: 55cm, tres más que nuestro primogénito. Toma ya desproporción fetopélvica...

Y así fue como mi pequeño U-6 dio en las narices a todos los escépticos, agoreros y pajarracos que no daban un duro por él y nació en casa, en paz y armonía, sin cables ni máquinas que hacen "¡ping!", sin tijeras ni batas blancas por medio. Perdonad el poco orden de esta última parte del relato, pero es la que más me baila en la cabeza y no consigo dotarla de coherencia ni continuidad. Es lo que tienen las endorfinas...

Ahora, os dejo, que voy a disfrutar de mis retoños.

Lady Vaga,
la diva que divaga.

sábado, 29 de octubre de 2011

El nacimiento de U-6 (II): El parto inalámbrico

La mañana del día 23 me sorprendió sin novedad en el frente. Admito, queridas y queridos, que desperté malhumorada, pues había asumido que las contracciones sobrevendrían durante la noche y me sentó a cuerno quemado comprobar que no había sido así.

Como si tuviese sobre la cabeza una espada de Damocles con cronómetro incorporado, yo sentía que cada hora que transcurría sin dinámica de parto era un paso más hacia el hospital... Y ya sabía lo que pasaba en los hospitales, así que os figuraréis que tenía tantas ganas de ir allí como de meterme palillos debajo de las uñas (aunque no dudo de que habría sido recibida como una diva se merece y de que el jefe de servicio se habría congratulado de atender mi parto y rápidamente se habría puesto guapo para la ocasión, al tiempo que preparaban mi suite y reservaban cinco habitaciones para mí y mi séquito... No en balde, al plan de parto que tuve a bien enviar en verano adjunté una segunda hoja en la que detallaba mis exigencias de superstar para que todo estuviese a mi gusto en el improbable caso de traslado: tubos decorados con purpurina dorada para la vía, sábanas de algodón egipcio, doscientas botellas de agua Evian fresca -que no fría, por favor-, una cesta de frutas tropicales y otra de naranjas valencianas, moqueta verde hierba, cortinas de lino y un masajista oriental parecido a Bruce Lee).

Intenté distraerme hasta que llegase la comadrona, ultimando detalles: recogí un poco la casa, me di una larga ducha relajante, jugué con Jorge para apurar nuestros momentos postreros y pedí a Lord Muchomacho que me achuchase en los ratitos sueltos... Y mi útero, entretanto, con menos actividad que el cerebro de Víctor Sandoval. Pues qué alegría. Maldije mentalmente aquellas contracciones cochinas que habían venido antes de tiempo todas las noches anteriores, obviando el hecho de que para algo habrían servido, según todos me decían... Sí, para hacerme ilusiones cada noche y poco más, pensaba yo.

La comadrona, Anabel, llegó, aportándonos ese extra de serenidad que yo empezaba a necesitar más que unos taconazos rojos en el armario, y me palpó la barriga con sabiduría y las manos calentitas.

- Bueno, U-6 ya está bajando. A este lo parirás por la vagina- aseveró, sonriente y sin inmutarse-. Te voy a dejar este aceite de masaje por si te apetece dártelo por la tripa. Haz vida normal y yo vengo a verte a las diez, a menos que me llames antes. Pasea, distráete, lo que te apetezca.

Decidimos ir a visitar a la madre de Lord Muchomacho, pero sin contarle las novedades. Ella, como algunos ya sabéis, atraviesa un delicado momento de salud y no era mi intención alterarla con la inminente llegada de su segundo nieto, sino, muy al contrario, quedarnos tranquilos nosotros asegurándonos de que ella estaba bien. Después, nos pasamos por el trabajo y comprobamos que allí también seguía todo en orden. Ya podíamos volver a casa y encerrarnos bajo siete llaves, seguros de que ningún imprevisto inoportuno perturbaría nuestro retiro mamífero.

Comimos. Yo seguía entera como una manzana y algo rebotada contra el mundo, ¿qué era eso? ¿Sería posible que, después de llegar tan lejos, de pelearme contra todo y contra todos, de luchar junto a U-6 por un embarazo que juzgaban inviable, ahora acabase en el hospital por falta de progresión? No era justo... Ya había pasado por una cesárea innecesaria y ahora me iba a tocar de nuevo... Uf... Necesitaba huir de mí misma un rato, mi mente estaba empezando a jugarme malas pasadas. Sin duda, mi única neurona había decidido vengarse del sobreesfuerzo al que la había sometido leyendo a Saramago en versión original (pedante que es una) y había escogido el mejor momento.

