Queridas y queridos, la doctora Fistra y yo empezamos con mal pie (ella no quería explicar, yo quería preguntar) y no fuimos lo bastante empáticas, asertivas, proactivas y todas esas cosas que dicen los manuales de autoayuda como para arreglar lo nuestro, así que sus visitas a mi habitación eran tan rápidas como si la poseyesen Ayrton Senna y Emerson Fittipaldi a la vez, lo cual me dejaba mustia y preocupada cual geranio desatendido por su abuelita propietaria.
Lord Muchomacho, que suele tener la cabeza varios grados más fría que yo, sostiene la teoría de que la amable galena esperaba a que él no estuviese en la habitación para hacerme la visita a solas y no dar grandes explicaciones, aprovechando mi vulnerabilidad. No es el único defensor de esta idea entre mis amigos, pero no creo que yo tenga muchas más conversaciones con la doctora en lo sucesivo como para preguntárselo en un clima de franca camaradería y, la verdad, tampoco sé si me apetece.
El caso es que el segundo día ella estaba bastante enfadada conmigo por "chivarme" a una enfermera de que no me había querido explicar nada hasta que yo le pregunté (Maniobra de Domesticación número 1, MD1 en lo sucesivo), pero en un arrebato del que luego se arrepintió, sugirió a Lord Muchomacho que apuntásemos todas nuestras preguntas y cuitas en una hoja y luego, durante la visita diaria (que fue visita de achantamiento a la Vaga, con amenaza de sepsis que me iba a dejar tiesa en unas horas incluida, MD2), nos las respondería con gusto. Pues bien, así lo hicimos y jamás nos dio ocasión, pues la visita aquel día fue tan rápida como la anterior, unos cuarenta segundos en total según mi cronómetro mental.
Creo que fue al día siguiente (las neblinas del olvido comienzan a cubrir esos días infames y todos iguales, por suerte, lo cual significa que mi vida se vuelve a llenar con las quisicosas cotidianas que en estos instantes me parecen todas maravillosas) cuando la doctora ordenó que me bajasen a Urgencias en la cama (en la cama iba yo, no es que el área en cuestión se ocupase de urgencias acaecidas en el lecho) para una ecografía que ella misma me haría. También mencionó que aprovecharía para hacerme allí la visita.
- Cariño- le dije a Lord Muchomacho, muy contenta-, hoy la doctora no tiene escapatoria, puesto que quien baja soy yo, así que no puede echarme del box y tendrá que responder a todas nuestras preguntas, trinca la hoja que allá vamos...
Y así fue, dejamos a O. G. con la adorable Verónica y acompañamos al celador por el laberinto de pasillos del cual yo sólo veía pasar las luces, como si de un episodio de House se tratase. Como la doctora no especificó si, al ser nosotros quienes nos desplazábamos a sus feudos, habría sido de buen gusto llevar unos pastelitos o algún otro manjar para degustar con un café, me limité a llevarme a mí misma (o mejor dicho, ser llevada) convenientemente aseada y sonriente. El simpático celador aprovechó el camino para confirmar nuestras sospechas: era de cultura general que la doctora Fistra hace honor a su nombre y no es especialmente conocida por su capacidad de ponerse en la piel de la paciente y de informar con veracidad (supongo que por eso no se dedicó al periodismo), le gusta más jugar a asustar a la incauta que, postrada en la cama, acaba llorando con la primera enfermera que tiene la ocurrencia de entrar a preguntar qué tal.
Llegamos a nuestro destino; había otras mujeres allí sentadas, cada una con su propia historia que contar, la cabeza llena de preocupaciones y el corazón acelerado, pero al verme llegar en la cama con mi real séquito se distrajeron de sus problemas y se quedaron mirándome con curiosidad. Me alegré de ir tapadita y de que Lord Muchomacho estuviese junto a mí, ya os dije hace unas entradas que soy bastante tímida, aunque no lo parezca, y si llamo la atención me gusta que sea por ir divinamente arreglada y subida a unos preciosos tacones.
