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miércoles, 13 de julio de 2011

¿De qué te quejas, Lady Vaga?

Para empezar, me quejo de lo que me da la gana, que para eso el blog es mío. Y si no te gusta, como dirían en Portugal, "rua!", es decir a la very calle. Es el botón rojo de arriba a la izquierda si usas Mac. En Windows creo que va a la derecha, no me acuerdo bien ahora mismo.

Me quejo porque fui una ingenua, me creí las promesas de un hospital chupiguay de la muerte con un protocolo de "parto científico humanizado" (sic) que-te-mueres-de-la-envidia y hasta me cambié el seguro médico para dar a luz con ellos. Si lo llego a saber, me cambio pero de ciudad para no verles ni de lejos. Tonta yo.

Me quejo porque pensé que, si todos los médicos que allí me seguían el embarazo me decían que la plantilla al completo seguía el protocolo, sería verdad y ya no busqué más. Tonta al cuadrado, o al cubo si se puede.

Me quejo porque el día en que ingresé había una soplapollas de guardia que mejor podría dedicarse al corte y la confección, porque lo que le gusta es echar rajas y suturas a tutiplén, y dejar la obstetricia, que trata con personas vivas, para alguien con vocación real. Esa noche atendió tres partos antes que el mío; curiosamente, todos acabaron en cesárea. ¿Y el mío? ¡Sorpresa! ¡Otra cesárea! Alguien debió de contarle que si hacía el pleno en la guardia le regalaban un perrito piloto y un jamón de Teruel, porque la tía iba a por todas... A por todas las parturientas que tuvimos la mala suerte de cruzarnos con ella. Yo te maldigo, carnicera. Ojalá te dé codo de tenista y te salgan orzuelos en los dos ojos (y hemorroides en el del culo) para que no puedas rajar más.

Me quejo porque la muy jadepí se permitía el lujo de hacer comentarios sobre si mi orina olía a antibiótico mientras me tactaba. Pedazo de espingarda cabrona, ¿y a qué olerías tú después de doce horas de medicación por la vena? Para otra vez, pínchame Chanel Nº5, o mejor, cáete antes de entrar en el box y te partes una pierna, reina, a ver a qué te huele cuando te quiten la escayola.

Me quejo porque la comadreja, que no comadrona, que me (des)atendió me respondió con un "yo a ti no tengo por qué darte clases de Medicina" cuando le pregunté si la oxitocina era realmente imprescindible. Pues claro, bonita, no puedes dármelas porque no eres médico y porque no es lo que te estoy pidiendo. Desde aquí exijo al Ministerio de Educación que revise el plan de estudios para mejorar la comprensión lectora y del mensaje en general por parte de estos estudiantes díscolos. Que nadie pueda terminar el bachillerato sin ser capaz de entender una simple pregunta, por favor, y mucho menos acceder a la universidad.

Me quejo porque me inmovilizaron con monitor continuo y vía intravenosa (antibótico online full time) con amenaza de "como te muevas y se pierda el latido tralarí y tralará" y a las dos horas apareció la comadreja (first time ever) a abroncarme por no estar paseando. Que me explique cómo se hace con todo el cableado fijado al cabecero de la cama. Cegata cabrona.

Me quejo porque me dejaron once horas a solas con Lord Muchomacho en un box a 29º (no me lo invento, tenía un termómetro justo enfrente, lo cual creo que está catalogado como tortura y recochineo por varias asociaciones pro derechos humanos, como poco) sin entrar más que para regañarme por no estar dilatando a velocidad suficiente y subirme la oxitocina. Ojo, lo que me molesta es eso y no el hecho de estar a solas con mi hombre, no nos entendamos mal. Que luego lo lee y me forra.

Me quejo porque no me dejaron deambular ni beber líquidos y no entendían que ni boca arriba ni de lado aliviaba mi dolor. Me quejo porque la única alternativa que me daban era "pues ponte la epidural, hija" y la respuesta a mi sed y mis labios cortados, "el suero te mantiene hidratada". Me imagino que estas iluminadas de la vida se ahorran el pastón en cremitas para la cara a base de sisar el suero del hospital para enchufárselo por todos los orificios faciales, así se mantienen hidratadas.

Me quejo porque, cuando me dolía a rabiar a pesar de la puta divina epidural, Lord Muchomacho se lo comunicaba a las tres tipejas que estaban allí fuera viendo la tele y ellas respondían "es que le tiene que doler, ¿qué se cree tu mujer que es un parto?". Para la próxima, la epidural os la pongo yo a vosotras, cachondas, pero en todo el clítoris y con una aguja de hacer punto.

Me quejo porque durante mi cesárea la carnicerita se dedicó a alardear de lo poco que tardaba en hacerlas. Señora, por Dior, que me acojona, ¿es usted Fernando Alonso con bata blanca o una profesional un poco seria? Que está naciendo mi hijo, no se olvide...

Me quejo porque las tres zorras que pasaron de venir a verme cuando me quejaba de dolor bien que corrieron a entrar al paritorio para ver mi "prueba de parto". Pero esa vez estuve rápida y les dije que se fuesen, que era un parto y no la final de la Champions League.

Me quejo porque Lord Muchomacho no pudo entrar conmigo a la cesárea. Le dejaron esperando fuera sin más explicación que "vamos a hacerle una cesárea a tu mujer". Empatía cero también para los acompañantes. Ni os cuento lo que le dijeron a mi madre, total, no me creeríais...

Me quejo porque se llevaron a mi hijo en cuanto me lo sacaron y una imbécil, que a día de hoy aún no sé quién, es me golpeó en la mano cuando la extendí para acariciarle, diciendo "no puedes tocarlo". ¿No puedo yo, que soy su madre? No deberías poder tú, descerebrada falta de educación y de respeto. Deseo que te atropellen los cuatro jinetes del Apocalipsis, uno detrás de otro. Y cuando ellos pasen, que te atropellen la cabalgata de los Reyes Magos y la del Orgullo Gay.

Me quejo porque me dejaron sola durante toda una hora en Reanimación, por más que yo pedía que me llevaran ya con mi hijo y sonreía dócilmente para demostrar que me encontraba bien.

Me quejo porque coaccionaron a mi marido, amenazándole con que el niño se iba a "deshidratar  y morirse" si no le daba un biberón enseguida. Cuando me llevaron a la habitación, mi hijo había probado un biberón antes que mi pecho. Hoy día, es alérgico a la leche de vaca... A buen entendedor, pocas palabras bastan y a los estudios me remito.

Me quejo porque, cuando pedí ayuda para la lactancia, la respuesta fue "tú tienes pezones planos, ponte pezoneras y a ver si acaso. Cada tres horas, diez minutos de cada pecho". Menos mal que me pasé por el forro el segundo consejito. El primero me costó unas hermosas grietas sangrantes que me hacían parecer una de esas efigies de la virgen que sangran por los ojos, pero con tetas al aire. Habría quedado guay en alguna iglesia de esas rollo "new age".

Me quejo porque fui una semana después a la cura y a quitarme las grapas y, cuando mi madre le dijo al enfermero que su hija (yo) había tenido un parto muy duro, él respondió "chica, si fue una cesárea, no fue un parto". No, claro, mis chorrocientas horas sudando y empujando eran para ahorrarme el gimnasio de ese mes, que no está la economía para tonterías, oiga.

Me quejo de la reacción alérgica a-no-sabemos-qué que me llenó de ronchas de cintura para abajo y que nadie me explicó jamás. De hecho, tenía la alergóloga en el mismo hospital y, cuando la mujer fue a mirar mi historial para ver qué me habían puesto, exclamó "¡qué raro, no sale nada, está en blanco!". Toma ya X-File castizo.

Y podría seguir quejándome, pero mira, ya no me apetece. Me he quedado muy a gustito con este despotrique, así que ahora voy a tomarme un vasito de leche merengada sentada en la terraza.

Gracias a las chicas de El Parto es Nuestro vi por primera vez esta imagen que tan bien refleja cómo nos sentimos algunas mujeres cuyos partos fueron actos violentos en vez de actos de amor. Rotas, violadas, agredidas, remendadas y, por si fuera poco, ninguneadas: "¿de qué te quejas, si tu hijo está bien?"

lunes, 20 de junio de 2011

Lady Vaga y la doctora Mayer

Creo, queridas y queridos, que lo mío con los ginecólogos es, sencillamente, mala suerte. O eso, o estoy pagando el mal karma de una vida anterior... Seguramente debí de ser una carnicera, pero carnicera mala, de esas que dan los filetes con más nervios a las parroquianas que les caen gordas y encima le ponen bien de papel al producto para que dé más peso en la báscula (esto me lo contó mi abuela, que a ella se lo hacía el charcutero, ¡tío malo!, fíjate tú qué mala persona y qué rata, porque ¿qué iba a ganar, dos céntimos por incauta viejecilla? El caso es que mi abuela también está pagando mal karma de otra vida, fijo, porque recuerdo que se quejaba, asimismo, de que el portero nunca limpiaba los apliques del portal... De hecho, durante un tiempo me ha venido rondando esa frase como glorioso inicio de una novela: "El portero de mi abuela no limpiaba los apliques". ¿A que es digna de Truman Capote? Algún día encontraréis mi gran obra en librerías y, cuando la abráis, leeréis esas magníficas e intrigantes palabras inaugurando el relato. Pero basta ya de divagar. Volvamos a lo puramente ginecológico).

Os decía, queridas y queridos, que en esta vida presente he sido agraciada con un físico espectacular, como sabéis quienes me conocéis; un cerebro maravilloso con memoria eidética de serie, como sabéis sólo algunos de vosotros, dado que me chifla hacerme la tonta; una familia estupenda y una colección de zapatos que cualquier día organizarán un referendum para independizarse de mis armarios. Sin embargo, tengo que reconocer que me cuesta encontrar un ginecólogo en condiciones; jamás he tenido problemas con alergólogos, neumólogos, endocrinos ni médicos de cabecera, pero en lo que toca a mis partes privadas, amigos, la mala suerte me persigue.