- Échate un rato, nena, descansa... Seguro que te va a venir bien- Lord Muchomacho, como siempre, tenía razón.

Pensé, mientras me deslizaba entre las sábanas, que, tanto si las cosas salían "bien" como si no, en cuestión de horas, a lo sumo un par de días, tendría en brazos a mi pequeño U-6 y no pude evitar acordarme de las chicas de Apoyo Cesáreas, que tanto me habían ayudado desde que las encontré, al poco de nacer O.G. Pensé, especialmente, en mis predecesoras, varias de las cuales habían pasado por su segunda cesárea mientras yo estaba embarazada y, cursi de mí, me dije "cuando empiece con contracciones, dedicaré una a cada una de ellas. Voy a hacer lista para no olvidarme de ninguna". Y oye, mano de santo, me quedé dormida como un lirón... Y que nadie lo interprete como que Lady Vaga llama "borreguitas" a las maravillosas e inspiradoras mujeres de Apoyo Cesáreas porque no es así, josmíos, no. Es más, os adelanto ya que, cuando por fin comenzó a animarse la cosa, no me acordé de ninguna... Necesitaba toda mi (escasa) capacidad de concentración para mí, qué queréis que os diga.

Creo, y esto lo digo ahora con la mínima claridad mental que dan la distancia y el descenso de hormonas en sangre, que fue providencial para mí asumir que quizá las cosas no saldrían como esperaba y que era posible que mi cuerpo fuese por libre en esta ocasión: en cierto sentido, lo viví como una presión adicional, pero a la vez también fue liberador. Me sentí tan al borde de mí misma que, de alguna manera, me relajé. Mi catarsis comenzaba, yo era la heroína de acción, aunque no pensaba morrearme con ninguna maciza al final de la noche; si acaso, con Lady Rabbit, que iba a venir a casa por la tarde.

Y a las seis de la tarde, desperté, dolorida y sudando, porque no conseguía encontrar una postura en la que notase alivio para mis contracciones. ¿Eh? ¿He dicho contracciones? Tardé unos segundos en entender lo que estaba pasando, pero cuando lo procesé no pude esconder mi alegría, ¡estaba de parto! ¡Estaba MÁS de parto que cuando nació O.G., porque me dolía MÁS!

- Cariño- anuncié a mi amado Lord Muchomacho, apoyada en el quicio de la puerta cual Mae West rediviva, luciendo mi barrigota apenas cubierta por mi camiseta de tirantes y mis shorts de Snoopy-, ahora sí... ¡Me duele!

Mi hombre, siempre deseoso de ayudar, se puso a mi disposición para facilitarme las horas que vendrían y yo le pedí que me dejase sola, así que vistió a O.G. (que recibió muchos besitos por parte de su repentinamente nostálgica mamá) y se lo llevó a hacer unas compras de última hora.

Sola en mi guarida, abrí el grifo de la ducha, me desnudé y encendí el iPad para escuchar la canción que me había inspirado las últimas semanas; no hace falta que os diga cuál es porque vosotros, queridas y queridos, ya lo sabéis, y si no lo sabéis lo leéis aquí y listos. Metida en la ducha, haciendo mimitos acuáticos a mi barrigón por última vez, estaba tan feliz que tenía ganas de bailar y de cantar. Lo primero, dado mi volumen, era difícil; lo segundo sí era factible, a despecho de mis sufridos vecinos, que aún no sabían que aquello era un mero avance de lo que se les vendría encima en pocas horas.

Salí, me sequé, me puse mi camiseta de fantasmas de comecocos (que se puede ser diva y un poquito friky a la vez) y unos shorts y me metí un ratito en Internet para distraerme. En aquellos momentos, encontraba la mayor comodidad sentada a horcajadas en una silla del comedor y además así podía teclear sin problemas. Cotilleé las visitas del blog, el féisbuc y el tuíter y le hice una pequeña limpieza al escritorio... Cuando llegaron Lord Muchomacho y O.G. me encontraron, según mi señor esposo, metida en mi mundo, aunque todavía conectada a Internet.

Las contracciones avanzaban y me llevaban con ellas, iban cambiando y arrastrándome dentro de mí misma. Descubrí que estaba mucho mejor arrodillada en el suelo, con el pecho y la cabeza apoyados en el sofá que me había visto reposar durante tantos meses, así que nada, mirando a la Meca y haciendo "ooooooooh" con cada contracción... Ahí recuerdo que pensé "anda, que como me viesen los vecinos, con el culo en pompa y haciendo ruiditos...."

