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miércoles, 22 de febrero de 2012

Ruth, próxima llegada a Ítaca

Queridas y queridos, permitidme que en esta ocasión me dirija a una persona que ha aparecido en mi vida hace unos meses y a la que he cogido mucho cariño, por su especial vulnerabilidad y su valentía. Es más, hasta me voy a poner seria y todo, ¡venga!

Querida Ruth: esta carta es para ti, enterita y todita, desde el encabezamiento hasta la despedida. Es para ti porque me siento un poco "madre" contigo, aunque cuando tú naciste no andaba yo todavía en el "equipo fertilidad"; bueno, qué narices, no andaba ni siquiera en el "equipo preadolescencia"... En cualquier caso, he seguido la historia de tu embarazo y nos has permitido saber de tus miedos, tus anhelos y tus peripecias.

Sé que eres una persona valiente con una gran tendencia a comerse el coco. Creo que esto debe de tener que ver con cómo funcionó tu primer parto y con ese miedo a lo desconocido que no pudiste vencer entonces (¿cómo vencerlo, si no te dieron la ocasión?). Sobredimensionas lo negativo, eso es algo que a veces me ha hecho tener ganas de agarrar mi mejor sartén y estampártela en la cabeza, pero creo que, pese a todo, te las estás arreglando para crecer en este camino y para utilizar cada piedra que te encuentras como un apoyo para continuar ascendiendo.

¿Recuerdas cuando buscabas quien te atendiese el parto? No tuviste problema en viajar hasta Madrid, en pelear contra viento y marea, en visitar a diferentes profesionales, en buscar lo mejor para tu bebé y para ti, ¡si eso no es ser valiente, no sé qué lo será! Y ni aun así te me relajas. Eres muy dura contigo misma y no te mereces machacarte como lo haces, querida mía.

Eres muy joven y, a pesar de ello, tienes las cosas muy claras. Sabes que tu mayor obstáculo es el miedo al dolor y yo te digo: no lo temas. El dolor es, en este caso, un poderoso aliado. Piensa que no es lo mismo sentir dolor que estar sufriendo... ¿Cuánta gente no se somete voluntariamente al dolor porque es consciente de que el fin lo merece, por ejemplo, al hacerse un tatuaje o un piercing? Vale, soy la menos indicada para poner esa comparación porque mi fantástico traje de piel está intacto, pero creo que para el caso me sirve, burdamente, y si no pensemos en, qué sé yo, la depilación con cera... Porque el dolor del parto es el más útil del mundo, ¡te trae a tu bebé! ¿Hay mayor recompensa?

Querida Ruth, quiero que sepas y tengas presente que tu parto será tuyo, fantástico e intenso, gozado y disfrutado, desde el momento uno. Y quiero que recuerdes mis palabras cuando tengas a tu bebé en brazos (esto es mucho aventurar por mi parte, oxitocínica perdida como estarás, pero bueno, ahí lo dejo): "¿ves cómo podías, pedorra?"

Besos de una diva que te aprecia,
Lady Vaga.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Para parir en casa hay que valer

Sí, el título es un poco amarillista, pero es que este tema ya huele... Sin segundas lo digo.

Queridas, queridos, con la que está cayendo tras la muerte de Caroline Lovell (o Lowell, que de las dos maneras lo he visto escrito), están las opiniones calentitas y las bocas que echan chispas... Y yo, la verdad, no termino de entender por qué. Parece que hay un sector que da por hecho que, de haber parido en el hospital, esta mujer no habría muerto y lo único cierto es que aún no tenemos toda la información como para aseverarlo con tanta energía... Seamos cautos, por favor. Y esos que hablan de meter un puro a las madres si sus hijos mueren en un parto domiciliario, que piensen un poco antes de hablar. No cuesta nada, aunque su propio deseo de pronunciar la mayor chorrada es a veces irrefrenable, eso se ve claro.

Que el parto en casa es seguro es un hecho. El propio Ministerio de Sanidad lo reconoce: 

"Un estudio publicado recientemente concluye que, en mujeres embarazadas de bajo riesgo, dar a luz en casa no se asocia con mayor morbi-mortalidad neonatal [...]En conclusión, según este estudio, planear el parto en el propio domicilio es una opción segura para mujeres embarazadas de bajo riesgo siempre y cuando se ofrezca un sistema adecuado y de calidad de atención y cuidado a la maternidad para llevar a cabo esta práctica."

Hablamos de un trabajo de 2009 en el que se estudiaron 500.000 mujeres entre 2000 y 2006, distinguiendo entre partos planeados en el hospital y partos planeados en casa.

Estos (el zodiaco y los pedrusquitos cósmicos) son algunos de
los factores que las mujeres informadas NO tenemos en cuenta
a la hora de decidir dónde parir. Nos gusta más atenernos a la
evidencia científica, por ejemplo.
Sin embargo, llevo toda la semana oyendo chorradas varias de opinólogos poco informados que, curiosamente, suelen repetirse sin pensar mucho. Hasta tal punto son predecibles estos exabruptos verbales, que he decidido dedicarles una serie para desmitificarlos uno por uno. 

Intentaré no agobiaros con referencias bibliográficas, extractando los párrafos más significativos para que estas entradas sean, como intento siempre, divertidas y, en este caso, útiles. Vaya por delante que una cosa está clara: cuando una mujer decide parir en casa, lo hace pensando en la seguridad de su hijo y en la suya propia. No admito que se nos llame inconscientes o egoístas, porque no es verdad y el argumento es fácilmente reversible para entrar a calificar a quienes, como en tantos otros aspectos de la vida, actúan sin pensar, movidos por la inercia. Esos son los verdaderos irresponsables, en el sentido más amplio de la palabra, y no quiero parecerme a ellos en absoluto.