Recuerdo a mi primera ginecóloga, la que tuvo el honor de revisar mis bajos por vez primera y de prescribirme la píldora para que Lord Muchomacho y yo, jovenzuelos entonces y entusiastas del sexo non stop, pudiésemos liberarnos de la tiranía condónica que entonces nos atenazaba. Ya no recuerdo su nombre (aunque la llamaré doctora Mayer por el motivo que a continuación paso a exponer), pero sí su curiosa falta de empatía cuando le comenté, a los seis meses de estar tomando la pastillita, que me había subido el colesterol una burrada:

- Pues, hija, no comas tantas salchichas...

- ¿Cómo dice, señora? No he comido una salchicha en mi vida, para su información.

Y, queridos y queridas, era verdad. Y lo sigue siendo a día de hoy. No me gustan las salchichas y no las como, me dan mucho asco, qué queréis, soy así de ñoña... Si lo que pretendía esa señora era hacer un chiste de mal gusto, lo consiguió, dejándome perpleja y molesta a partes iguales... Ah, y reprimida, porque me aguanté las ganas de decirle que para comerle a gusto la salchicha a mi señor esposo no me hacía falta alguna tomar pastillas, fuesen anticonceptivas o antiácido, pero ya sabéis (podéis corearlo al unísono si os place) que yo soy una dama. Por eso me callo más de una y más de dos y así me va.

Ahora, decidme si no tengo yo un radar de ginesaurios entre las orejas... Que es mucha casualidad tanto cenutrio en la misma especialidad médica, digo yo. Eso sí, el viejecito que me hizo mi primera ecografía fue absolutamente encantador, como un Papá Noel vestido de blanco, patrocinado por Pfizer en vez de Coca-Cola, otro día os cuento.

Besos retrospectivos,
Lady Vaga.

jueves, 9 de junio de 2011

La doctora Maja mola mazo

Queridas y queridos, voy por una vez (y sin que sirva como precedente) a intentar ser breve para contaros que el lunes, a la salida de mi consulta en el hospital, coincidí con la doctora Maja, la cual, como su propio pseudónimo indica, es una mujer dulce, agradable y maja a más no poder.

Es una persona que se molesta en tomarse unos minutos para charlar con el paciente, interesándose de verdad en resolver las dudas que le plantea; las dos veces que me visitó, se sentó junto a mí en la cama, me pidió permiso antes de palparme y de hacer el ultrasonido y hasta nos contó que ella también tenía un bebé al que daba el pecho (creo que era algo mayor que O. G., no lo recuerdo bien; el bebé, digo), alabó que practicásemos el colecho y que siguiésemos con la lactancia y nos recordó que Minimacho podía perfectamente llegar a término. Sus palabras y su actitud fueron para mí un bálsamo y sólo lamenté que la jefa de la planta fuese la Fistra y no ella; otro gallo nos cantaría a las mujeres allí ingresadas.

A lo que iba: que el lunes nos la encontramos, se acordaba de mí (de mi nombre, no sólo del caso, lo cual me hizo alucinar) y charlamos durante unos minutos sobre lactancia y otros asuntillos. Se despidió diciendo que a ver si coincidíamos en mi parto, lo cual, si todo va como yo espero, no sucederá, pero tened por seguro que cuando visite a la Fistra sacaré unos minutos para saludar a esta dama de la medicina como merece.

Os cuento esto para que veáis que no estoy tan obcecada, que valoro que un médico sea capaz de empatizar y que agradezco a esos buenos profesionales que sigan demostrándonos cada día que el Ginesaurus es una especie en extinción, aunque algunas parecemos tener un radar especial para encontrárnoslos a nuestro paso.

Besos y arrumacos,
Lady Vaga,
diva sedente.

miércoles, 8 de junio de 2011

Lady Vaga Vs. Dra. Fistra: Final round

Me quedan todavía, queridas y queridos, anécdotas e historietas sobre mi estancia en Hotel Espe, pero me gusta dosificarlas para no parecer un abuelo contando sus cosas de la guerra o nuestros padres con lo de la mili. Así de repente se me ocurre que tengo que contaros quién es la doctora Maja (maja y simpática como ella sola, un amor de señora), cómo fue mi última conversación con la Fistra o qué ocurrió cuando me negué a  hacerme dos analíticas en un día y vino la doctora de guardia a "negociar".
Sin embargo, sé que a lo que a vosotros os interesa es el puro y duro despelleje, el rechinar de dientes hasta llegar al hueso y, si me apuráis, al tuétano de la cuestión, y por ello, voy a dedicar esta entrada a relatar el final (por ahora) de mi lucha con la doctora Fistra.

Sucedió el lunes, 28 de marzo. Pasé la noche anterior presa de la incertidumbre, di vueltas nerviosamente en la cama, dormité sin descansar y hasta estuve en un tris de morderme las uñas, lo cual conseguí evitar a fuerza de decirme a mí misma que lo que la Fistra tuviese planeado para mí no podía ser tan malo como para justificar que yo echase a perder una estupenda manicura. Es más, conversaba Lady Vaga con Lady Cagada (que era yo con mis miedos y mis historias), es que no tenía ni por qué aceptar ni acatar lo que ella dijese. Faltaría plus. Que era la médico, no mi Ama sadomaso (bien le habría gustado a ella).

Por la mañana, mi prima tenía previsto venir a visitarme y Lord Muchomacho y yo estuvimos bromeando con que a ver si se presentaba y ya no me encontraba en la habitación porque me habían dado el alta... ¡Incautos de nosotros! Pecábamos de inocentes y desmemoriados, pues la doctora Fistra tiene por costumbre hacer la ronda por las habitaciones a última hora, supongo que para jodernos la comida a las pacientes (perdón por la palabrota, pero en realidad es un eufemismo de todos los otros verbos que podría haber colocado en su lugar...) con sus gracietas desprovistas de todo chiste (salvo que vaticinar muertes pueda considerarse divertido en algún sitio, para mí ignoto).

En fin. Entre visita y visita de las agradables enfermeras (siempre os lo recuerdo, pero por si no os queda suficientemente claro, esto va sin sarcasmo), que aprovechaban para recordarme que igual ese mismo día me perdían de vista (wishful thinking, me decía yo a mí misma), ecografía en el departamento de Alto Riesgo y la visita de mi prima, yo dediqué lo que sobró de la mañana a buscar mi traje de súper heroína, mi máscara y mis botas de taconazo con el loable objetivo de que mi previsible enfrentamiento con la doctora Fistra transmutada en declarada arpía terminase con un K.O. fulminante a mi favor. Aproveché para poner a prueba mis súper poderes (pestañas-crea-huracanes, patada voladora chucknorresca free style y lengua VIPerina afilada al máximo, entre otros) y para retocarme el pelo cuando me dejaron levantarme para ir al baño. Mi corazón se aceleraba conforme se acercaba el gran momento, pues sabía que, como en Los Inmortales, sólo podía quedar una... Y tenía que ser yo, por mis ovarios que son pares.

Y llegó la doctora Fistra, creo recordar que acompañada, pero ese dato nimio ya me baila en la cabeza, por su joven acólita y esbirra en horas de trabajo, la simpar doctora Carapeta. Entró con soberbia (la Fistra, digo), marcando el paso y con mirada altanera, pero yo activé mi escudo protector a tiempo para repeler sus burdos ataques.

- Ya tenemos los resultados de la analítica de ayer, la PCR está mejor, ha bajado- en este punto nuestras miradas se cruzaron, el ambiente de la habitación se cuajó de electricidad estática, a la Carapeta se le pusieron tiesas las puntas del flequillo y la doctora, previendo mi optimismo, lanzó la andanada-. El jueves hacemos otra analítica y una ecografía a ver qué tal sigue todo y ya las iremos espaciando si todo va bien. Cada lunes le harán el seguimiento en Alto Riesgo.

- ¿Y el jueves me la hacen ya ambulatoria? ¿Me dan ya el alta?

- No, de alta nada todavía. Tiene usted que quedarse aquí más tiempo- implacable, la tía, oye.

- Pues el doctor que me vio ayer dijo que iba a proponer mi alta en la reunión de hoy...

- El doctor de ayer era un optimista- "¿era?" ¿Lo habrá liquidado? Imagino al pobre hombre atrapado en una dimensión extraña por darme buenas noticias y pienso que mi siguiente misión, tras salvaguardar la integridad física de Minimacho y la mía propia, es salvarle y devolverle a su hogar-. Tiene usted que quedarse más tiempo, porque aún no sabemos lo que tiene.

- Pero, doctora- intento agotar la vía diplomática-, si ya tengo la PCR bien y todos los demás indicativos de infección también están correctos, ya no estoy tomando antibiótico y el líquido amniótico sale perfecto en todas las ecografías, ¿qué le hace pensar que tengo algo?- la muy guarra no me lo dice abiertamente, pero sigue empeñada en que tengo una corioamnionitis. O eso o SIDA, porque me lo ha preguntado como tres veces y me lo ha mirado en dos analíticas. La verdad es que ninguna de las dos opciones me seduce ni un poco, prefiero estar sanita como siempre, pero gracias por preocuparse, doctora.

- Que la PCR salga bien no significa que no haya infección- toma ya, pero si sale mal sí la hay... Jódete y baila-. Dénos más tiempo para ver qué es lo que tiene, sea paciente- parece que ella también vuelve a la diplomacia-. No debe usted hacer planes para las próximas semanas.

- Doctora, tengo entendido que X, que llevaba aquí ingresada varias semanas, se ha marchado ya con el alta voluntaria, y su caso era más grave que el mío- la chica había perdido dos bebés, por lo visto, por el mismo problema, y en esta ocasión se tiró ingresada casi diez semanas sin poder levantarse siquiera para ir al baño o para que le cambiasen la cama. Finalmente, optó por alquilar una cama articulada y marcharse a su casa, pues tenía otros dos hijos a los que atender.

- De ninguna manera, su caso es más grave, puesto que ella rompió la bolsa de veintitrés semanas y usted lo ha hecho con catorce- bueno, vale, no lo hice adrede, no me pegue en el culito, doctora.

- Pero yo no he vuelto a perder líquido, no me encuentro mal ni...

