Me quedan todavía, queridas y queridos, anécdotas e historietas sobre mi estancia en Hotel Espe, pero me gusta dosificarlas para no parecer un abuelo contando sus cosas de la guerra o nuestros padres con lo de la mili. Así de repente se me ocurre que tengo que contaros quién es la doctora Maja (maja y simpática como ella sola, un amor de señora), cómo fue mi última conversación con la Fistra o qué ocurrió cuando me negué a hacerme dos analíticas en un día y vino la doctora de guardia a "negociar".
Sin embargo, sé que a lo que a vosotros os interesa es el puro y duro despelleje, el rechinar de dientes hasta llegar al hueso y, si me apuráis, al tuétano de la cuestión, y por ello, voy a dedicar esta entrada a relatar el final (por ahora) de mi lucha con la doctora Fistra.
Sucedió el lunes, 28 de marzo. Pasé la noche anterior presa de la incertidumbre, di vueltas nerviosamente en la cama, dormité sin descansar y hasta estuve en un tris de morderme las uñas, lo cual conseguí evitar a fuerza de decirme a mí misma que lo que la Fistra tuviese planeado para mí no podía ser tan malo como para justificar que yo echase a perder una estupenda manicura. Es más, conversaba Lady Vaga con Lady Cagada (que era yo con mis miedos y mis historias), es que no tenía ni por qué aceptar ni acatar lo que ella dijese. Faltaría plus. Que era la médico, no mi Ama sadomaso (bien le habría gustado a ella).
Por la mañana, mi prima tenía previsto venir a visitarme y Lord Muchomacho y yo estuvimos bromeando con que a ver si se presentaba y ya no me encontraba en la habitación porque me habían dado el alta... ¡Incautos de nosotros! Pecábamos de inocentes y desmemoriados, pues la doctora Fistra tiene por costumbre hacer la ronda por las habitaciones a última hora, supongo que para jodernos la comida a las pacientes (perdón por la palabrota, pero en realidad es un eufemismo de todos los otros verbos que podría haber colocado en su lugar...) con sus gracietas desprovistas de todo chiste (salvo que vaticinar muertes pueda considerarse divertido en algún sitio, para mí ignoto).
En fin. Entre visita y visita de las agradables enfermeras (siempre os lo recuerdo, pero por si no os queda suficientemente claro, esto va sin sarcasmo), que aprovechaban para recordarme que igual ese mismo día me perdían de vista (
wishful thinking, me decía yo a mí misma), ecografía en el departamento de Alto Riesgo y la visita de mi prima, yo dediqué lo que sobró de la mañana a buscar mi traje de súper heroína, mi máscara y mis botas de taconazo con el loable objetivo de que mi previsible enfrentamiento con la doctora Fistra transmutada en declarada arpía terminase con un K.O. fulminante a mi favor. Aproveché para poner a prueba mis súper poderes (pestañas-crea-huracanes, patada voladora chucknorresca
free style y lengua VIPerina afilada al máximo, entre otros) y para retocarme el pelo cuando me dejaron levantarme para ir al baño. Mi corazón se aceleraba conforme se acercaba el gran momento, pues sabía que, como en Los Inmortales, sólo podía quedar una... Y tenía que ser yo, por mis ovarios que son pares.
Y llegó la doctora Fistra, creo recordar que acompañada, pero ese dato nimio ya me baila en la cabeza, por su joven acólita y esbirra en horas de trabajo, la simpar doctora Carapeta. Entró con soberbia (la Fistra, digo), marcando el paso y con mirada altanera, pero yo activé mi escudo protector a tiempo para repeler sus burdos ataques.
- Ya tenemos los resultados de la analítica de ayer, la PCR está mejor, ha bajado- en este punto nuestras miradas se cruzaron, el ambiente de la habitación se cuajó de electricidad estática, a la Carapeta se le pusieron tiesas las puntas del flequillo y la doctora, previendo mi optimismo, lanzó la andanada-. El jueves hacemos otra analítica y una ecografía a ver qué tal sigue todo y ya las iremos espaciando si todo va bien. Cada lunes le harán el seguimiento en Alto Riesgo.
- ¿Y el jueves me la hacen ya ambulatoria? ¿Me dan ya el alta?
- No, de alta nada todavía. Tiene usted que quedarse aquí más tiempo- implacable, la tía, oye.
- Pues el doctor que me vio ayer dijo que iba a proponer mi alta en la reunión de hoy...