En fin, queridas, queridos: es una entrada breve la de hoy para anunciaros el rumbo que el blog tomará los próximos días. Vaya por delante que respeto plenamente a quienes deciden parir en el hospital (cada una se siente más segura en un sitio, eso es un hecho) y que mi perorata va contra quienes, habiendo actuado sin mediar reflexión alguna, se permiten la licencia de criticar a los que hemos hecho otra cosa con nuestros cuerpos y nuestras vidas.

Y ahora os dejo, que tenemos unas construcciones que terminar mis pequeños y yo.

Lady Vaga,
la diva que divaga.

sábado, 4 de febrero de 2012

Dexeus, premio Patinazo del Mes

El vetusto Santiago Dexeus se ha pronunciado acerca de la seguridad del parto en casa a raíz de la desgraciada noticia de la muerte de Caroline Lovell, como podéis leer aquí, y se ha quedado más ancho que alto diciendo la siguiente tontería:

O está de guasa, o es que se le ha
olvidado la medicación...
"Aparte de que las mujeres ya no tienen la condición física necesaria para este tipo de partos, se ha investigado mucho para evitar las complicaciones tanto para las madres como los hijos. Los partos en casa son una moda que implica correr muchos riesgos para la salud."

Hombre... La condición física para parir es usted el que no la tiene, por razones obvias. Las mujeres podemos parir donde nos dé la gana, otra cosa es que nos sintamos más seguras en un sitio que en otro. Un día si eso me cuenta por qué hemos perdido ese físico y qué arduos entrenamientos con "Eye of the tiger" sonando de fondo ejecutaban nuestras bisabuelas para poder echar niños al mundo como campeonas... ¿Será que en tres generaciones hemos involucionado a lo bestia, mutando en más amorfas que nuestras antepasadas... y que la madre de este señor, que lo parió en su casita?

Ahora podría entrar en debates para demostrar la seguridad del parto en casa y rebatir esa memez de la moda, aportar enlaces con estudios científicos, pero ¿sabéis qué? Que no me da la realísima gana. No me sale del tacón.  Estoy harta de tener que justificarme. Que demuestre él esos riesgos, si tan enormes son. Es más, tan cansada me tiene este tema que me voy a limitar a mandar al octogenario a cardar lana con una imagen que expresa lo que siento por él:


Arriba, abajo, al centro y ¡pa'dentro!

Cambiemos el dedo por alguna simpática cucurbitácea convenientemente untada en vaselina y, ¡hop!, toda suya, joven aspirante a momia.

Se despide, harta ya de lo mismo una y otra vez,
Lady Vaga,
la diva que divaga.

lunes, 23 de enero de 2012

Carta a Melani Olivares

Querida Melani, no tengo el gusto de conocerte. Tú a mí tampoco (todo se andará), pero no quiero dejar pasar la ocasión de escribirte unas líneas para felicitarte por el nacimiento de la preciosa Manuela.

Leí hace unos días tu entrevista en El Mundo acerca de tu intención de parir en casa, que recibí con alegría y entusiasmo. Para todas las que defendemos el derecho de la madre a escoger la manera de traer a sus hijos al mundo es un motivo de orgullo que vosotras, las mujeres con proyección pública, habléis abiertamente de vuestros planes y deseos para el parto, aun antes de parir. Sé que te arriesgaste mucho exponiéndote así ante la opinión pública y que no todos los comentarios vertidos sobre el tema fueron halagüeños ni mucho menos, pero eso solo te convierte en todavía más valiente ante mis ojos.


Querida Melani, desconozco las circunstancias en las que transcurrió tu parto o qué profesional te atendía; no puedo (ni debo) valorar los motivos por los que se estimó necesario vuestro traslado al hospital, pero estoy segura de que fue imprescindible y espero que en el hospital te tratasen con todo el respeto y cariño que merece cualquier mujer de parto (esta parte me cuesta un poco escribirla con prosa comedida, dado que mi primer parto también fue atendido en ese lugar y la escena fue rocambolesca, como ya conté aquí hace unos meses).

Escucharás, a partir de ahora, muchos comentarios de iluminados varios que irán desde el cauto "menos mal que fuisteis al hospital a tiempo" hasta bravuconadas e insultos diversos que mi clase y educación me impiden reproducir, aunque no imaginar. Querida Melani, no les hagas el menor caso. Tú tomaste una decisión consciente, informada y meditada, la decisión de que tu hija naciese en vuestro hogar, rodeada de amor y de profesionales preparados, y eso es lo que cuenta. Por supuesto, los hospitales están para las urgencias y ese fue vuestro caso. Bienvenidos sean, entonces, todos los avances de la ciencia médica y cuantos procedimientos sean imprescindibles para garantizar vuestra seguridad y bienestar. Quédate con eso. No prestes oídos a las chorradas apocalípticas que oirás/leerás durante las semanas venideras. Has dado a tu hija la oportunidad de decidir cuándo nacer, habéis vivido el comienzo del parto en casa aunque su desarrollo haya hecho necesario trasladarse al hospital. Has actuado con toda la sensatez y prudencia de una mujer informada y sabia, avalada por la evidencia científica, y eso te honra.

Gracias, Melani, por poner cara a todas las que hemos parido o querido parir en casa alguna vez. Para mí, has parido como una campeona.

Lady Vaga,
la diva que divaga.

martes, 17 de enero de 2012

Qué bien que me quedé en mi casa... Bien acompañada

Supe hace unas semanas, queridas y queridos, que, de haber estado en un hospital, mi pequeño U-6 habría venido al mundo de una forma bastante menos tranquila. Esto habría incluido, además de antibiótico por llevar más de "x" horas de bolsa rota (veinticinco en total), las siguientes intervenciones, que paso a enumerar:

  • Maniobra de Kristeller o espachurre barriguil.

  • Generosa episiotomía para acelerar la salida del bebé.

  • Tirones para sacar a U-6, como complemento de la "Kris", que pueden tener como consecuencia graves lesiones del plexo braquial, entre otras.