- Mire, usted se tiene que quedar más tiempo y ya está. Lo que vamos a hacer es ir espaciando las pruebas y veremos qué tal sigue hasta que consideremos que se puede marchar. Ya le he dicho que no haga planes para las próximas semanas.

- ¿Semanas? Doctora, que yo tengo una vida fuera, tengo un hijo, un marido que atender, un trabajo y cosas de las que ocuparme... Al menos dígame cuánto tiempo más tengo que quedarme, según usted- hizo falta que insistiera tres o cuatro veces, la tía se escabullía como un zaroniano cabreado. ¿Mmmh? ¿No entendéis mi chiste friki? En ese caso, os exijo que leáis Pulp, de Charles Bukowski (mi escritor favorito, por cierto), o al menos la página 71 en esta versión digital.

- Pues como poco, dos o tres semanas más. Sea usted paciente, la infección puede manifestarse en cualquier momento y es mejor que esté usted aquí cuando eso suceda- tanto optimismo me desarma y decido callarme, porque por mi mente pasan varias opciones, ninguna de las cuales es aceptable desde el punto de vista de la educación y el evitamiento de la confrontación física a muerte:

  • a) Decir con voz terrible "Aquí se va a quedar su p*** madre, doctora Fistra, yo me piro".
  • b) Hacer una cuerda atando las sábanas y huir por la ventana. Descartado, porque la ventana sólo se abre un poquito y no quiero espachurrar a Minimacho.
  • c) ¡Patada voladora! Pero no, en un hospital tan grande y moderno seguro que hay maxilofaciales que le arreglan la quijada en un momento y así no tiene gracia.
Opto, pues, por el silencio, apoyada por un diálogo mudo y fugaz que mantengo con Lord Muchomacho en unas décimas de segundo, y la doctora Fistra se marcha con aire ganador. No bien sale por la puerta, Lord Muchomacho y yo nos miramos; él, con la ceja arqueada, yo con la mirada de mala leche que me sale en estas circunstancias.

- Alta voluntaria, nena, alta voluntaria.

- Amor, acabas de leerme el pensamiento.

Total, para estar allí pasando el rato sin moverme, sin hacerme pruebas ni tomar medicación, también puedo darme al Dolce Far Niente en casa... Y mi Lord se ahorra viajes, dormimos todos en nuestra cama y comemos comida casera, que ya está bien de tanto catering bienintencionado en el que todas las carnes saben a lo mismo.

Avisamos a la enfermera de que queremos pedir el alta voluntaria para que se lo comunique a la simpática doctora Fistra, con la esperanza de que se lo cuente mientras bebe un café, se le vaya por otro lado y le dé mucha tos... Y ya puestos, le deseo que se manche los zapatos al echarlo, que a mala no me gana nadie. Pero ella no está por la labor de jugar un segundo asalto y pasa de volver a mi habitación, así que deja transcurrir la media hora que falta hasta finalizar su turno (y no me digáis que tenía más pacientes por ver, porque ya me habían comentado las enfermeras que a mí me solía dejar para el final) y se marcha tranquilamente, con el convencimiento de haberme noqueado.

Por la tarde, después de recordarle a la enfermera que queríamos marcharnos y que no pensábamos esperar hasta que la Fistra volviese al día siguiente, vino el médico de guardia a firmarme el informe de alta y toda la parafernalia conveniente, acompañado de la doctora Carapeta, que flipaba bastante e intentaba mantener la cara de póker ante mi osadía (osadía que me hubiese gustado tener en la jeta de la doctora Fistra, pero qué queréis, queridas y queridos, soy lenta de reflejos y tengo que aprender a vivir con ello). El doctor dijo que, vista mi evolución, él no veía ninguna inconsciencia en que me marchase a casa y que, además, la pérdida de líquido amniótico seguramente habría sido un falso positivo del Amnisure (que haberlos, haylos, por lo visto). Charlamos unos minutos, me dio algunas recomendaciones de vida (descanso, tomarme la temperatura tres veces al día, no hacer esfuerzos físicos y volver al hospital si notaba dolor abdominal o volvía a perder líquido), me recordó que mi bebé aún podía llegar a la viabilidad y nacer prematuro (a lo cual yo le contesté que prefería pasarme de viabilidad y llegar a la semana 38) y se marchó deseándome suerte. La joven Carapeta tuvo que rehacer mi informe porque había datos incorrectos y cuando nos lo trajo corregido me recordó que no se me ocurriese coger en brazos a O. G. ni hacer posturas raras, que mejor me estuviese tumbada en la cama.

La contención de que hicimos gala mereció la pena cuando vi la cara de felicidad de Lord Muchomacho, que me dio un abrazo estrujahuesos extra grande (y, seguramente, por completo contraindicado en mis circunstancias) y se puso a recoger nuestras cosas haciendo gala de su súper diligencia (de hecho, el domingo tras la visita del médico ya había estado organizando cosas en casa y había llevado a la señora que nos ayuda para que limpiase a fondo nuestra habitación y cambiase las sábanas, ¿no es encantador?); parecía un huracán ordenando todo a su paso, clasificando ropa, apilando libros y revistas y embolsando fruta y comida. Yo me puse el pantalón vaquero y una camiseta y me quedé sentada en el sofá mientras él iba cargando el coche y O. G. jugaba por la habitación, cada vez más vacía.

Creo que me despedí de alguna enfermera que pasó por allí, pero no lo recuerdo con nitidez; sí sé que me dijo algo de que no pasaba nada por que el bebé fuese prematuro y que nos veríamos para el parto, a lo cual yo sonreí y le dije que, en ese caso, esperaba no verla hasta septiembre.

Lord Muchomacho volvió, cogió a Jorge en su brazo izquierdo, me pasó el derecho por la cintura y me sacó de aquella habitación donde habíamos pasado dos semanas que me parecían dos años; la espalda comenzó a dolerme a los pocos pasos, supongo que por tantos días de inactividad, y sentía una extraña mezcla de alegría e incredulidad al pensar que pronto estaría de nuevo en casa. Recorría los pasillos como un zombi, porque ni siquiera los conocía (yo había ingresado por Urgencias), me dejaba llevar sin terminar de asumir que me estaba marchando, que iba a dormir en mi cama.

No hace falta que os diga, sentimental como soy, que en cuanto entré en el coche me eché a llorar de felicidad, pero también de tristeza por todo lo sucedido, destete involuntario de O. G. incluido...

Y desde entonces, aquí estoy, haciéndole al sofá la forma de mi trasero redondo y turgente cual fruta madura... Hasta el martes que viene, que me incorpore a la vida "útil".

Lady Vaga,
la diva que divaga.

sábado, 4 de junio de 2011

Último domingo en Hotel Espe

Queridas y queridos, me quedan muchas anécdotas de mi estancia en Hotel Espe para compartir con vosotros, pero poco a poco el olvido va cayendo sobre esos días (por fortuna para mí) y los detalles van viéndose sustituidos por una sensación general de neblina mental que empaña los peores momentos.

Sin embargo, todavía tengo fresco en la cabeza el domingo 27 de marzo, porque fue el día en que un simpático doctor de guardia pasó por mi habitación para la visita y me informó de que mi PCR estaba, ¡finalmente!, en valores normales. Bueno, el límite se fija en 10 (no sé si en todos los laboratorios es igual o habrá ligeras variaciones, hablo del límite que se manejaba en Hotel Espe) y la mía estaba en 10,4, lo cual era un magnífico triunfo dado que había llegado a tenerla en 99,8 apenas cinco días antes...

Este doctor, por fin, se tomó el tiempo necesario para responder a mis dudas, me dedicó esos cinco minutos que todo paciente preguntón agradece (¿ves cómo no era tan difícil, Fistrilla mía?) y me informó, ¡oh, dioses, oh, sí!, de que al día siguiente propondría mi alta en la reunión matinal. Yo no sabía qué decir, estaba boquiabierta y no alcanzaba a reaccionar... ¿Irme a mi casa? ¿Por fin? ¡No me lo creía!

Supongo que la mezcla de alegría e incredulidad que nos invadía a mí y a Lord Muchomacho era compartida por las enfermeras de planta, pero sólo al 50%, es decir, en la parte de alegría, pues veían claro después de dos semanas que se iban a librar de la preguntona de la bolsa fisurada... Todas las visitas que me hicieron el resto del día e incluso a la mañana siguiente incluían, además de la gran sonrisa con la que siempre entraban (eso no es sarcasmo, es de verdad) y el "¿qué tal estás?" (aderezado con algunos mimos extra para O. G., que ejercitaba con maestría sus dotes de seducción sobre todas y cada una de las enfermeras que pasaban por la habitación) un "bueno, que mañana te vas a casa..." que yo quería terminar de interiorizar...

Mi respuesta, invariablemente, era "bueno, mañana o el martes, no quiero hacerme ilusiones", a lo cual me respondían con contundente lógica "si ya tienes bien la PCR, has acabado los antibióticos y no has vuelto a perder líquido, ¿para qué te van a tener aquí más tiempo?".

Pero yo no me fiaba, sabía que aún me quedaba, como mínimo, un último asalto con mi archienemiga, la implacable Dra. Fistra y, como si de un combate entre Charles Xavier y Magneto se tratase, yo era, al fin y al cabo, la de la movilidad restringida y sólo podía contar con el poder de mi mente (la cual estaba cada vez más floja de energía desde hacía dos semanas), mientras que ella gozaba de todo un arsenal de objetos metálicos a su disposición.

martes, 31 de mayo de 2011

Lady Vaga y el ginecólogo chulazo

Queridas y queridos, por si alguno tiene dudas aún a estas alturas, os confesaré que mi relación antagónica con los ginecólogos no siempre fue así. Hubo un tiempo en que sus batiblanqueadas presencias no me provocaban taquicardias, sudores fríos y castañeteo de rodillas. Creedlo o no, es la verdad, acólitos.

Todavía recuerdo el primer ginecólogo que se cruzó en mi camino, ¡ay!, qué hermoso era. Para honrar su recuerdo como merece, le llamaré "el ginecólogo chulazo".