Y no pensé ya mucho más hasta que llegó nuestra querida Lady Rabbit dispuesta a ayudar; traía un monísimo saquito de semillas que ella misma me había cosido para la ocasión y que, a falta de huesos de cereza (pues ya no era temporada), había rellenado con alubias y garbanzos, creo... Legumbres sencillas y humildes que tuvieron el honor de acompañar el nacimiento de U-6 y de convertirse sin duda en un inesperado cocido, pues donde más alivio me proporcionaba era justo sobre el hueso púbico. Hablo desde la suposición, por supuesto: aquel saquito desapareció en la limpieza que el señor Lobo, digo Paca, realizó tras el parto, así que me imagino que estaba bastante perjudicado y murió en acto de servicio (el saquito, digo, no Paca), cual amigo del héroe sacrificado por la causa en las películas de acción.

Lady Rabbit, al ver que las contracciones continuaban subiendo en intensidad y mis rodillas comenzaban a estar más perjudicadas que las de una aspirante a actriz porno, me preguntó si me apetecía usar la pelota y yo dije que bueno. Nos trasladamos al distribuidor, el espacio más pequeño de la casa, como días antes había sugerido Paca, y me senté sobre la pelota para intentar aliviar el dolor. Con cada contracción, me agarraba al fular, colgado de la puerta, y hacía ruidos que yo recuerdo horrísonos, pero que Muchomacho y Rabbit dicen que no eran para tanto. O.G. iba y venía, dividido entre dos interesantes entretenimientos: uno, su madre poniendo caras raras y gruñendo como un troll; otro, Dora la Exploradora. Ya os imagináis que Dora me ganaba por goleada en el Interesómetro de mi hijo, así que por el momento O.G. no entraba en mis preocupaciones. De una extraña manera, yo disfrutaba del silencio de mis acompañantes (aunque me consta, pues así lo han confesado, que en ciertos momentos se miraban y se descojonaban vivos, aún no sé muy bien de qué) y de la sensación de relajación extrema que me invadía al término de cada contracción.

Al poco, llegó María, una joven comadrona que se está formando para atender partos en casa y que había pedido estar presente en el nuestro. Estoy segura de que se convertirá, pues ya apunta maneras, en una excelente profesional que acompañará a muchísimas mujeres en esa transición que es el parto y quiero, desde aquí, animarla a continuar su camino sin perder ese talante agradable y humilde que la caracteriza.

A partir de aquí ya me bailan muchos recuerdos, pero me suena que llegó Anabel y me dijo que cuando yo quisiera me exploraría, que iba a preparar todo en el salón. Creo que fue entonces cuando fui a sacar la maleta que las comadronas, organizadas y previsoras como a su profesión corresponde, habían dejado en nuestra casa unas semanas antes. Os sugiero que retengáis en vuestra memoria esta imagen sublime, pues no volveré a relatarlo: la siguiente contracción me sorprendió abriendo el armario de la entrada para coger la maleta y no se me ocurrió nada más que meter la cabeza entre los abrigos para apoyarme en la cajonera, dejando a María perpleja y supongo que preguntándose si haría falta un psiquiatra para terminar de atender mi parto. Lord Muchomacho, que pasaba por allí (no sé qué estaría haciendo, pero algo útil seguro), no tuvo otra ocurrencia que preguntarme qué hacía yo con medio cuerpo metido en el armario:

- ¿Tú qué creeeeeeeeEEEeEeEs? ¡ContraccióOoOOon!

Finalmente, conseguí llegar al sofá para que Anabel me explorase. Queridas y queridos, os diré que la diferencia es abismal cuando te explora una comadreja apodada "la Ferrari" (no es mía tan ingeniosa alcuña, ya me gustaría) a la que le da igual meter los dedos en una vagina o en un enchufe (yo también voto por enchufe, sí, y con los dedos mojados a ser posible) y cuando te explora una persona empática, profesional y que sabe hacer las cosas. Eso sí, aunque el tacto no me dolió lo más mínimo, en mitad del mismo me sobrevino una contracción que no había manera de pasar tumbada y que me hizo pensar que sería maravilloso tirarme del sofá al suelo, lo cual creo recordar que incluso intenté, al menos en mi mente.