    En el Hotel Espe, fijo que tenían una de
    estas preparada para mí, pero se quedaron
    con las ganas y yo conservo mi chichi
    intacto, ¡toma
    Y todo esto porque mi chiquitín decidió sacar primero el hombro que no tocaba y hubo que esperar a la siguiente contracción para que saliese todo su cuerpecito de un último empujón (porque sí, yo sentí la apremiante necesidad y enormes ganas de empujar, lo admito).

    Por eso, cada día me alegro más de haberme quedado en mi casa, bien atendida por una comadrona que hizo lo que tenía que hacer: colocar sus manos en el sitio exacto y esperar, sin prisa ni miedo, a que nuestros cuerpos (el de U-6 y el mío) hiciesen lo que la naturaleza les había dotado para hacer.

    Aclaro en este punto que estar en casa no es garantía de ser respetada, pues hay "profesionales" de parto en casa que dejan mucho que desear (sobre este tema ya habló mi adorada Lady Rabbit aquí y yo misma tengo previsto escribir algo, a ver si me inspiro un día), así que la ecuación perfecta, para mí, vendría a ser algo como:

    Entorno adecuado + compañía adecuada + actitud propia adecuada - prisas - interferencias = parto respetado y gozoso.

    Pero esto os lo desarrollaré en profundidad en otro momento.

    Y eso es todo por hoy, queridas y queridos. Simplemente, quería compartirlo con vosotros.

    Cambio y cierro.
    Lady Vaga,
    la diva que divaga.
  • lunes, 5 de diciembre de 2011

    Lady Rabbit ha parido, ¡viva Lady Rabbit!

    Queridas y queridos, hace hoy justo un mes que no escribía nada en el blog, pero he tenido (y tengo) asuntos familiares que resolver y que me mantienen alejada de mi musa inspiradora. No obstante, hoy quiero daros un notición que muchos de vosotros ya conoceréis, pero que me resisto a dejar de hacer constar en este rinconcito del glamour:

    Lady Rabbit ha parido esta madrugada, a eso de las dos, a una preciosa nena en su casita, sin mayor incidente que la sorpresa de descubrir el sexo de la bebé, que era una incógnita mejor guardada que el diseño del traje de la novia en una boda de postín. Al final, la Rabbit no ha podido resistirse y le ha mirado la entrepierna a la garbancita, en vez de esperarse a que la naturaleza se lo desvelase dentro de X años, cuando le llegase la pubertad al fruto de las entrañas de tan ínclita activista. La curiosidad ha sido más fuerte que nuestra querida Rabbit.

    Y con esta entrada sucinta, escueta y feliz, llegamos a las cien parrafadas mentales en el blog.

    Por cierto, o suelto esto o no me quedo a gusto, perdonadme la ordinariez: ¡Jódete, jefe de servicio agorero! ¡Vete a pastar al monte con tus vaticinios de chichis explosivos, niños "desgraciaos" por la irresponsabilidad de sus madres y úteros troceados para chop-suey! ¡Que te den, viejo loco!

    Y ahora sí, queridos, continúo con mis historietas familiares, pero prometo volver antes del final del año para daros alguna noticia interesante.

    Besos llenos de oxitocina,
    Lady Vaga.

    jueves, 3 de noviembre de 2011

    El nacimiento de U-6 (y III): Un último empujón

    Qué gozada, queridas y queridos. Empujaba con cada contracción y al hacerlo notaba un inmenso alivio... ¡Estaba pariendo! ¡Estaba pariendo yo solita! Todavía me costaba creerlo, pero habíamos llegado hasta aquí y ya nos faltaba muy poco para vernos las caras...

    Anabel y María estaban allí, en silencio, cuidándome sin hacer nada, sin invadirnos, sin molestarnos, preparadas para ayudar cuando fuese necesario. Lady Rabbit me daba masajes en los riñones, Lord Muchomacho iba y venía y O.G. hacía de comadroncita improvisada, pues al oírme gritar venía para preguntarme:

    - Mamá, ¿tás ben?

    - Síiii, hiijoooo, mamá está llamando al bebéeeeee- Lady Rabbit me había dado ese truquillo para que O.G. no se asustase con mis berridos de ultratumba y parecía estar funcionando, porque, lejos de alarmarse, me golpeaba la espalda con sus pequeños puñitos, como para ayudar a Rabbit con el masaje.

    No sé en qué momento sonó el portero automático... Solo sé que exclamé "¡la policía!", segura de que algún vecino chafardero habría llamado a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, convencido, por mis horripilantes expresiones vocales, de que mi siempre ponderado Lord Muchomacho estaba probando en mi trasero todas las sartenes de la casa...

    - Que no, que es Paca...

    Paca llegó y creo que la olí entrar (sí, habéis leído bien, noté su presencia por la vía olfativa y para bien, que nadie se me alarme), pero no la vi... Me pasé casi todo el tiempo con los ojos cerrados, pero me parece que fue ella quien mojó una toalla para limpiarme el sudor de la frente (aunque entiendo vuestro natural pasmo, os tengo que sacar de vuestra ingenuidad: las divas también sudamos, si bien es cierto que en nuestro caso no segregamos agüilla con olor a cebolla recalentada como el común de los mortales, sino eau de parfum con aroma a jazmín... Como las Supernenas, estamos hechas solo de cosas bonitas, qué queréis), lo cual en aquel momento no le habría agradecido más si lo hubiese hecho con billetes de quinientos euros.

    En un momento dado, me sugirieron que me echase de lado en la cama y, con las rodillas destrozadas como las tenía, me pareció la mejor idea del mundo...  Hasta que recordé que en esa misma postura me había tirado las dos horas de expulsivo en mi primer parto y me dio tan mal rollo como si hubiese visto a Belén Esteban leyendo... Entre empujón y empujón pregunté a Anabel si podía parar de empujar cuando me sintiese cansada, pensando en aquellas dos horas empujando en apnea y sin parar, por orden de mi estupenda carnicerita (que Dior tenga en su noria hasta que se maree y vomite la primera leche que mamó).