Sabed, queridas y queridos, que mis honorables ancestros nunca han sido partidarios de revisar partes del cuerpo "porque sí" ni de andar palpando redondeces a la búsqueda de bultos espurios ni, por supuesto, de meter dedos por orificio alguno (ni siquiera los que la ropa no tapa, no) así, sin ton ni son. Así llegué yo a cumplir 21 primaveras sin haber pasado por las manos de ginecastro ninguno y sí por las de algún afortunado partenaire.

En aquellos tiempos, oh lectores, Lady Vaga era el embrión daftpunkero de la diva refinada que ahora conocéis. Es decir, ya era VIPerina hasta la extenuación, pero hoy día me encuentro harder, better, faster, stronger, sin perjuicio de admitir que entonces tenía las tetas algo más alpinas y el orgullo menos baqueteado.

Me dio por estudiar una lengua extranjera que en el futuro me traería inconmensurables alegrías y fue la primera de ellas coincidir en clase con un espécimen masculino alto, moreno y de piel tostada por el sol que nos hacía suspirar y mojar el underwear a todas las damas concurrentes. No entraré en detalles físico-escultóricos, porque sé que al menos una de mis lectoras, Lady Rabbit en concreto, está sin bragas ahora mismo y no quiero que haga efecto ventosa en la silla del despacho. Perdonadme, pues, y culpadla a ella de la curiosidad en que quedáis sumidas. ¡Se siente!

Un día, durante el descanso, el macho ibérico se me acerca y comenzamos a charlar acerca de nuestras respectivas profesiones y vidas. Se extraña sobremanera de que, a mis años, aún no me haya subido al potro de ningún profesional -si bien siempre me he considerado una consumada amazona, digna descendiente de Andrómaca- y procede a explicarme cómo es una revisión. Os ahorro los detalles técnicos que, por otra parte, casi todas conocéis o podéis imaginar, y voy al meollo, que tuvo lugar después de que yo le dijese que no veía necesidad de que nadie me metiese dedillos o aparatejos por ahí abajo sin antes besarme el cuello o llevarme a cenar:

- Tú vente un día a mi consulta, Lady, que muchas decís que preferís una chica, pero las chicas te van a meter dos dedos para revisarte y yo no, yo lo hago con uno- y me muestra su mano derecha, del tamaño de una raqueta de paddle, a juego con sus casi dos metros de dorado esplendor.

- Pero ¿de verdad te crees que enseñándome esa pedazo de mano que tienes me van a dar ganas de ir a tu consulta?

Y aquí viene mi consejo, niñas: nunca, nunca, nunca dejéis que os revise los bajos un ginecólogo chulazo que busca clientas entre sus compañeras de clase. Porque lo más probable es que no sea ni médico ni nada y solo quiera aprovecharse de vuestra inocencia y franco candor. Y si un tío tan guapo recurre a esa pésima estrategia en vez de a fardar de físico, es que alguna tara importante tiene.

He dicho, nenas, luego no os quejéis de que no avisé.

viernes, 20 de mayo de 2011

Lady Vaga vs. el terrible Jefe de Servicio

Temía yo aquel momento como a una vara verde. Queridos y queridas, por fin había sucedido: no llevaba ni una semana ingresada y la dra. Fistra, harta de mi histeria, mi impertinencia, mis interrogatorios a las enfermeras (porque ella no se dejaba, la jodía) y mi belleza espectacular incluso a cara lavada, vena rota y antibiótico a go-gó, reaccionó.

En una noche de luna creciente, la Fistra se cambió la bata blanca por otra negra, se pintó los ojos con alheña e invocó a su dios, su superior, el omnipotente Jefe de Servicio. Entre vapores de azufre y truenos de tormenta, el Jefe de Servicio se le apareció, se sintió complacido por su danza (reggaeton-fox, ecléctica que es ella) y por sus ofrendas (unas cuantas embarazadas atadas a sus camas a las que había inyectado hierro en vena para que su malestar ayudase a atraer al Supremo) y escuchó su petición. La Fistra, como groupie de segunda regional, necesitaba a su Jefazo para achantar a una preñada inoportuna que se negaba a palmar de una infección y se revolvía cuando le decían que su bebé iba por el mal camino. El Maligno se avino a reducir a la subversiva elementa, cambió sus patas de cabra por unos pantalones de pinzas y se calzó las gafas de reñir.

Os diré que la Fistra es una maestra del suspense digna de epatar a Hitchcock si ambos coincidiesen por ahí: me adelantó en una de sus visitas que al día siguiente vendría a verme el jefe de servicio, que quería hablar conmigo. Mi pobre esfínter anal se contrajo para retener un pedete de miedo (por suerte, lo consiguió) y ella disfrutó el momento, cual madrastra de Blancanieves (blanca estaba yo ya por esos días a base de antibióticos y pinchazos en la vena, sí).

La mañana que le correspondía apareció el jefe de servicio. Yo le temía, pues Lady Rabbit me había contado que durante su cesárea él estaba en quirófano y bromeaba diciendo al cirujano "ten cuidado, que cortas al bebé", lo cual a mí me parecía poco menos que sádico. Debo decir que físicamente me sorprendió, pues yo esperaba un prodigio de maldad tipo macho cabrío y él, en cambio, escogió manifestarse en la forma de un señor de mediana edad y estatura corriente, con pelo canoso y nada amenazante en general.

Decidió ser directo, lo cual yo agradecí, pues sabéis que estaba aquellos días muy atareada y no podía dedicar demasiado tiempo a menesteres prescindibles. Le invité a sentarse, pero él declinó mi gentil oferta, supongo que por aquello del lenguaje no verbal.

- Me han dicho que no está usted conforme con cómo se está llevando su caso, que dice que no la informan.

- Efectivamente, doctor, no me informan. Tengo que preguntar a las enfermeras, las cuales no tienen ninguna obligación de contarme nada- sonrisa, tono dulce, ojos grandes de muñeca. Hay que ganarse al enemigo.

- Bueno, lo que se le cuenta es lo que se sabe. ¿Qué quiere usted saber más?- pregunta peligrosa. Sopeso mis opciones durante una décima de segundo, intentando escoger la menos mala- No tenemos ni idea de cómo va a evolucionar su caso, así que nadie puede darle esa respuesta.

- Doctor, ¿sabe cuál creo yo que es el problema? Soy yo- los ojos del médico se abren un poquito más, demostrando su incredulidad ante lo que acaba de oír-, que los sobrevaloro. Tiendo a pensar que saben tanto, tanto, que tienen todas las respuestas, y claro, supongo que algunos de sus compañeros se sienten abrumados- toma, Fistra, pedazo de zorra, esquívala si puedes-. Me pongo en sus manos y me gusta que me expliquen bien las cosas; supongo que valoro demasiado su profesión...

Visiblemente halagado, el jefe de servicio baja la guardia:

- Bueno, no somos dioses- ya le gustaría a él-, sino personas, y no podemos saberlo todo. ¿Tiene alguna otra pregunta?- aprovecha para resumirme brevemente lo que yo ya sé: hay un indicador de infección que me sube en cada nueva analítica, pero todos los demás continúan perfectos, lo cual les tiene algo despistados y por eso están a la espera de ver qué sucede, la infección no puede confirmarse ni descartarse con los datos de que disponen. Muy bien, esto podría hacerlo mi doctora, pero no le sale del parrús, prefiere hacerme jugar al tangram con la información que me suministra troceada cual menestra verdulera.

- Bueno, doctor, entonces- sonrisa, parpadeo de pestañas abanicantes cual pai-pai tropical, voz calculada (que para eso me tiré años en la radio)-, ¿en cuánto se me tendría que quedar la PCR para que ustedes pudiesen descartar del todo la infección? Para que me manden a mi casa...

- Pues con que se quedase en torno a veinticinco o treinta ya nos serviría...

- De acuerdo, pues para mañana la pienso tener en treinta, doctor- él ríe y yo también.

Objetivo conseguido: hemos toreado al miura y hasta le hemos acariciado un poquito la testuz. El jefe de servicio se despide con amabilidad y se marcha y yo me quedo en la habitación tan satisfecha como si me hubiese acabado de hacer un circuito spa completo con peluquería, manicura, pedicura y orgasmo incluidos.

Lord Muchomacho, que tuvo que dejar la habitación al comienzo de la cumbre porque O. G. se estaba manifestando en contra de la clase médica a pleno pulmón, vuelve y me informa de que el doctor ha salido sonriendo y con aspecto sereno. Yo le explico que le he lijado los callos, es decir, que le he peloteado como una campeona.

Y es que la Fistra podrá ser más vieja y con más experiencia, pero a mí a zorra con estilo no me gana nadie. Que se enteren los ginesaurios del mundo. Lady Vaga es una cabrona con clase, ya sea postrada en la cama o subida a unos tacones que darían envidia a Leti.

jueves, 19 de mayo de 2011

La Dra. Fistra habla off the record

Estaba yo anoche desvelada (me pasa a menudo últimamente), pensando en las patillas de Hugh Jackman cuando interpreta a Lobezno, ínclito repartidor de hostias (¿de qué os extrañáis? ¿Es que no se puede ser diva y que además te gusten los X-Men?) cuyos brazos como mazas siempre me inspiran hermosos sueños, y de repente, no sé qué extraña asociación de ideas que no quiero desentrañar porque fijo que me autoenvío al psicoanalista pero para no volver jamás de los nuncas, me hizo recordar que aún no os he contado el glorioso día en que la dra. Fistra decidió que yo tenía dos problemas. Bueno, tres si contamos con su batiblanqueada presencia matinal en mi celda.

Creo (permitid que mi memoria selectiva no sea exacta ya, puesto que la uso para seleccionar modelitos y libros y menos para retener fechas; eso ya lo hice en la universidad) que fue al día siguiente de negarme a que me hicieran dos analíticas diarias (ya os lo cuento otra mañana). Yo estaba en mi monástica estancia, lánguidamente estirada en mi lecho, reunida con la psiquiatra (que sí es encantadora y sí lo digo en serio), a quien nunca podré agradecer lo bastante su calidad humana y su dedicación, cuando llegó ella. Ese mismo día había terminado el tratamiento antibiótico y, según los médicos, se abría el tenso compás de espera antes de que la infección que en teoría me aquejaba y que mantenía altos los valores de la PCR se manifestase, atacando a mi bebé y quizá a mí (recordad que la dra. Fistra ya había amenazado a Lord Muchomacho con que se quedaría viudo si yo me iba a mi casa y me daba una sepsis fulminante), por lo cual yo me sentía especialmente vulnerable.