- El doctor de ayer era un optimista- "¿era?" ¿Lo habrá liquidado? Imagino al pobre hombre atrapado en una dimensión extraña por darme buenas noticias y pienso que mi siguiente misión, tras salvaguardar la integridad física de Minimacho y la mía propia, es salvarle y devolverle a su hogar-. Tiene usted que quedarse más tiempo, porque aún no sabemos lo que tiene.
- Pero, doctora- intento agotar la vía diplomática-, si ya tengo la PCR bien y todos los demás indicativos de infección también están correctos, ya no estoy tomando antibiótico y el líquido amniótico sale perfecto en todas las ecografías, ¿qué le hace pensar que tengo algo?- la muy guarra no me lo dice abiertamente, pero sigue empeñada en que tengo una corioamnionitis. O eso o SIDA, porque me lo ha preguntado como tres veces y me lo ha mirado en dos analíticas. La verdad es que ninguna de las dos opciones me seduce ni un poco, prefiero estar sanita como siempre, pero gracias por preocuparse, doctora.
- Que la PCR salga bien no significa que no haya infección- toma ya, pero si sale mal sí la hay... Jódete y baila-. Dénos más tiempo para ver qué es lo que tiene, sea paciente- parece que ella también vuelve a la diplomacia-. No debe usted hacer planes para las próximas semanas.
- Doctora, tengo entendido que X, que llevaba aquí ingresada varias semanas, se ha marchado ya con el alta voluntaria, y su caso era más grave que el mío- la chica había perdido dos bebés, por lo visto, por el mismo problema, y en esta ocasión se tiró ingresada casi diez semanas sin poder levantarse siquiera para ir al baño o para que le cambiasen la cama. Finalmente, optó por alquilar una cama articulada y marcharse a su casa, pues tenía otros dos hijos a los que atender.
- De ninguna manera, su caso es más grave, puesto que ella rompió la bolsa de veintitrés semanas y usted lo ha hecho con catorce- bueno, vale, no lo hice adrede, no me pegue en el culito, doctora.
- Pero yo no he vuelto a perder líquido, no me encuentro mal ni...
- Mire, usted se tiene que quedar más tiempo y ya está. Lo que vamos a hacer es ir espaciando las pruebas y veremos qué tal sigue hasta que consideremos que se puede marchar. Ya le he dicho que no haga planes para las próximas semanas.
- ¿Semanas? Doctora, que yo tengo una vida fuera, tengo un hijo, un marido que atender, un trabajo y cosas de las que ocuparme... Al menos dígame cuánto tiempo más tengo que quedarme, según usted- hizo falta que insistiera tres o cuatro veces, la tía se escabullía como un zaroniano cabreado. ¿Mmmh? ¿No entendéis mi chiste friki? En ese caso, os exijo que leáis Pulp, de Charles Bukowski (mi escritor favorito, por cierto), o al menos la página 71 en
esta versión digital.
- Pues como poco, dos o tres semanas más. Sea usted paciente, la infección puede manifestarse en cualquier momento y es mejor que esté usted aquí cuando eso suceda- tanto optimismo me desarma y decido callarme, porque por mi mente pasan varias opciones, ninguna de las cuales es aceptable desde el punto de vista de la educación y el evitamiento de la confrontación física a muerte:
- a) Decir con voz terrible "Aquí se va a quedar su p*** madre, doctora Fistra, yo me piro".
- b) Hacer una cuerda atando las sábanas y huir por la ventana. Descartado, porque la ventana sólo se abre un poquito y no quiero espachurrar a Minimacho.
- c) ¡Patada voladora! Pero no, en un hospital tan grande y moderno seguro que hay maxilofaciales que le arreglan la quijada en un momento y así no tiene gracia.
Opto, pues, por el silencio, apoyada por un diálogo mudo y fugaz que mantengo con Lord Muchomacho en unas décimas de segundo, y la doctora Fistra se marcha con aire ganador. No bien sale por la puerta, Lord Muchomacho y yo nos miramos; él, con la ceja arqueada, yo con la mirada de mala leche que me sale en estas circunstancias.
- Alta voluntaria, nena, alta voluntaria.
- Amor, acabas de leerme el pensamiento.
Total, para estar allí pasando el rato sin moverme, sin hacerme pruebas ni tomar medicación, también puedo darme al Dolce Far Niente en casa... Y mi Lord se ahorra viajes, dormimos todos en nuestra cama y comemos comida casera, que ya está bien de tanto catering bienintencionado en el que todas las carnes saben a lo mismo.