    - Pues claro- la respuesta fue así de clara y sencilla, ¡qué fácil era todo! ¡Estaba pariendo y no necesitaba que nadie me diese órdenes, mi hijo iba a salir de mi cuerpo sin que nadie entrase a buscarlo!

    Alguien me ayudaba, sujetándome la pierna para que yo estuviese cómoda, y yo no dejaba de pensar, con los ojos cerrados, que mi hijo iba a nacer en la misma cama en que fue engendrado, rodeado de su familia... ¡Y qué ganas de que saliese ya, por Dior bendito! ¡Cómo dolía! Y aun así, podía sobrellevarlo... De alguna manera, lo poco de racionalidad que me quedaba me hizo pensar que mi cuerpo no iba a generarme ningún dolor que yo no pudiese asumir y esa idea me animó a seguir empujando.

    - Tócate, que está ahí la cabeza- no sé si esto me lo dijo Muchomacho o Anabel.

    Extendí la mano y palpé algo suavecito, húmedo y caliente; en mi ofuscación hormonal, pensé que eran mis propios labios, hinchados y tumefactos, pero no podía ser, aquello tenía pelo y yo me había depilado diez días antes... ¿Sería verdad? ¡Ay, madre, que estaba pariendo! Por lo visto, eso se lo repetí a Paca del orden de veinte veces: "¡Paaaca, que estoy pariendoooo! ¡Paaca, que lo voy a parir yoooo!", ante lo cual me figuro que ella estaría tentada de responder "pues claro, bonita, nos ha jodido, no lo voy a parir yo". Anyway, queridas y queridos, independientemente de lo profundo y místico de la experiencia, tenía ya muchas ganas de que U-6 se presentase al mundo y pensando "este sale o no soy yo Lady Vaga", empujé con todas mis fuerzas... Y su cabecita continuó asomando, poco a poco, haciendo babear a Lady Rabbit y Lord Muchomacho, situados en primera fila para ver la eclosión.

    - Cariño, ¡es alucinante!- dijo Muchomacho, extasiado ante el milagro de la vida que se abría paso por mi desnuda entrepierna en dirección a mis juanetes.

    - ¡Pues coge la cámara y haz fotos, jodeeeeeeer!- grité yo, no por insultar, sino porque realmente me molestaba ser la única que se perdiese el gran momento cuando todo el trabajo lo estaba haciendo yo, ¿o había alguien más sudando por allí cerca?

    Los ojos, la naricita, la boca... Anabel, rápida y discreta, pasó una gasita por los chorreantes orificios faciales del pequeño U-6, que había decidido escoger una pose a lo intelectual para conocernos y salió con la mano apoyada en la mejilla, como si fuese rehén de profundas reflexiones o estuviese hablando por el móvil. Para darle un poco más de emoción a su llegada, como si salir por la puerta (no tan) grande fuese poco, se esforzó en hacernos un quiebro de hombros a lo Shakira, sacando ambos a la vez como si estuviese intentando salir del metro de Tokio en hora punta... No contaba él, pequeño divo interesantón, con la diligente intervención de Anabel, que con una serie de toques perfectos y sutiles recolocó el hombro que no tenía que salir todavía para que, al siguiente empujón, acompañado de un grito gutural que jamás podría reconocer como mío si me lo hiciesen escuchar de nuevo y de la sensación de que me partía, el cuerpecito moreno, resbaladizo y caliente de mi bebé saliese casi disparado como un pequeño torpedo...

    ¡Ya estaba! ¡Y lo había parido yo! Me lo pusieron encima y, las fotos lo atestiguan, mi cara de pasmo no habría sido mayor si, en vez de un niño, de mi cuerpo hubiesen salido un pulpo, dos metros de pañuelos de seda como en los trucos de magia o todos los Globetrotters en camiseta imperio... La sensación de alivio era indescriptible, aunque las piernas me temblaban de dolor (había forzado las rodillas sin darme cuenta) y de frío... Por obra y gracia de Paca, empezaron a aparecer mantas sobre U-6 y sobre mí para mantenernos calentitos y nos quedamos esperando a que saliese la placenta. Me sentía incómoda, tenía muchas ganas de alumbrarla ya y descansar por fin; Anabel me dijo que empujase cuando sintiese ganas, después de comprobar que aún no se había desprendido, y U-6, mirándome con aquellos ojos rasgados maravillosos, comenzó a buscar mi pezón... Todo fluía, estábamos bien, tranquilos, a una sola fase de terminar...

    O.G. había aparecido por allí al salir su hermano, para darle a Anabel un frasquito de aceite (no sé cómo se le ocurrió que podía hacernos falta, pero allí se presentó) y ahora miraba a su hermano con una sonrisa en la cara y dispuesto a hacer el inventario de piezas del bebé como Caperucita en casa de la abuelita:

    - E bebé tene ojos... Tene pelo... Tene nanís... Tene boca... Tene oejas... ¡No tene brasos!

    - ¿No?- abrimos un poquito la manta para que O.G. no se quedase con aquella duda existencial.

    - E bebé tene brasos... Tene manos... ¡Muchos dedos!

    Qué ganas de sacar la placenta... Empujé y salió un tremendo coágulo... Empujé de nuevo y, ¡zas!, tome usted mi placenta y échele un vistazo, que ahora sí que me he quedado más feliz que Jorge Javier hocicando en una pocilga... Estaba íntegra, una hermosa placenta bilobulada que había alimentado a U-6 durante cuarenta y una semanas, ¡casi nada! Ahora ya podía Lord Muchomacho cortar el cordón umbilical. Por cierto, maridos, no creáis que eso se corta limpiamente con un pase de cuchilla, no: es más duro y chungo de tajar que un calamar, así que no os extrañéis si no os sale a la primera... Este consejo es cortesía de mi cónyuge. Anabel ató el cordón de U-6 con un cordel y yo pensé "qué práctico, así no me clavaré la pinza como me pasaba con O.G."