Precedida de una súbita bajada de varios grados en la temperatura de la habitación, la puerta se abrió sin más preámbulo y la dra. Fistra hizo su aparición estelar. Venía guerrera, porque yo me había rebelado abiertamente contra una orden suya (la segunda analítica del día). Venía walkyria, la melena al viento, los ojos brillantes, los labios contraídos en un rictus de cólera. Me habría cagado por la pata si no fuese porque las chicas finas lo hacemos en el wc, a puerta cerrada y echando bien de papel en la taza para que no se oiga caer el desecho (y además, después de nueve días de antibióticos, poco me quedaba por soltar) pero, por si acaso, adopté la táctica del bicho bola: me encogí sobre mí misma y guardé un silencio tan sepulcral que no os lo habríais creído.

- Bueno, ayer se negó usted a que le hicieran otra analítica y puede hacerlo por la Ley del Paciente- yo pienso "mami, no me riñas". Su tono es mitad reproche, mitad incredulidad-. La PCR hoy está en 86, es decir, igual que ayer.

- Doctora, pero es una buena noticia, ¿no? Porque algo ha bajado desde el día anterior- yo ya lo sabía, me lo había contado una enfermera, majísima como todas las que traté durante mi estancia.

- No, no lo es porque sigue muy alta. No lo considero una bajada; además, hemos quitado los antibióticos y lo que tenga dará la cara. Me han dicho que le duele la garganta. ¿Por qué no me lo ha dicho hasta ahora?- aquí estaba rebotada, rebotada. Si llega a tener tubo de escape, habría hecho "vrooooom, vrooooom".

- Doctora, me duele hace una semana, he estado varios días con paracetamol. Se lo he ido comentando a las enfermeras, ya no me...

- No es a ellas a quienes tiene que contárselo, sino a mí.

- A ver, si me han estado dando paracetamol es porque les he hablado del dolor a todos los médicos que han ido viniendo, si hasta me han palpado el ganglio inflamado varias veces. Además, que yo supongo que se comunican entre ustedes...

- Nuestra vía de comunicación funciona perfectamente, pero usted a quien tiene que hablar es a mí- como si me dejase hacerlo, la tía bruja, que solo interrumpe y no le interesa lo que le cuento-. A mí me tiene que contar hasta lo más nimio, que estamos buscando el origen de la infección.

- Bueno, pues ya que lo dice, no lo tome a mal, pero tengo el ojo izquierdo como si me fuese a salir un orzuelo...

- A ver. Bueno, el párpado está algo inflamado. Luego le traerán un colirio. Ahora mismo la llevarán a Urgencias para hacer otra ecografía y ver el líquido amniótico. Va a venir el celador a llevarla y bla, bla, bla...- la exposición continúa en tono de bronca, pero yo mantengo mi táctica de bicho bola (tampoco me habría salido hacer otra cosa en tal situación). No recuerdo qué más sandeces dijo, si es que dijo algo más; ya os digo que mi memoria es muy selectiva y ahora mismo está pendiente de un vestido que me he comprado y que me entregan mañana porque tenían que arreglarme el bajo.

La psiquiatra, que había guardado silencio pacientemente hasta entonces, pide a la Fistra que espere unos minutos antes de la ecografía, porque aún no hemos terminado y "estamos trabajando". Yo pienso "qué grande es esta mujer" y me pregunto qué haría la dra. Fistra si la psiquiatra entra en una habitación, la pilla "con las manos en la masa" y encima la interrumpe sin piedad.

La dra. Fistra se gira hacia la psiquiatra y le dice:
- No te preocupes, tendrás tiempo de verla más veces, esta señora va a estar aquí mucho tiempo- así, sin dirigirse a mí, como si yo fuese parte del mobiliario. Ojalá pudiese metamorfosearme de bicho bola en avispa y picarle en esa pepitilla pocha de amargada undersexed que debe de tener... O no, mejor no; antes de tocarle ahí, me corto el aguijón y hasta el brazo, si procede.

Y después de soltar tamaña bomba, la dra. Fistra sale de la habitación, magnánima y benevolente como la Espe después de inaugurar algo bonito. La psiquiatra y yo nos miramos y flipamos; ella se marcha, prometiéndome que volverá (lo hizo, lo hizo, no lo dudéis).

Unos minutos más tarde, llega la celadora y me lleva a Urgencias en cama y todo. Vamos solas las dos, porque Lord Muchomacho y O. G. han bajado a desayunar y la Fistra parece que les ha instalado un chip localizador, que siempre llega cuando ellos no están. Me los cruzo al salir de la habitación, justo vuelven en ese momento, pero no dejan que O. G. vaya a Urgencias, así que me marcho sin ellos. La celadora está de acuerdo conmigo en que la doctora es un cacho de carne con ojos y que merece que le salgan hemorroides hasta en el cielo de la boca. Qué alivio.

En Urgencias lo paso fatal, porque todas las mujeres me miran y porque hay una señora mayor que, según creo leer en el letrero a los pies de su cama, viene de nefrología. Lo paso mal no por ser la señora paciente de riñón, sino porque la meten en el box a hacer una eco (creo recordar, disculpadme si no era eso, no lo vi) y oigo a los enfermeros dirigirse a ella: "a ver, Ramona, levanta el culo...", "abre las piernas", "ponte así", "Ramona, ¡colabora!" y yo pienso que pobre mujer, bastante tiene con estar enferma y sola en Urgencias para que encima le falten al respeto así...

Me hacen la eco. Todo correcto. Volvemos a la habitación y allí está Lord Muchomacho con nuestro hijo, con la misma cara que si se le hubiesen aparecido juntos Carlos Jesús y Paco Porras para vaticinarle que el fin del mundo coincidirá con las Olimpiadas. Le explico que todo ha ido bien en la eco y él me cuenta que se ha encontrado con la Fistra a la que yo me iba y le ha preguntado qué tal estoy.

- No te lo pierdas. Tú estabas contenta porque te ha bajado la PCR, ¿verdad? Pues la doctora me ha dicho que no me haga ilusiones, textualmente: "tu mujer tiene dos infecciones, una corioamnionitis y otra que aún estamos buscando". Manda cojones, o sea, que ahora que te baja, sabe ella que no tienes una sino dos...

No me queda otra que echarme a reír. La doctora Fistra, capaz de dar dos diagnósticos por los pasillos cuando sus compañeros, jefe de servicio incluido, admiten que no saben qué tengo y si lo tengo. Pero lo del jefe de servicio os lo contaré otro día, que la Fistra lo envió a que me echase la bronca y yo creo que hasta le seduje con mi papel de ignorante dulce de pestañas largas.

Ay, Fistra, como Minimacho llegue a término te juro que me presento a verte y te lo restriego por la cara para que te enteres... Pero esperaré a que el niño esté bien cagado, para saturarte el bulbo olfativo a ver si te desmayas.

viernes, 6 de mayo de 2011

La visita de Helena

Queridas y queridos, permitidme que sea Helena quien figure en el título de esta entrada, aun a riesgo de que alguien pueda sentirse menospreciado. Nada más lejos de mi intención, pues de sobra sabéis, cada uno de los que compartísteis mi encierro en Espe's Hotel, que agradezco todas vuestras visitas, las palabras, los mensajes al móvil, los e-mails y la presencia. Sin embargo, por algún lado hay que empezar y tengo que reconocer que la visita de Helena me marcó especialmente.

Helena es una de esas personas cuya entrada en una habitación es precedida por una luz peculiar en el ambiente. Ya sé que decir esto es ponerme más mística que Yola Berrocal en Hotel Glam (y que Lady Vaga tiene de mística lo mismo que una gamba con gabardina tiene de fashion victim), pero es que es verdad. Entró junto a Ibone (a quien nunca agradeceré suficientemente lo bien que me cuidó durante mi ingreso... Y, claro, tirando de la madeja, tengo que darle a Angela un besazo de tornillo cuando vuelva a verla, pues fue ella quien avisó a Ibone con la rapidez de un Flash dopado... Y a Lord Muchomacho, que mandó el mensaje a mis queridas chicas con tanta diligencia que casi le da a enviar antes incluso de encender el ordenador, tal es su velocidad cuando algo es importante) un día que ya no recuerdo, en un momento en que yo estaba sola.

Había visto a Helena una vez antes, en la asamblea, pero no había tenido ocasión de hablar con ella, así que no sabía quién era esa desconocida que me sonreía con una calidez y una alegría capaz de fundir la televisión, la Nintendo DS y hasta el microondas, si lo hubiese tenido. Porque cuando Helena sonríe, toda su cara lo hace; hay personas que sonríen con la boca, pero ella añade los ojos y hasta las cejas, todo su cuerpo parece acompañar ese sencillo gesto.

Ibone me explicó quién era y ella se sentó junto a mí en la cama y me habló con dulzura, con empatía, con conciencia. Se me saltan las lágrimas al recordarlo... Me vino a la cabeza "Un tranvía llamado Deseo", pues yo también había confiado siempre en la bondad de los extraños y ella venía a devolverle el sentido a aquel pensamiento después de unos días en los que había intentado echarlo por el retrete varias veces.

Helena me puso la mano, suave y calentita, sobre la barriga -que en aquel entonces, de catorce semanas y algo, todavía no era prominente-, siempre con aquella enorme sonrisa, y yo le dije:

- Helena, ¿a que te da buen rollo esto? ¿A que tú crees que vamos a salir adelante?

Y ella, por toda respuesta, con aquella sonrisa que llenaba todo, dijo que sí. Y yo supe que sí, que íbamos a conseguirlo, no en vano mi hijo había sido visitado por sorpresa por un ángel.