Avisamos a la enfermera de que queremos pedir el alta voluntaria para que se lo comunique a la simpática doctora Fistra, con la esperanza de que se lo cuente mientras bebe un café, se le vaya por otro lado y le dé mucha tos... Y ya puestos, le deseo que se manche los zapatos al echarlo, que a mala no me gana nadie. Pero ella no está por la labor de jugar un segundo asalto y pasa de volver a mi habitación, así que deja transcurrir la media hora que falta hasta finalizar su turno (y no me digáis que tenía más pacientes por ver, porque ya me habían comentado las enfermeras que a mí me solía dejar para el final) y se marcha tranquilamente, con el convencimiento de haberme noqueado.
Por la tarde, después de recordarle a la enfermera que queríamos marcharnos y que no pensábamos esperar hasta que la Fistra volviese al día siguiente, vino el médico de guardia a firmarme el informe de alta y toda la parafernalia conveniente, acompañado de la doctora Carapeta, que flipaba bastante e intentaba mantener la cara de póker ante mi osadía (osadía que me hubiese gustado tener en la jeta de la doctora Fistra, pero qué queréis, queridas y queridos, soy lenta de reflejos y tengo que aprender a vivir con ello). El doctor dijo que, vista mi evolución, él no veía ninguna inconsciencia en que me marchase a casa y que, además, la pérdida de líquido amniótico seguramente habría sido un falso positivo del Amnisure (que haberlos, haylos, por lo visto). Charlamos unos minutos, me dio algunas recomendaciones de vida (descanso, tomarme la temperatura tres veces al día, no hacer esfuerzos físicos y volver al hospital si notaba dolor abdominal o volvía a perder líquido), me recordó que mi bebé aún podía llegar a la viabilidad y nacer prematuro (a lo cual yo le contesté que prefería pasarme de viabilidad y llegar a la semana 38) y se marchó deseándome suerte. La joven Carapeta tuvo que rehacer mi informe porque había datos incorrectos y cuando nos lo trajo corregido me recordó que no se me ocurriese coger en brazos a O. G. ni hacer posturas raras, que mejor me estuviese tumbada en la cama.
La contención de que hicimos gala mereció la pena cuando vi la cara de felicidad de Lord Muchomacho, que me dio un abrazo estrujahuesos extra grande (y, seguramente, por completo contraindicado en mis circunstancias) y se puso a recoger nuestras cosas haciendo gala de su súper diligencia (de hecho, el domingo tras la visita del médico ya había estado organizando cosas en casa y había llevado a la señora que nos ayuda para que limpiase a fondo nuestra habitación y cambiase las sábanas, ¿no es encantador?); parecía un huracán ordenando todo a su paso, clasificando ropa, apilando libros y revistas y embolsando fruta y comida. Yo me puse el pantalón vaquero y una camiseta y me quedé sentada en el sofá mientras él iba cargando el coche y O. G. jugaba por la habitación, cada vez más vacía.
Creo que me despedí de alguna enfermera que pasó por allí, pero no lo recuerdo con nitidez; sí sé que me dijo algo de que no pasaba nada por que el bebé fuese prematuro y que nos veríamos para el parto, a lo cual yo sonreí y le dije que, en ese caso, esperaba no verla hasta septiembre.
Lord Muchomacho volvió, cogió a Jorge en su brazo izquierdo, me pasó el derecho por la cintura y me sacó de aquella habitación donde habíamos pasado dos semanas que me parecían dos años; la espalda comenzó a dolerme a los pocos pasos, supongo que por tantos días de inactividad, y sentía una extraña mezcla de alegría e incredulidad al pensar que pronto estaría de nuevo en casa. Recorría los pasillos como un zombi, porque ni siquiera los conocía (yo había ingresado por Urgencias), me dejaba llevar sin terminar de asumir que me estaba marchando, que iba a dormir en mi cama.
No hace falta que os diga, sentimental como soy, que en cuanto entré en el coche me eché a llorar de felicidad, pero también de tristeza por todo lo sucedido, destete involuntario de O. G. incluido...
Y desde entonces, aquí estoy, haciéndole al sofá la forma de mi trasero redondo y turgente cual fruta madura... Hasta el martes que viene, que me incorpore a la vida "útil".
Lady Vaga,
la diva que divaga.