    En la anterior entrega de mi parto inalámbrico habréis leído que llamé a Paca "señor Lobo"; este pseudónimo le pega horrores, pues, como él, se encargó de eliminar todas las pruebas e indicios de que en esta casa había tenido lugar un parto (presumo que todos habéis visto Pulp Fiction, y si no es así, estáis tardando). Cuando quise darme cuenta, todo estaba recogido y ordenado y la eficacísima Paca me estaba ya ofreciendo un zumo de naranja y manzana con un trocito de placenta para recuperar fuerzas. Unos minutos antes, me había propuesto comer un cachito tal cual, pero aunque el sabor es completamente inocuo, no me gustó la sensación al masticarla y "se me hizo bola"...

    Me quedé en la camita, descansando junto a mi bebé y sin terminar de creerme todavía lo que había sucedido, infinitamente agradecida a mi cuerpo por haber funcionado tan bien y prometiéndole mentalmente algo bien rico para la comida del día siguiente, hasta que Lord Muchomacho apareció con la caja de bombones (como buen gourmet, había tenido la precaución de sacarla del frigorífico un ratito antes, ¡qué chico tan previsor!) para tentarnos a modo de celebración... María se sentó con nosotros a ver la placenta y no le importó mancharse las manos de sangre para explicarnos sus diferentes partes... Esa chica será una gran comadrona, tiene todo lo necesario.

    Anabel pesó a U-6: 3.550g, algo más que O.G. Al día siguiente le midió: 55cm, tres más que nuestro primogénito. Toma ya desproporción fetopélvica...

    Y así fue como mi pequeño U-6 dio en las narices a todos los escépticos, agoreros y pajarracos que no daban un duro por él y nació en casa, en paz y armonía, sin cables ni máquinas que hacen "¡ping!", sin tijeras ni batas blancas por medio. Perdonad el poco orden de esta última parte del relato, pero es la que más me baila en la cabeza y no consigo dotarla de coherencia ni continuidad. Es lo que tienen las endorfinas...

    Ahora, os dejo, que voy a disfrutar de mis retoños.

    Lady Vaga,
    la diva que divaga.

    sábado, 29 de octubre de 2011

    El nacimiento de U-6 (II): El parto inalámbrico

    La mañana del día 23 me sorprendió sin novedad en el frente. Admito, queridas y queridos, que desperté malhumorada, pues había asumido que las contracciones sobrevendrían durante la noche y me sentó a cuerno quemado comprobar que no había sido así.

    Como si tuviese sobre la cabeza una espada de Damocles con cronómetro incorporado, yo sentía que cada hora que transcurría sin dinámica de parto era un paso más hacia el hospital... Y ya sabía lo que pasaba en los hospitales, así que os figuraréis que tenía tantas ganas de ir allí como de meterme palillos debajo de las uñas (aunque no dudo de que habría sido recibida como una diva se merece y de que el jefe de servicio se habría congratulado de atender mi parto y rápidamente se habría puesto guapo para la ocasión, al tiempo que preparaban mi suite y reservaban cinco habitaciones para mí y mi séquito... No en balde, al plan de parto que tuve a bien enviar en verano adjunté una segunda hoja en la que detallaba mis exigencias de superstar para que todo estuviese a mi gusto en el improbable caso de traslado: tubos decorados con purpurina dorada para la vía, sábanas de algodón egipcio, doscientas botellas de agua Evian fresca -que no fría, por favor-, una cesta de frutas tropicales y otra de naranjas valencianas, moqueta verde hierba, cortinas de lino y un masajista oriental parecido a Bruce Lee).

    Intenté distraerme hasta que llegase la comadrona, ultimando detalles: recogí un poco la casa, me di una larga ducha relajante, jugué con Jorge para apurar nuestros momentos postreros y pedí a Lord Muchomacho que me achuchase en los ratitos sueltos... Y mi útero, entretanto, con menos actividad que el cerebro de Víctor Sandoval. Pues qué alegría. Maldije mentalmente aquellas contracciones cochinas que habían venido antes de tiempo todas las noches anteriores, obviando el hecho de que para algo habrían servido, según todos me decían... Sí, para hacerme ilusiones cada noche y poco más, pensaba yo.

    La comadrona, Anabel, llegó, aportándonos ese extra de serenidad que yo empezaba a necesitar más que unos taconazos rojos en el armario, y me palpó la barriga con sabiduría y las manos calentitas.

    - Bueno, U-6 ya está bajando. A este lo parirás por la vagina- aseveró, sonriente y sin inmutarse-. Te voy a dejar este aceite de masaje por si te apetece dártelo por la tripa. Haz vida normal y yo vengo a verte a las diez, a menos que me llames antes. Pasea, distráete, lo que te apetezca.

    Decidimos ir a visitar a la madre de Lord Muchomacho, pero sin contarle las novedades. Ella, como algunos ya sabéis, atraviesa un delicado momento de salud y no era mi intención alterarla con la inminente llegada de su segundo nieto, sino, muy al contrario, quedarnos tranquilos nosotros asegurándonos de que ella estaba bien. Después, nos pasamos por el trabajo y comprobamos que allí también seguía todo en orden. Ya podíamos volver a casa y encerrarnos bajo siete llaves, seguros de que ningún imprevisto inoportuno perturbaría nuestro retiro mamífero.

    Comimos. Yo seguía entera como una manzana y algo rebotada contra el mundo, ¿qué era eso? ¿Sería posible que, después de llegar tan lejos, de pelearme contra todo y contra todos, de luchar junto a U-6 por un embarazo que juzgaban inviable, ahora acabase en el hospital por falta de progresión? No era justo... Ya había pasado por una cesárea innecesaria y ahora me iba a tocar de nuevo... Uf... Necesitaba huir de mí misma un rato, mi mente estaba empezando a jugarme malas pasadas. Sin duda, mi única neurona había decidido vengarse del sobreesfuerzo al que la había sometido leyendo a Saramago en versión original (pedante que es una) y había escogido el mejor momento.