Y ahora os dejo, que llorar no es bueno para el cutis y yo me estoy "pegando una pechá", como dicen por...

martes, 3 de mayo de 2011

Más sabe la Fistra por viejuna que por Fistra... (Punto para la doctora Fistra)

Queridas y queridos, la doctora Fistra y yo empezamos con mal pie (ella no quería explicar, yo quería preguntar) y no fuimos lo bastante empáticas, asertivas, proactivas y todas esas cosas que dicen los manuales de autoayuda como para arreglar lo nuestro, así que sus visitas a mi habitación eran tan rápidas como si la poseyesen Ayrton Senna y Emerson Fittipaldi a la vez, lo cual me dejaba mustia y preocupada cual geranio desatendido por su abuelita propietaria.

Lord Muchomacho, que suele tener la cabeza varios grados más fría que yo, sostiene la teoría de que la amable galena esperaba a que él no estuviese en la habitación para hacerme la visita a solas y no dar grandes explicaciones, aprovechando mi vulnerabilidad. No es el único defensor de esta idea entre mis amigos, pero no creo que yo tenga muchas más conversaciones con la doctora en lo sucesivo como para preguntárselo en un clima de franca camaradería y, la verdad, tampoco sé si me apetece.

El caso es que el segundo día ella estaba bastante enfadada conmigo por "chivarme" a una enfermera de que no me había querido explicar nada hasta que yo le pregunté (Maniobra de Domesticación número 1, MD1 en lo sucesivo), pero en un arrebato del que luego se arrepintió, sugirió a Lord Muchomacho que apuntásemos todas nuestras preguntas y cuitas en una hoja y luego, durante la visita diaria (que fue visita de achantamiento a la Vaga, con amenaza de sepsis que me iba a dejar tiesa en unas horas incluida, MD2), nos las respondería con gusto. Pues bien, así lo hicimos y jamás nos dio ocasión, pues la visita aquel día fue tan rápida como la anterior, unos cuarenta segundos en total según mi cronómetro mental.

Creo que fue al día siguiente (las neblinas del olvido comienzan a cubrir esos días infames y todos iguales, por suerte, lo cual significa que mi vida se vuelve a llenar con las quisicosas cotidianas que en estos instantes me parecen todas maravillosas) cuando la doctora ordenó que me bajasen a Urgencias en la cama (en la cama iba yo, no es que el área en cuestión se ocupase de urgencias acaecidas en el lecho) para una ecografía que ella misma me haría. También mencionó que aprovecharía para hacerme allí la visita.

- Cariño- le dije a Lord Muchomacho, muy contenta-, hoy la doctora no tiene escapatoria, puesto que quien baja soy yo, así que no puede echarme del box y tendrá que responder a todas nuestras preguntas, trinca la hoja que allá vamos...

Y así fue, dejamos a O. G. con la adorable Verónica y acompañamos al celador por el laberinto de pasillos del cual yo sólo veía pasar las luces, como si de un episodio de House se tratase. Como la doctora no especificó si, al ser nosotros quienes nos desplazábamos a sus feudos, habría sido de buen gusto llevar unos pastelitos o algún otro manjar para degustar con un café, me limité a llevarme a mí misma (o mejor dicho, ser llevada) convenientemente aseada y sonriente. El simpático celador aprovechó el camino para confirmar nuestras sospechas: era de cultura general que la doctora Fistra hace honor a su nombre y no es especialmente conocida por su capacidad de ponerse en la piel de la paciente y de informar con veracidad (supongo que por eso no se dedicó al periodismo), le gusta más jugar a asustar a la incauta que, postrada en la cama, acaba llorando con la primera enfermera que tiene la ocurrencia de entrar a preguntar qué tal.

Llegamos a nuestro destino; había otras mujeres allí sentadas, cada una con su propia historia que contar, la cabeza llena de preocupaciones y el corazón acelerado, pero al verme llegar en la cama con mi real séquito se distrajeron de sus problemas y se quedaron mirándome con curiosidad. Me alegré de ir tapadita y de que Lord Muchomacho estuviese junto a mí, ya os dije hace unas entradas que soy bastante tímida, aunque no lo parezca, y si llamo la atención me gusta que sea por ir divinamente arreglada y subida a unos preciosos tacones.

La doctora Fistra, avisada por el celador de mi excelsa presencia, salió a la puerta del box a recibirme. Yo me las prometía muy felices, era mi día, me iba a explicar todo bien y por fin sabría a qué atenerme y si debía prepararme para lo peor o podía albergar aún alguna esperanza para mi Minimacho. Pero, ¡ay, queridas y queridos!, subestimaba yo en mi inocencia la zorruna astucia de mi oponente, pues le dijo al celador:

- No se vaya usted, páseme la cama y me espera fuera, que esta señora termina enseguida y se la lleva usted de vuelta a la habitación.

Y dicho y hecho, el celador me introdujo con cama y todo en el box y la doctora comenzó la visita con la pregunta de todos los días:

- ¿Sigue perdiendo líquido?- pregunta que a vosotros os parecerá oportuna y acertada, pero que yo encontraba cansina y como de no leerse los reportes, pues todos los días informaba a las enfermeras de que no había vuelto a perder desde la noche en que ingresé; por tanto, más conveniente habría sido preguntar "¿has vuelto a perder líquido?", pero, claro, quizá la preocupación por la exactitud en el lenguaje no es uno de los rasgos que la doctora Fistra y yo tenemos en común (tampoco lo son el atractivo físico, desmesurado en mi caso y rayano en el cero en el suyo, ni la capacidad de apearnos de la burra, inexistente en mi ilustre doctorcita).

- No, no he vuelto a perder desde la noche en que ingresé- si estáis hartos de oírlo, imaginaos yo de repetirlo.

Y entonces, ella hizo su Maniobra de Domesticación número 3 (MD3): aprovechando que yo estaba a barriga descubierta, ya preparada para la ecografía, agarró la cinturilla de mis bragas sin darme tiempo a terminar la frase y tiró de ellas hacia abajo, como para comprobar por sí misma si yo decía la verdad o no. Sorprendida y humillada, sólo acerté a ponerme rígida y llevar las manos hacia la zona en un intento inconsciente de detener aquella exploración que mi cerebro identificaba con una agresión, por lo inesperada.

- Bueno, pues vamos a hacer la ecografía. Líquido bien, feto vivo...

Y sin más, me informó de que se me haría una nueva analítica al día siguiente, que seguiríamos con antibióticos por vía intravenosa y que ya me contaría la enfermera y salió ella misma a avisar al celador, no fuese a ser que yo le preguntase algo por sorpresa. No me dio tiempo ni a comentarle que me dolía bastante la garganta, cosa que me echó en cara una semana después... Pero eso es otra historia.

 Conclusiones:
  1. Mi hoja de papel, llena de preguntas redactadas con la pulcra caligrafía de mi amado y amante Lord Muchomacho, murió virgen, pues no hay respuestas a tales preguntas.
  2. Yo me quedé con tres palmos de narices y me pasé el camino de vuelta maldiciendo, mental y verbalmente, a la doctora Fistra, a sus ancestros y a todas las ramas de su árbol genealógico. Lord Muchomacho, más prudente, sólo dijo "qué tía más gilipollas", comentario que fue jaleado por el celador con carcajadas y gestos de aprobación.
  3. La doctora Fistra demostró fehacientemente que, si no le da la gana hacer algo, pues no lo hace, aunque entre dentro de lo esperable por parte de sus pacientes, y que tiene recursos para ello, pues es una persona inteligente y sagaz.
  4. Yo aprendí que de donde no hay, no se puede sacar y me dediqué a continuar con mi táctica de acribillar a preguntas a las sufridas enfermeras, que a estas alturas se rifaban a quién le tocaba entrar a mi habitación a explicarme todo (por supuesto, venía la que perdía).
Así que allí seguí, sin saber qué sucedería (ella tampoco lo sabía, según me informó posteriormente el jefe de servicio, pero no quería admitirlo) ni qué probabilidades había de que mi Minimacho (en aquel entonces, simplemente Baby Garbancito) consiguiese esquivar la inminente infección y agarrarse al cordón como si fuese Indiana Jones en el puente en aquella escena de I. J. y el Templo Maldito. Y sólo me quedaba esperar, resignarme, hacer de incubadora horizontal y espantar los sueños horribles que me visitaban cuando conseguía cerrar los ojos.
    P.D.: Prometo escribir una entrada sobre las Maniobras de Domesticación que me aplicaron durante mi estancia en Hotel Espe y que fueron variadas y divertidas en su conjunto. Por supuesto, podéis aportar las que conozcáis, siempre y cuando se correspondan con la definición que consensuaremos aquí mismo.

    miércoles, 27 de abril de 2011

    El doctor Tirrio vs. Lady Vaga (blancas mueven y ganan)

    Creo que fue el primer viernes de mi estancia cuando vino el doctor al que llamaremos Tirrio, acompañado de dos acólitos.

    En ese momento, Lord Muchomacho y O. G. habían bajado a comer algo y, oh, Murphy (ojalá te revuevas tanto en tu tumba que se te enrolle la mortaja muy fuerte alrededor de la cintura y te seccione por la mitad, para que en el Juicio Final tengas que ir andando con los brazos como un zombi cualquiera, toma gipsy-maldición), estábamos solas en la habitación Verónica y yo, así que al menos tengo un garante de que lo que cuento no es fruto de mi imaginación enfermiza, sino de mi enfermiza memoria. Verónica es, encima, un testigo fiable, porque además de mona e inteligente, es una mujer perspicaz, de las que ven más allá de lo que se dice aunque sea por teléfono. Jódete, Aramís Fuster.

    Total, que ese señor traspasa el umbral de mi celda monástica acompañado por su séquito, un chico y una chica bastante jóvenes (sobre todo, comparados con él) y a mí lo primero que me sale es incorporarme haciendo gala de la fantástica forma de mis abdominales (que son del estilo de la barriga de Fergie la de los Black Eyed Peas, una maravillosa escultura de carne que da gusto ver y más tocar, quien me conoce lo sabe) para taparme las piernas, que tenía al aire. Porque una será una diva un poco exhibicionista, pero una cosa es lucirme ante mis fans y otra enseñar los pelos de las piernas a tres desconocidos por mucha bata blanca que lleven. Que las bolsas de líquido amniótico no notifican cuándo van a romperse y a mí ya me ha pillado sin depilar dos veces, cuando nació O. G. y ahora (bueno, cuando nació O. G. es que yo tenía cita para la esteticista justo ese día y, claro, la llamé en plan: "bonita, que no puedo ir porque estoy pariendo, ya me pasarás la cita para otro día").

