A raíz de un enriquecedor intercambio de ideas que ha surgido entre las socias de
El Parto es Nuestro acerca de la responsabilidad de las acciones realizadas en un parto, llevo, queridas y queridos, un ratín entregada a la reflexión, con toda la intensidad que mi neurona superviviente me permite entre sinapsis fallida y sinapsis fallida.
Los que me leéis con cierta asiduidad, además de optar a la beatificación cuando muráis, por la paciencia demostrada, sabéis ya que soy (aparte de un poco mosca cojonera cuando me provocan) una firme defensora de que la gente se informe y decida libremente, sobre todo de cara a un momento tan importante como es la llegada al mundo de un nuevo ser vivo, léase hijo. Sin embargo, a veces la búsqueda de información es difícil, azarosa, deprimente y muy cansada.
Y yo comienzo a preguntarme: ¿por qué narices tenemos que andar tanto camino? Cuando voy a ver a mi alergóloga, no tengo que ser yo quien le lleve los últimos estudios sobre alergias; ella me informa de si se está estudiando tal o cual teoría o de si las investigaciones van por este derrotero o este otro. Y si le pregunto por qué narices me da alergia todo lo que me entra por las ídem o si mi hijo heredará esta molesta característica, ella jamás se ofende, sino que dedica a responderme el tiempo necesario para que yo salga de allí con mis dudas resueltas y mi cerebro ocupado para una temporada.
Sin embargo, amiga, quédate embarazada y desconecta la maquinita de pensar... O resígnate a hacer el Camino de Santiago en busca de un trato respetuoso y acorde con las evidencias científicas más recientes. Y aquí viene mi cabreo: ¿por qué?
¿Es que los ginecólogos no se reciclan? ¿Es que no hay nadie que les pise un poco la cabeza cuando se pasan por sus redondas pelotas las recomendaciones de la SEGO, de la OMS o de su puñetera madre? ¿Dónde está el Tío la Vara cuando se le necesita para tundir bien tundidos a estos
rajachichisajenos?
No termino de entender que pedir información esté bien visto en todos los ámbitos salvo en éste. Conozco muchísimos profesionales (entre ellos, sanitarios,
of course) que, al ser preguntados, despliegan sus conocimientos "con gusto y alegría", como me dijo una gitana una vez (esa es otra historia, nos maldijimos mutuamente y todo), disfrutando de la ocasión de transmitir a otra persona que saben mucho sobre un tema y que se mantienen al día. Pero, curiosamente, con los ginecólogos no he tenido esa misma suerte.
Hace unos años me sometí a una exodoncia de cordales retenidos con anestesia general (vamos, que me saqué las muelas del juicio) y el cirujano que me la iba a practicar dedicó toda una visita a explicarme qué me iba a hacer, por dónde accedería, qué cortaría y cómo suturaría; además, repasó los riesgos (que luego su enfermera me leyó exhaustivamente durante cuarenta minutos dos días antes de la operación), me explicó la pauta de medicación posterior para evitar infecciónes y me contó otras cirugías similares que había realizado con anterioridad.
En cambio, cuando llegué al Hotel Espe y pregunté si el tacto que me querían hacer no aumentaba las probabilidades de infección en mi caso de presunta bolsa rota, la respuesta fue "si no quieres, no te exploro". Hombre, pues por querer, no es lo que más me apetece en este instante, preferiría estar en Canarias bebiéndome un zumito natural, pero agradecería que me explicase por qué cree que ese riesgo es mínimo o asumible en mi caso...
Está claro que quienes sufren las consecuencias de las acciones realizadas en un parto son la mujer y su hijo, sobre cuyos cuerpos "trabajan" estos profesionales. Por tanto,
somos las primeras interesadas en preguntar y aprender (contando, también, con el derecho a no querer saber, que me parece legítimo, pero no imponible a todas las mujeres por el artículo 33), lo cual hace que no entienda por qué algunos médicos nos escatiman la información, ya sea negándola directamente, ya sea distrayéndonos con evasivas.
Si no se nos informa, no podemos elegir; si no elegimos, no podemos ser plenamente responsables, pues no hemos decidido, sino que hemos acatado lo que otros han elegido por y para nosotras. Kant nos respalda, aunque él nunca se casó ni salió de su pueblo, queridas. Adultas como somos, ¿por qué se empeñan algunos en no dejarnos tomar decisiones informadas sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos? ¿Qué ganan con intentar mantenernos en esa falaz minoría de edad? ¿De dónde sacan que no hay tiempo -que la mayor parte de las veces lo hay, salvo casos puntuales- para informarnos o que no vamos a entender sus explicaciones?
En fin, queridas y queridos, que preguntar es sano y al que le pique, que se rasque (pero despacito, que la piel se irrita).
Me despido y me marcho a la piscina a remojarme con O. G.,
Lady Vaga.