    - Échate un rato, nena, descansa... Seguro que te va a venir bien- Lord Muchomacho, como siempre, tenía razón.

    Pensé, mientras me deslizaba entre las sábanas, que, tanto si las cosas salían "bien" como si no, en cuestión de horas, a lo sumo un par de días, tendría en brazos a mi pequeño U-6 y no pude evitar acordarme de las chicas de Apoyo Cesáreas, que tanto me habían ayudado desde que las encontré, al poco de nacer O.G. Pensé, especialmente, en mis predecesoras, varias de las cuales habían pasado por su segunda cesárea mientras yo estaba embarazada y, cursi de mí, me dije "cuando empiece con contracciones, dedicaré una a cada una de ellas. Voy a hacer lista para no olvidarme de ninguna". Y oye, mano de santo, me quedé dormida como un lirón... Y que nadie lo interprete como que Lady Vaga llama "borreguitas" a las maravillosas e inspiradoras mujeres de Apoyo Cesáreas porque no es así, josmíos, no. Es más, os adelanto ya que, cuando por fin comenzó a animarse la cosa, no me acordé de ninguna... Necesitaba toda mi (escasa) capacidad de concentración para mí, qué queréis que os diga.

    Creo, y esto lo digo ahora con la mínima claridad mental que dan la distancia y el descenso de hormonas en sangre, que fue providencial para mí asumir que quizá las cosas no saldrían como esperaba y que era posible que mi cuerpo fuese por libre en esta ocasión: en cierto sentido, lo viví como una presión adicional, pero a la vez también fue liberador. Me sentí tan al borde de mí misma que, de alguna manera, me relajé. Mi catarsis comenzaba, yo era la heroína de acción, aunque no pensaba morrearme con ninguna maciza al final de la noche; si acaso, con Lady Rabbit, que iba a venir a casa por la tarde.

    Y a las seis de la tarde, desperté, dolorida y sudando, porque no conseguía encontrar una postura en la que notase alivio para mis contracciones. ¿Eh? ¿He dicho contracciones? Tardé unos segundos en entender lo que estaba pasando, pero cuando lo procesé no pude esconder mi alegría, ¡estaba de parto! ¡Estaba MÁS de parto que cuando nació O.G., porque me dolía MÁS!

    - Cariño- anuncié a mi amado Lord Muchomacho, apoyada en el quicio de la puerta cual Mae West rediviva, luciendo mi barrigota apenas cubierta por mi camiseta de tirantes y mis shorts de Snoopy-, ahora sí... ¡Me duele!

    Mi hombre, siempre deseoso de ayudar, se puso a mi disposición para facilitarme las horas que vendrían y yo le pedí que me dejase sola, así que vistió a O.G. (que recibió muchos besitos por parte de su repentinamente nostálgica mamá) y se lo llevó a hacer unas compras de última hora.

    Sola en mi guarida, abrí el grifo de la ducha, me desnudé y encendí el iPad para escuchar la canción que me había inspirado las últimas semanas; no hace falta que os diga cuál es porque vosotros, queridas y queridos, ya lo sabéis, y si no lo sabéis lo leéis aquí y listos. Metida en la ducha, haciendo mimitos acuáticos a mi barrigón por última vez, estaba tan feliz que tenía ganas de bailar y de cantar. Lo primero, dado mi volumen, era difícil; lo segundo sí era factible, a despecho de mis sufridos vecinos, que aún no sabían que aquello era un mero avance de lo que se les vendría encima en pocas horas.

    Salí, me sequé, me puse mi camiseta de fantasmas de comecocos (que se puede ser diva y un poquito friky a la vez) y unos shorts y me metí un ratito en Internet para distraerme. En aquellos momentos, encontraba la mayor comodidad sentada a horcajadas en una silla del comedor y además así podía teclear sin problemas. Cotilleé las visitas del blog, el féisbuc y el tuíter y le hice una pequeña limpieza al escritorio... Cuando llegaron Lord Muchomacho y O.G. me encontraron, según mi señor esposo, metida en mi mundo, aunque todavía conectada a Internet.

    Las contracciones avanzaban y me llevaban con ellas, iban cambiando y arrastrándome dentro de mí misma. Descubrí que estaba mucho mejor arrodillada en el suelo, con el pecho y la cabeza apoyados en el sofá que me había visto reposar durante tantos meses, así que nada, mirando a la Meca y haciendo "ooooooooh" con cada contracción... Ahí recuerdo que pensé "anda, que como me viesen los vecinos, con el culo en pompa y haciendo ruiditos...."

    Y no pensé ya mucho más hasta que llegó nuestra querida Lady Rabbit dispuesta a ayudar; traía un monísimo saquito de semillas que ella misma me había cosido para la ocasión y que, a falta de huesos de cereza (pues ya no era temporada), había rellenado con alubias y garbanzos, creo... Legumbres sencillas y humildes que tuvieron el honor de acompañar el nacimiento de U-6 y de convertirse sin duda en un inesperado cocido, pues donde más alivio me proporcionaba era justo sobre el hueso púbico. Hablo desde la suposición, por supuesto: aquel saquito desapareció en la limpieza que el señor Lobo, digo Paca, realizó tras el parto, así que me imagino que estaba bastante perjudicado y murió en acto de servicio (el saquito, digo, no Paca), cual amigo del héroe sacrificado por la causa en las películas de acción.