    - Pero ¿qué hace? ¡Que usted no se puede incorporar así! ¡No se puede incorporar así! ¡Estése quieta, échese!- El médico será muy médico, pero desde luego la música no ha perdido ningún barítono con él, ¡qué voz tan desagradable! Por un momento, me lo imagino arrimándose a un micrófono: "Personal de limpieza, acuda a pasillo cinco... Señorita Puri, acuda a lencería"...

    La protobronca me dejó perpleja y no recuerdo si llegué a responder o me limité a flipar. Supongo que lo segundo porque, pese a lo decidida que os pueda parecer ahora, en mi distancia física y espiritual del ruido y los vicios mundanos, soy una mujer muy tímida y cauta escondida detrás de un modelito divino y subida a unos preciosos taconazos. Qué queréis, así soy yo.

    Sin embargo, no sé de dónde saco el rostro necesario para preguntarle quiénes son las personas que le acompañan. La respuesta tampoco es la esperada:

    - Eso a usted le da igual- Ande, buen hombre, no se chine usted, si es por curiosidad, ¿no ve que si el chico está de buen ver y soltero igual se lo presentamos a mi amiga Verónica, que es un partidazo por tener casa y coche? Pero como soy una dama educada, vuelvo a quedarme perpleja una vez más.

    El médico comienza a largar su rollo, que se resume en que yo me quejo de que no me informan (lo cual es verdad, me quejo a todo el que pasa por la habitación, sea enfermera, celador o personal de limpieza, porque los médicos salen todos corriendo como alma que lleva Fernando Alonso en cuanto terminan su perorata y no me dejan preguntar nada), que nadie sabe lo que va a pasar pero que los pronósticos no son halagüeños y que lo que tengo que hacer es dejarme y confiar, que se hará todo lo que haga falta, todos los exámenes vaginales que hagan falta (cuando la doctora Fistra ha dicho que de vaginal nada para no aumentar las probabilidades de infección) y tal. Me informa de que un marcador de inflamación (la PCR, que ya es famosa en mi casa) ha pasado el límite establecido y que me duplicarán el antibiótico (no me explica ni cuál ni a qué cantidad, menos mal que las enfermeras tienen que venir con tiempo a poner la medicación y yo las abordo sin pudor).

    Yo interpreto que las pausas que hace entre frase y frase son para que le plantee mis dudas o diga "ahá" en caso de no tenerlas, pero él me hace saber cortésmente lo erróneo de mi suposición diciendo "cállese, que tengo que hablar yo" (o algo así, Verónica quizá lo recuerde mejor); yo insisto, diciéndole que me gusta saber qué me van a hacer y por qué y que lo lógico es que se lo pregunte a él y no a mi hermana (llamé "hermana" a Verónica para que no la sacaran de la habitación al llegar ellos) y él se gira hacia ella diciendo "qué carácter tiene, ¿eh?", como si yo fuera gilipollas. La temperatura de mi sangre se eleva varios grados repentinamente y comienza a incrementarse mi presión arterial. Mi mente hace un rápido análisis de las opciones disponibles ante tamaña desfachatez:

    a) Callar y aguantar estoicamente, que yo soy una señora.
    b) Insultar al médico, que ahora me niego a calificar de "doctor".
    c) ¡Patada voladora!

    Mientras me decido y no, él ya se ha dado la vuelta y se dispone a salir, con lo cual sólo acierto a preguntarle si esa mañana me van a hacer una ecografía. Sin dignarse parar (el verbo "dignarse" no lleva "a" detrás, como "pretender", y si la ponéis estáis haciendo mal. Nota de la redactora), le oigo decir "no, hoy no".

    El Trío Fiesta sale por la puerta, dejándonos ojipláticas (o más bien ojiensaladéricas, porque estábamos alucinando) y Verónica, cuya capacidad de observación le permitiría detectar un hilo suelto en un jersey de cachemir (me niego a decir "cashmir", lo siento) a doscientos metros de distancia, me hace notar que la chavala que acompañaba al médico puso cara de marciana cuando pregunté quiénes eran... Hago memoria y caigo en la cuenta de que el día anterior fue ella quien me hizo la ecografía para evaluar el nivel de líquido amniótico. Yo es que ni me acordaba de ella, ¡pasaba tanta gente por mi habitación! Culpa suya, que cuando llegó el jueves le pregunté su identidad y me proporcionó otro diálogo de besugos (o de besuga y diva, para hablar con propiedad, ya sabéis quién es quién):

    - Soy la ginecóloga.
    -Hombre, ya me lo figuro puesto que viene con un ecógrafo, le pregunto cuál es su nombre.
    - Doctora Carapeta- esto sin mirarme, of course, que yo no merezco atención más que entre sonrisas: la que tengo debajo del ombligo, obra de la carnicera que me (des)atendió en el nacimiento de O. G., y la que tengo entre las piernas, que venía de serie y es perpendicular a la anterior.

    En resumen, queridas y queridos, podría contaros muchas más anécdotas ocurridas durante mi estancia en el Hotel Espe, pero esta en la que un médico me mandó callar (¡a mi edad! Que soy mocita pero no doncella, señor, y también tengo alguna cana aunque el tinte la oculte) fue de categoría extra cual huevo de avestruz.

    Mañana tengo la ecografía de las 20 semanas, la que llaman "morfológica" y espero traeros buenas nuevas de las que a todos nos gusta leer... Sean cuales sean las novedades, os las transmitiré puntualmente, lo juro.

    Se despide y se reclina en su diván,
    la ínclita Lady Vaga.

    lunes, 11 de abril de 2011

    Arresto domiciliario Vs. vacaciones pagadas en Hotel Espe

    Queridos y queridas, os pediría perdón por no haber escrito nada durante el fin de semana, si no fuese porque sé positivamente que los que no guardáis reposo dedicáis esos días de asueto a estar con vuestros retoños, a descansar, al sexo salvaje o a hacer la compra en Carrefour (sí, sé que vais a Carrefour; hay muy pocas cosas que yo no sepa, queridos míos...).

    Así que, como en mi divina sensatez soy consciente de que no me leéis ni el sábado ni el domingo, me dediqué a reflexionar, a examinar los resultados de la encuesta (mañana es el gran día de la revelación Baby Garbancera) y a pensar qué escribiría hoy.

    Dentro de un par de horas, hará dos semanas que huí del Hotel Espe como si de un campo de refugiados se tratase y, como fueron también casi dos semanas lo que allí aguanté, creo que es un buen momento para hacer balance de una y otra situación y comparar inconvenientes y ventajas.

    1. Por ejemplo, estando en Hotel Espe el tema de mi comida estaba resuelto, la traían a horas fijas y no había que escuernarse demasiado para escoger el menú del día siguiente, puesto que todo sabía igual (fascinante cómo el pollo, el pavo, la ternera y el cerdo pueden adquirir el mismo gusto... Hasta el jamón york me sabía a estofado llegado un cierto punto). Sin embargo, en casa es Lord Muchomacho quien debe cocinar para los tres (y medio), dado que yo estoy médicamente exenta de ese tipo de esfuerzos. No obstante, él dice que prefiere esto mil veces, porque en el Hotel no se encargaban de su pitanza y tenía que salir mínimo dos veces al día a satisfacer sus apetitos estomacales, lo cual le causaba ansiedad e ira, porque era el momento en que la dichosa doctora Fistra aprovechaba para visitarme (¿casualidad o intención? ¡Jamás lo sabremos, darlings!) y acogotarme a solas. En esto, por tanto, Arresto 1 - Hotel 0.
    2. En casa no entra nadie a las seis de la mañana a meterme antibióticos por la vía, ni a las siete para sacarme sangre (ah, mi sangre, ¡cuántas morcillas se habrán comido a mi costa!... Ahora que lo pienso, ¿las incluirán en el menú de abril? Sería tan interesante pensar que medio Madrid lleva algo de mí en su interior... El mundo sería un lugar con más glamour y menos ordinarieces por metro cuadrado, afirmo), ni a las ocho a tomarme la temperatura, ni a las nueve a traer el desayuno (perdonadme el eufemismo, es por no llamarlo "abominación matinal", que es su denominación real), ni al rato para tomarme la temperatura, ni después a buscar el latido fetal, ni luego a decirme que el médico vendrá más tarde... Por tanta tranquilidad, Arresto 2 - Hotel 0, aunque me llaméis ermitaña.
    3. En casa, si bien no tengo noticias a diario sobre el fantástico estado de salud de Baby Garbancito, tampoco hay nadie dedicado a asustarme con su muerte inminente. Vuestra querida Lady Vaga gana en serenidad y salud mental (bienes ambos de los que nunca ha ido sobrada, aunque os maraville leerlo) y Baby Garbancito se beneficia también de ese clima de tranquilidad. Así que Arresto 3 - Hotel 0.
    4. Desde mi casa veo árboles y el sol da en la terraza. En mi habitación del Hotel Espe había que ir al sofá, torcer el cuello en plan "niña del exorcista" y pedir mentalmente a los de la habitación de al lado que no abriesen su ventana, porque entonces me quitaban la vista del único trocito de cielo que se divisaba desde allí... Además, qué narices, si no me dejaban sentarme en el sofá, así que no veía nada en todo el día salvo el pabellón de enfrente. Arresto 4 - Hotel 0.
    5. En mi casa no entra ningún médico borde a mandarme callar (esto me pasó de verdad), a decirme que me harán los exámenes vaginales que hagan falta (obviando que para eso hace falta que yo me deje), a tirarme de las bragas para ver si pierdo líquido (esto me pasó dos veces) o a decirle a la persona que está en la habitación en ese instante que yo voy a estar allí mucho tiempo, como si en ese momento no estuviese oyéndole... Arresto 5 - Hotel 0.
    6. La cama del hospital tiene un colchón plastificado y una almohada normalita; las sábanas rascan. En casa tengo un colchón enorme muy firme y mullidito a la vez, almohadas y edredón de plumas y sábanas bien suaves de raso de algodón (cuando llegué del hospital, tras dos semanas de duchas exprés, tenía la piel de los pies tan reseca que se me enganchaban en las sábanas). En defensa de lo genial que es dormir en la propia cama, Arresto 6 - Hotel 0.
    7. En casa O. G. está más a gusto, tiene sus juguetes y puede entrar y salir de cada habitación; aunque no sé si echará en falta a las "nenas", como él llamaba a las enfermeras, que se portaron fenomenal con él y con Lord Muchomacho. En deferencia a ellas, daremos un punto honorífico al Hotel Espe: Arresto 6 - Hotel 1.
    En fin, queridas y queridos, como podéis comprobar, no hay color: ningún lugar como el hogar, ya lo dijo Dorotea después de apiolar a la bruja... Y yo lo suscribo, aunque mi bruja Fistra personal se libró y a día de hoy estará poniendo horizontal a alguna pobre incauta.
    ¿Y vosotros, queridos, os apuntaríais a dos semanas de vacaciones pagadas a pensión completa en Hotel Espe? Si no habéis hecho planes para Semana Santa, no descartéis la opción, las habitaciones tienen aire acondicionado...

