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sábado, 17 de diciembre de 2011

Los buenos ginecólogos existen

Queridas y queridos, os extrañará que estas palabras surjan de los dedos de vuestra diva combativa, pero en honor a la verdad y cumpliendo una promesa enunciada meses ha, debo abrir vuestros ojos a una verdad que os costará creer y más aún comprobar. Os pido, por tanto, un acto de fe a la hora de leer la siguiente afirmación, que resalto en negrita para fijar vuestros ojos en ella con mayor eficacia:

Los buenos ginecólogos existen.

Como os figuraréis, son un grupo menos numeroso que el de los prepotentes y chapuceros, pero me atrevo a aventurar que eso sucede en casi todas las profesiones. Por tanto, y para que podáis distinguir estas perlas cuando las encontréis, voy a daros una serie de pautas y características que os ayudarán a daros cuenta de que estáis ante uno de los buenos. Si tal aconteciere, queridas y queridos, no olvidéis tomar nota de su nombre y pasármelo a hurtadillas, nunca se sabe cuándo va una a necesitarlo.
  • Un buen ginecólogo no atiende partos por sistema. Está a sus cosas, en su guardia, y no interviene a menos que la comadrona (responsable, recordemos, de la atención al parto normal, y perfectamente capacitada por su formación y experiencia para asistirnos en tan importante trance y para identificar las posibles desviaciones de la normalidad que justificarían la presencia e intervención de un ginecólogo en el mismo) le avise. Sabe que él es un especialista en patologías, en devolver la salud a quien la ha perdido, y que un parto normal no es lugar para él.
  • Un buen ginecólogo no tiene afán de protagonismo. No se dedica a pasar por las habitaciones a dar el coñazo a las parturientas y a agobiarlas, buscando, con la excusa de ver cómo van, un pretexto para sentirse el jefe del cotarro. No mete prisa en plan "si no sale, te lo saco".
  • Un buen ginecólogo es lo es por vocación. Y, por tanto, respeta y admira profundamente el cuerpo de la mujer y su capacidad de gestar, parir y amamantar. Conoce y comprende el proceso. Sabe que él es el último actor, el último garante de la seguridad de la mujer y el bebé, y actuará solo en caso imprescindible. Jamás fabricará una coyuntura para hacerse necesario.
  • Un buen ginecólogo sabe que está tratando con personas y, como te considera una persona, no hará eso tan feo de "disparar primero y preguntar después". No te hará nada sin explicarte antes qué está pasando, por qué considera necesaria una cierta intervención, qué alternativas tienes y qué contraindicaciones o problemas podrían presentarse. Ah: y te pedirá tu consentimiento, pues, al fin y al cabo, tu cuerpo sigue siendo tuyo aunque estés en un hospital. Eso de sacar la tijera y liarse a cortar perinés ajenos o decir "venga, que te vamos a hacer cesárea" está muy feo y no es de buenos profesionales. La gente educada pregunta y se explica.
  • Un buen ginecólogo maneja los datos más actualizados, conoce la evidencia científica y no necesita amedrentar a una embarazada para afianzar su autoridad. Sabe que esa autoridad procede, precisamente, de su capacidad para demostrar y aplicar su conocimiento y no de la monísima bata blanca que se pone cada día al llegar al curro. Le gusta que le pidan explicaciones y le hagan preguntas porque valora a sus usuarias/pacientes como personas y le halaga tratar con mujeres informadas y preocupadas por su salud reproductiva. No es de los que cuelga el título en la consulta y no vuelve a leer nada que no sean las viñetas de la SEGO.
  • Un buen ginecólogo se presenta al encontraros, sea en su consulta o en la habitación del hospital. No tiene miedo de dar su nombre y no es tan prepotente como para considerar que no es de tu incumbencia. Y se toma su tiempo para la visita. Nada de "señoras, bájense las bragas, que va a venir el doctor a mirarles los puntos" (esto pasa de verdad, queridas y queridos, no me lo estoy inventando).
  • Un buen ginecólogo respeta tu autonomía. Si decides no dar tu consentimiento para alguna prueba de seguimiento del embarazo o alguna actuación durante el parto, no te calificará ni te tratará peor por ello. Dialogará contigo, te explicará por qué cree que es necesario hacer tal o cual, pero no entrará en calificaciones personales, no te llamará "mala madre" ni "irresponsable" y no dirá que él es quien más se preocupa por tu bebé, o que tu bebé es lo más importante. No jugará nunca la "carta del niño muerto".
  • Un buen ginecólogo no te infantilizará ni ridiculizará. No se ríe de tu plan de parto ni intenta contestártelo con referencias a mujeres que paren debajo de higueras ni con amenazas de "explosiones vaginales" (esto es verídico también, dicho por sendos jefes de servicio... ¿se pensarán que somos imbéciles? ¿O demasiado incultas para entender qué es una rotura uterina?). No se dirigirá a tu acompañante para intentar ponerle de su lado como si tú fueras una niña caprichosa a la que hay que reconvenir.
  • Un buen ginecólogo mantendrá un clima de respeto si tu parto ha de ser instrumental. No se dedica a hablar del resultado de un partido de fútbol, ni de la ropa que va a llevarse a NY (otra perlita verídica), ni de lo rápido que hace una cesárea (esto me pasó a mí). No olvida que, aunque no sea como tú lo habías soñado, no deja de ser el nacimiento de tu hijo y tanto tu bebé como tú merecéis que el clima sea lo más propicio posible.
  • Un buen ginecólogo no se mete en lo que no le importa. No te hablará de cosas como si puedes/debes o no dar el pecho (salvo en casos de patologías muy concretas, pero ya entramos en eso, en patologías, que son su especialidad, no lo olvidemos), ni se le ocurrirá darte "un puntito de más para que tu marido esté contento".
En resumen, queridas y queridos: que existir, existen, como las meigas, pero son difíciles de encontrar. Yo ya sé de unos cuántos que son auténticos chapuzas y no se me ocurriría bajarme las bragas ante ellos ni aunque dependiese de mí la continuidad de la raza humana (apañados estaríamos), pero no pierdo la esperanza de encontrarme con alguien así alguna vez. Si conocéis alguno, compartidlo, que no está la cosa para ser roñosas.

Se despide para armar torres de construcciones con sus churumbeles,
Lady Vaga,
la diva que divaga.
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