    Lady Rabbit, al ver que las contracciones continuaban subiendo en intensidad y mis rodillas comenzaban a estar más perjudicadas que las de una aspirante a actriz porno, me preguntó si me apetecía usar la pelota y yo dije que bueno. Nos trasladamos al distribuidor, el espacio más pequeño de la casa, como días antes había sugerido Paca, y me senté sobre la pelota para intentar aliviar el dolor. Con cada contracción, me agarraba al fular, colgado de la puerta, y hacía ruidos que yo recuerdo horrísonos, pero que Muchomacho y Rabbit dicen que no eran para tanto. O.G. iba y venía, dividido entre dos interesantes entretenimientos: uno, su madre poniendo caras raras y gruñendo como un troll; otro, Dora la Exploradora. Ya os imagináis que Dora me ganaba por goleada en el Interesómetro de mi hijo, así que por el momento O.G. no entraba en mis preocupaciones. De una extraña manera, yo disfrutaba del silencio de mis acompañantes (aunque me consta, pues así lo han confesado, que en ciertos momentos se miraban y se descojonaban vivos, aún no sé muy bien de qué) y de la sensación de relajación extrema que me invadía al término de cada contracción.

    Al poco, llegó María, una joven comadrona que se está formando para atender partos en casa y que había pedido estar presente en el nuestro. Estoy segura de que se convertirá, pues ya apunta maneras, en una excelente profesional que acompañará a muchísimas mujeres en esa transición que es el parto y quiero, desde aquí, animarla a continuar su camino sin perder ese talante agradable y humilde que la caracteriza.

    A partir de aquí ya me bailan muchos recuerdos, pero me suena que llegó Anabel y me dijo que cuando yo quisiera me exploraría, que iba a preparar todo en el salón. Creo que fue entonces cuando fui a sacar la maleta que las comadronas, organizadas y previsoras como a su profesión corresponde, habían dejado en nuestra casa unas semanas antes. Os sugiero que retengáis en vuestra memoria esta imagen sublime, pues no volveré a relatarlo: la siguiente contracción me sorprendió abriendo el armario de la entrada para coger la maleta y no se me ocurrió nada más que meter la cabeza entre los abrigos para apoyarme en la cajonera, dejando a María perpleja y supongo que preguntándose si haría falta un psiquiatra para terminar de atender mi parto. Lord Muchomacho, que pasaba por allí (no sé qué estaría haciendo, pero algo útil seguro), no tuvo otra ocurrencia que preguntarme qué hacía yo con medio cuerpo metido en el armario:

    - ¿Tú qué creeeeeeeeEEEeEeEs? ¡ContraccióOoOOon!

    Finalmente, conseguí llegar al sofá para que Anabel me explorase. Queridas y queridos, os diré que la diferencia es abismal cuando te explora una comadreja apodada "la Ferrari" (no es mía tan ingeniosa alcuña, ya me gustaría) a la que le da igual meter los dedos en una vagina o en un enchufe (yo también voto por enchufe, sí, y con los dedos mojados a ser posible) y cuando te explora una persona empática, profesional y que sabe hacer las cosas. Eso sí, aunque el tacto no me dolió lo más mínimo, en mitad del mismo me sobrevino una contracción que no había manera de pasar tumbada y que me hizo pensar que sería maravilloso tirarme del sofá al suelo, lo cual creo recordar que incluso intenté, al menos en mi mente.

    No pregunté de cuánto estaba, porque si llego a recibir como respuesta "de dos centímetros" o algo similar, se habría hecho realidad esa leyenda urbana que dice que en los partos en casa hace falta una ambulancia en la puerta, pues me habría dado un infarto de la impresión. Pero a vosotros, queridas y queridos, sí os lo voy a decir: estaba de seis centímetros, ¡ole!

    Con el trasero al aire, cual Charlize Theron en el anuncio de perfume, y contoneándome con toda la gracia que las contracciones y mi recién desplazado centro de gravedad me imprimían, me dirigí hacia el dormitorio, donde volví a la cuadrupedia para seguir pasando "los dolores" a oscuras, acompañada solo por Lady Rabbit y por un itinerante Muchomacho, dividido, como no, entre O.G. y su parienta parturienta.

    El dolor continuaba intensificándose, pero aún era posible acompañarlo, sobre todo si aprovechaba para maldecir en arameo. Por lo que recuerdo, en el punto más alto de la ola me alzaba sobre mis brazos y daba alaridos; entre una y otra, me relajaba hasta casi adormecerme (deseo que expresé varias veces, al igual que en mi primer parto, y que da idea de lo flojas que llegamos a ser las divas: "quiero dormir, tengo sueño..."; por eso nos dedicamos al dolce far niente y no a descargar camiones de fruta en Mercamadrid); acompañaba las contracciones de algún tipo de expresión oral seleccionado entre los siguientes:
    • Alarido horrible despierta-vecinos.
    • Maldición gitana: "hija de puta, cómo duele, qué hija de puta".
    • Esperanza efímera: "va a pasar, va a pasar, ya queda una menos".
    • Llamada por megafonía: "U-6, ven ya, cariño, mamá quiere verte".
    El pobre saquito de semillas ya estaba iniciando el proceso de rehidratación de su contenido con cristiana abnegación y Lady Rabbit me masajeaba los riñones con un tino absolutamente providencial, cuando de repente la sensación que me provocaban las contracciones cambió por completo:

    - Rabbit, que me cago- afirmé yo, muy convencida, en un alarde de zafiedad que espero que sepáis perdonarme si alego que estaba de parto o que, como Christina Aguilera cuando se embutió en aquel horroroso mono de charol sintético, yo era "not myself" esa noche.

    - ¿Quieres ir al baño?- algo así fue su solícita respuesta.

    - Que no, que me cago, que tengo ganas de empujar- bueno, no sé si fui capaz de explicarme con esta claridad, pero algo así debí de decirle o ella es telépata, pues se alarmó y fue a avisar a Anabel, que estaba comiendo algo en la cocina. Ella también había notado que la cosa se animaba, porque el timbre y la intensidad de mis alaridos habían cambiado (yo, de hecho, recuerdo que a partir de ahí gritaba con todas mis fuerzas con cada contracción, aunque Muchomacho y Rabbit afirman muy convencidos que tanto ruido no hice, no sé si por ahorrarme el sonrojo cuando me cruzo con algún vecino desde entonces) y se dispuso a hacerme una segunda visita. Eran las once de la noche.