    miércoles, 6 de abril de 2011

    17 de marzo: primer día en el Hotel Espe

    Como hoy no hay novedades, aprovecharé para contaros el primer miércoles aciago que pasé en el Hotel Espe en régimen de pensión completa.

    El primer encuentro con la doctora Fistro fue bastante agradable. O. G. lloró al verla entrar (padece una batafobia importante, completamente justificada en su caso por cosas que ya os contaré otro día) y ella, ni corta ni perezosa, se quitó la bata rápidamente y lució su modelito de civil para que mi bebé no se asustase. Nos informó de que me harían una ecografía más tarde, que no había tenido tiempo de leerse mi historia y que luego volvería. Exprés.

    Volvió X horas más tarde. Mis hombres habían bajado a tomar algo a la cafetería, así que estábamos las dos solas. Me acaricia la cara y en tono maternal me dice "está todo bien, tú no te preocupes".

    Yo me quedo perpleja porque, aunque mi cutis es fino cual muñeca de porcelana (de las bonitas, no de esas que dan grima) y dan ganas de sobetearlo (o de hostiarme, según hayan ido las conversaciones previas), ese tipo de contacto físico suelo reservarlo para la segunda cita o posteriores. Ante su escasa disposición, opto por lanzarle una pregunta como primera opción y por agarrarla del faldón de la bata como siguiente. Pregunta:

    - Doctora, doctora, ¿estaba correcta la ecografía?

    - Sí, sí, todo perfecto.

    - ¿Y la analítica, doctora?

    - Perfecta, perfecta.

    - Entonces, ¿qué puedo esperar, doctora? ¿Qué va a pasar?

    Creo que, en este punto, la doctora barajó varias posibilidades:

    a) Amenazarme con ponerme agua de Fukushima en la leche del desayuno.
    b) Ignorarme olímpicamente y girar 180º hacia la puerta haciendo revolar la bata cual bata de cola.
    c) Lanzarme un anatema.

    Dejo a vuestro criterio valorar qué idea venció en su cerebro a la luz de su respuesta:

    - Bueno, pues o el bebé se muere o nacerá muy prematuro, si llega.

    Respuesta franca donde las haya, me dejó tan perpleja que no consigo recordar con detalle el resto de la charla. Sé que me dijo que el bebé seguramente tendría una infección y que aquí se ponían antibióticos pero que en otros hospitales no... Y después se marchó y yo me cogí un berrinche de esos que hinchan ojos (los míos, aunque ganas de zurrar a alguien también me daban) y ensanchan pulmones, patiabierta y boquidifusa (¿o era al revés?).

    Mi madre vino a verme por la tarde y me dio el coñazo con que ella tenía el pálpito de que todo iría bien, tal y cual.

    - Mamá, déjalo, en estos momentos esto no me anima nada.

    Otra vez que el pálpito, otra vez que me dejes en paz, vuelta a llorar como una magdalena, compraremos lotería que este año toca fijo... Os ahorro el resto de la tarde, que fue básicamente una discusión con mi madre sobre el tema "Por qué callar (o no) cuando alguien que está jodido te lo pide por favor ochocientas quince veces".

    Por la noche, vino una enfermera a tomarme la tensión (o a ponerme más antibiótico en la vía, o simplemente a ver qué tal estaba... No sé, venían a muchas cosas, pobres) y me vio sentada en el sofá.

    - ¿Qué haces en el sofá?

    - Pues aquí, sentada...

    - Pero si tú tienes que guardar reposo, sólo puedes levantarte de la cama para ir al baño.

    - Pero si la doctora no me ha dicho nada de eso...

    - Pues en tu estado es peligroso que te levantes, así que a la cama y a descansar.

    Pobre enfermera. Una chica con tan buen talante que Zapatero le habría dado una cartera ministerial (donde, a buen seguro, sería mucho menos útil a la sociedad que en el hospital) y yo le di un discurso a moco tendido que creo que a día de hoy aún no se le ha olvidado... Lloré, lloriqueé y lagrimeé cual María Patiño ante una aparición mística de Bárbara Rey y le conté que la doctora no me había dicho nada de eso, que sólo me había dicho que el bebé se moría y que apenas me había dejado preguntarle nada...

    La simpática enfermera, que supongo que después se preparó una tortilla de aspirinas para cenar, me dio los ánimos que buenamente pudo y me dejó para que durmiésemos un poco. Por cierto que en ese hospital, que ese mismo día había recibido la acreditación IHAN, nadie nos puso pega alguna a que O. G. durmiese con nosotros ni a que todavía lactase (bueno, la pega se la pusieron mis antibióticos, que debieron cambiarme tanto el sabor de la deliciosa ambrosía láctea que yo acostumbraba producir que mi retoño dijo que nanai y no volvió a mamar desde aquella tarde hasta el domingo... Y a día de hoy está totalmente destetado, para mi dolor y tristeza). Un punto a favor del Hotel Espe.

    Y lo dejamos por hoy aquí, que no quiero sobrecargar vuestros cerebros con tanta información importante y útil. Descansad en horizontal y con los pies en alto.

    sábado, 2 de abril de 2011

    Flashback: Mi primera noche en Hotel Espe

    Queridos y queridas, como hoy es un día de escasas novedades en mi, por otra parte, tormentosa vida llena de acción, voy a llevaros conmigo en un viaje al pasado para que sepáis como comenzó todo (mi ingreso en Espe's Hotel, no mi embarazo, viciosos... Eso podéis imaginároslo si visualizáis a dos criaturas celestiales de increíble belleza haciendo lo que en cualquier documental del National Geographic).

    Primera noche en el Hospital

    Al llegar a casa, después de trabajar toda la tarde, noté dolor a la altura del ovario izquierdo pero, sufrida como es una, no le di mayor importancia. Después, en el baño, vi que había sangrado un poco, pero tampoco me preocupé.
    Sin embargo, a eso de las dos de la madrugada, estando ya dormida, me desperté con la sensación de estar perdiendo líquido y ahí ya, sí, volé al hospital. Tenéis libertad para elucubrar acerca de cómo lloré por el camino pensando que mi bebé se moría y de cómo se habría forrado la DGT si hubiese colocado radares en el tramo que media entre mi casa y el hospital.

    Doy mis datos en Admisión y la mujer que me los toma intenta tranquilizarme con poco acierto. Le respondo que es más fácil decirlo que hacerlo y llega la celadora que nos sube al área de Urgencias Obstétricas. Tengo que pasar sola a la sala de espera y dejo a Lord Muchomacho en la sala anterior, dando vueltas como un león enjaulado y cagándose en los protocolos absurdos (pobre mío, no quedaría papel higiénico en el mundo si se hubiese cagado en todas las cosas cagables que vivimos en esas dos semanas).

    Me ven dos enfermeras y les cuento lo que me ha ocurrido; vuelven a hacerme esperar. Por fin, me recibe la ginecóloga de guardia y me explica que me va a explorar, que me hará una eco y si todo va bien también un tacto.

    - Pero si tengo la bolsa rota, ¿no aumenta un tacto las probabilidades de infección?- que Lady Vaga es muy lista y lee mucho, bonita...
    - No- responde la doctora tajantemente.
    - ¿Y me lo dice tan segura? A mí me da miedo...
    - Bueno, pues si no quieres no te miro- chulería y tontería a partes iguales.

    ¿Qué habríais hecho vosotros, queridos y queridas? Pues Lady Vaga se bajó las bragas y se dejó "especular", aunque creo que me libré del tacto (nunca podré asegurarlo, con el espéculo puesto no sé si lo habría notado, pero por el tiempo de exploración casi diría que no lo hizo).

    El Amnisure dio positivo: el líquido que había en mi vagina era amniótico (también me cuenta que existen los falsos positivos, pero en ese momento os imaginaréis por dónde me pasaba yo los falsos positivos...). Yo habría sido feliz si me hubiesen dicho que era Coca-Cola o fluido radiactivo procedente de Fukushima o que tengo goteras en alguna cañería.

    Me dicen que me quedo ingresada y me dan permiso para avisar a Lord Muchomacho para que espere conmigo. Le cuento que el bebé se mueve y que el nivel de líquido amniótico es correcto y que hemos ganado una estancia gratis en Hotel Espe con pensión completa y todos los gastos pagados (menos el aparcamiento).

    No recuerdo si fui andando a la habitación o me llevaron en silla de ruedas, esa parte la tengo en blanco. Sé que poco después vino la enfermera y me puso el antibiótico por vía intravenosa (ya en Urgencias otra enfermera me había chafado un par de venas intentando sacarme sangre y ponerme la vía, pobres de nosotras dos). Me comentó que otra chica llevaba allí dos meses por algo parecido. Y yo me quedé llorando en la cama y mi Lord sentado junto a mí, preguntándonos los dos por qué habíamos tenido tan mala suerte si era un bebé tan deseado.
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