No pregunté de cuánto estaba, porque si llego a recibir como respuesta "de dos centímetros" o algo similar, se habría hecho realidad esa leyenda urbana que dice que en los partos en casa hace falta una ambulancia en la puerta, pues me habría dado un infarto de la impresión. Pero a vosotros, queridas y queridos, sí os lo voy a decir: estaba de seis centímetros, ¡ole!

Con el trasero al aire, cual Charlize Theron en el anuncio de perfume, y contoneándome con toda la gracia que las contracciones y mi recién desplazado centro de gravedad me imprimían, me dirigí hacia el dormitorio, donde volví a la cuadrupedia para seguir pasando "los dolores" a oscuras, acompañada solo por Lady Rabbit y por un itinerante Muchomacho, dividido, como no, entre O.G. y su parienta parturienta.

El dolor continuaba intensificándose, pero aún era posible acompañarlo, sobre todo si aprovechaba para maldecir en arameo. Por lo que recuerdo, en el punto más alto de la ola me alzaba sobre mis brazos y daba alaridos; entre una y otra, me relajaba hasta casi adormecerme (deseo que expresé varias veces, al igual que en mi primer parto, y que da idea de lo flojas que llegamos a ser las divas: "quiero dormir, tengo sueño..."; por eso nos dedicamos al dolce far niente y no a descargar camiones de fruta en Mercamadrid); acompañaba las contracciones de algún tipo de expresión oral seleccionado entre los siguientes:
  • Alarido horrible despierta-vecinos.
  • Maldición gitana: "hija de puta, cómo duele, qué hija de puta".
  • Esperanza efímera: "va a pasar, va a pasar, ya queda una menos".
  • Llamada por megafonía: "U-6, ven ya, cariño, mamá quiere verte".
El pobre saquito de semillas ya estaba iniciando el proceso de rehidratación de su contenido con cristiana abnegación y Lady Rabbit me masajeaba los riñones con un tino absolutamente providencial, cuando de repente la sensación que me provocaban las contracciones cambió por completo:

- Rabbit, que me cago- afirmé yo, muy convencida, en un alarde de zafiedad que espero que sepáis perdonarme si alego que estaba de parto o que, como Christina Aguilera cuando se embutió en aquel horroroso mono de charol sintético, yo era "not myself" esa noche.

- ¿Quieres ir al baño?- algo así fue su solícita respuesta.

- Que no, que me cago, que tengo ganas de empujar- bueno, no sé si fui capaz de explicarme con esta claridad, pero algo así debí de decirle o ella es telépata, pues se alarmó y fue a avisar a Anabel, que estaba comiendo algo en la cocina. Ella también había notado que la cosa se animaba, porque el timbre y la intensidad de mis alaridos habían cambiado (yo, de hecho, recuerdo que a partir de ahí gritaba con todas mis fuerzas con cada contracción, aunque Muchomacho y Rabbit afirman muy convencidos que tanto ruido no hice, no sé si por ahorrarme el sonrojo cuando me cruzo con algún vecino desde entonces) y se dispuso a hacerme una segunda visita. Eran las once de la noche.

Ya os dije que mi comadrona tiene más recursos que los juzgados de Plaza de Castilla, así que, tras pedirme permiso, me exploró en la misma posición en que me encontraba y me pidió que empujase hacia su mano (no sé si para quitarme un reborde o qué, me lo han contado y no lo recuerdo), lo cual yo hice como si la vida me fuese en ello. Con su habitual tranquilidad, Anabel me explicó no sé qué acerca del expulsivo y me dijo que, si tenía ganas de empujar, lo hiciese a mi conveniencia. En aquel momento, entre neblinas, pensé: "sí, ya, expulsivo... Anda ya, si todavía es muy pronto... Lo dice para animarme".

Pero el hecho estaba ahí: tenía ganas de empujar, estaba completamente dilatada, había pasado de seis a diez en cuarenta minutos (aunque eso yo aún no lo sabía) y faltaba una hora para tener cara a cara a mi pequeño U-6.

Y ahora, no me matéis, queridos y queridas, pero esta tarde tengo un evento importantísimo y debo preparar todo lo que necesito llevar, así que os dejaré con la intriga del expulsivo (si es que os intriga) y el posparto inmediato hasta después del puente, si no saco un ratito antes.

He dicho. Voy a revolucionarme un poco por la casa.

Lady Vaga, la diva que divaga.
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