    Ya os dije que mi comadrona tiene más recursos que los juzgados de Plaza de Castilla, así que, tras pedirme permiso, me exploró en la misma posición en que me encontraba y me pidió que empujase hacia su mano (no sé si para quitarme un reborde o qué, me lo han contado y no lo recuerdo), lo cual yo hice como si la vida me fuese en ello. Con su habitual tranquilidad, Anabel me explicó no sé qué acerca del expulsivo y me dijo que, si tenía ganas de empujar, lo hiciese a mi conveniencia. En aquel momento, entre neblinas, pensé: "sí, ya, expulsivo... Anda ya, si todavía es muy pronto... Lo dice para animarme".

    Pero el hecho estaba ahí: tenía ganas de empujar, estaba completamente dilatada, había pasado de seis a diez en cuarenta minutos (aunque eso yo aún no lo sabía) y faltaba una hora para tener cara a cara a mi pequeño U-6.

    Y ahora, no me matéis, queridos y queridas, pero esta tarde tengo un evento importantísimo y debo preparar todo lo que necesito llevar, así que os dejaré con la intriga del expulsivo (si es que os intriga) y el posparto inmediato hasta después del puente, si no saco un ratito antes.

    He dicho. Voy a revolucionarme un poco por la casa.

    Lady Vaga, la diva que divaga.

    jueves, 27 de octubre de 2011

    El nacimiento de U-6 (I): El comienzo de la saga

    Queridas y queridos, en toda película americana de acción que se precie llega un momento en que el héroe (o, en este caso, la heroína) tiene que hacer frente a su mayor miedo, que nos ha sido convenientemente expuesto al inicio de la proyección junto con la breve explicación de por qué le echaron del cuerpo de policía y su mujer le abandonó (una variante es que matan a su mujer e hijo y por eso se ha vuelto un loser y casi le da por el tabaco y la bebida). Que consiga salvar el mundo (y, de paso, a la chica, para previsible morreo final) dependerá de si completa con éxito o no esa catarsis que le llevará a un nuevo nivel.

    Lady Vaga, sin ser una heroína de acción, también tuvo que hacer frente a sus miedos para parir a U-6 y eso vengo a contaros hoy (finally!!), pero sin la ayuda de cargas de dinamita, armas de fuego o tirolinas con las que efectuar espectaculares huidas de edificios a punto de explotar. Si queréis enteraros de cómo sucedió, hala, coged las palomitas y tararead la sintonía del león de la Metro o la de Movierecord, según lo patriotas que os sintáis. Y silencio, que empieza.

    La noche del 22 de septiembre, Lord Muchomacho, O.G. y yo fuimos a cenar fuera, en la que intuíamos sería nuestra última cena como familia de tres (y razón teníamos, oye), tras diez días de contracciones nocturnas sin desenlace evidente. O.G. se dedicó a hacer gala de su encanto, de sobra conocido entre el personal de aquel establecimiento, puesto que lo frecuentamos desde hace algunos años, consiguiendo que nuestro camarero le obsequiase con un bolígrafo con cordón "muchulooo", en palabras de mi primogénito. El error de este señor (y trigger o disparador de la situación) fue que intentó colgárselo a O.G. al cuello; este, lógicamente desconfiado aunque aún no es consumidor asiduo de cine de terror y suspense, intentó esquivar al camarero con una llave algo tosca que le granjeó un golpe en la frente contra la mesa. Llanto. Mamá divina que se levanta diligentemente de la mesa, luciendo top strapless palabra de honor y falda monísima, para calmar a su retoño...

    Retoño calmado.

    Deposito a O.G. en su silla de nuevo, cuando de repente...

    Chof.

    Acabo de romper aguas. Oh my God.

    - Cariño, me voy al baño un momento. No pidas postre, que igual tenemos que marcharnos rapidito a casa... -Y me voy al excusado, dejando ojiplático a Lord Muchomacho y a O.G. jugando tranquilamente con su recién adquirido bolígrafo asesino.

    En el baño, el karma me da dos noticias. La mala es que, efectivamente, he roto aguas. La buena es que al menos no he manchado la falda. Improviso un emplasto compresil tenaladyesco con todo el papel higiénico que puedo encontrar y, como en las buenas películas, flashback para que os enteréis de qué va el rollo (mi rollo mental, no el de papel higiénico).

    Misma ciudad, misma diva; dos años antes: el parto de O.G. comienza sin una sola contracción y rompiendo aguas estrepitosamente durante una siesta en la semana 39. Las contracciones aparecen esa misma noche; visualizad a nuestra protagonista (esto es, yo, como siempre) más feliz que Belén Esteban comparando ofertas en el Lidl, pasando cada una con una sonrisa y excitadísima ante la perspectiva de conocer por fin a su primer hijo... A la mañana siguiente, la inocente crisálida que después se convertiría en Lady Vaga acude al hospital para recibir la bronca de la ginecóloga de guardia y el resto ya lo sabéis; y si no lo sabéis, podéis leerlo aquí). Ahora podéis entender la oleada de pánico que me asaltó al notar la bolsa rota y el flashforward mental que tuve pensando que podía acabar en otra cesárea si la cosa no se animaba rápido. Ahí estaba yo, haciendo frente a mi mayor miedo, la rotura prematura de membranas, sin saber cómo terminaría todo.

    Salgo del baño y aviso a Muchomacho de que nos vamos para casa; en el coche, telefoneo a mi comadrona para decirle que he roto aguas y son claras. Ella, sin inmutarse (para eso tiene más tablas que una sauna finlandesa), afirma que pronto empezaré con contracciones y que por la mañana vendrá a visitarme si no tengo novedades antes.

    Pero, como os imaginaréis, aquella noche no tuve ni una miserable contracción. El resto os lo contaré mañana.
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