La doctora Fistra, avisada por el celador de mi excelsa presencia, salió a la puerta del box a recibirme. Yo me las prometía muy felices, era mi día, me iba a explicar todo bien y por fin sabría a qué atenerme y si debía prepararme para lo peor o podía albergar aún alguna esperanza para mi Minimacho. Pero, ¡ay, queridas y queridos!, subestimaba yo en mi inocencia la zorruna astucia de mi oponente, pues le dijo al celador:
- No se vaya usted, páseme la cama y me espera fuera, que esta señora termina enseguida y se la lleva usted de vuelta a la habitación.
Y dicho y hecho, el celador me introdujo con cama y todo en el box y la doctora comenzó la visita con la pregunta de todos los días:
- ¿Sigue perdiendo líquido?- pregunta que a vosotros os parecerá oportuna y acertada, pero que yo encontraba cansina y como de no leerse los reportes, pues todos los días informaba a las enfermeras de que no había vuelto a perder desde la noche en que ingresé; por tanto, más conveniente habría sido preguntar "¿has vuelto a perder líquido?", pero, claro, quizá la preocupación por la exactitud en el lenguaje no es uno de los rasgos que la doctora Fistra y yo tenemos en común (tampoco lo son el atractivo físico, desmesurado en mi caso y rayano en el cero en el suyo, ni la capacidad de apearnos de la burra, inexistente en mi ilustre doctorcita).
- No, no he vuelto a perder desde la noche en que ingresé- si estáis hartos de oírlo, imaginaos yo de repetirlo.
Y entonces, ella hizo su Maniobra de Domesticación número 3 (MD3): aprovechando que yo estaba a barriga descubierta, ya preparada para la ecografía, agarró la cinturilla de mis bragas sin darme tiempo a terminar la frase y tiró de ellas hacia abajo, como para comprobar por sí misma si yo decía la verdad o no. Sorprendida y humillada, sólo acerté a ponerme rígida y llevar las manos hacia la zona en un intento inconsciente de detener aquella exploración que mi cerebro identificaba con una agresión, por lo inesperada.
- Bueno, pues vamos a hacer la ecografía. Líquido bien, feto vivo...
Y sin más, me informó de que se me haría una nueva analítica al día siguiente, que seguiríamos con antibióticos por vía intravenosa y que ya me contaría la enfermera y salió ella misma a avisar al celador, no fuese a ser que yo le preguntase algo por sorpresa. No me dio tiempo ni a comentarle que me dolía bastante la garganta, cosa que me echó en cara una semana después... Pero eso es otra historia.
Conclusiones:
- Mi hoja de papel, llena de preguntas redactadas con la pulcra caligrafía de mi amado y amante Lord Muchomacho, murió virgen, pues no hay respuestas a tales preguntas.
- Yo me quedé con tres palmos de narices y me pasé el camino de vuelta maldiciendo, mental y verbalmente, a la doctora Fistra, a sus ancestros y a todas las ramas de su árbol genealógico. Lord Muchomacho, más prudente, sólo dijo "qué tía más gilipollas", comentario que fue jaleado por el celador con carcajadas y gestos de aprobación.
- La doctora Fistra demostró fehacientemente que, si no le da la gana hacer algo, pues no lo hace, aunque entre dentro de lo esperable por parte de sus pacientes, y que tiene recursos para ello, pues es una persona inteligente y sagaz.
- Yo aprendí que de donde no hay, no se puede sacar y me dediqué a continuar con mi táctica de acribillar a preguntas a las sufridas enfermeras, que a estas alturas se rifaban a quién le tocaba entrar a mi habitación a explicarme todo (por supuesto, venía la que perdía).
Así que allí seguí, sin saber qué sucedería (ella tampoco lo sabía, según me informó posteriormente el jefe de servicio, pero no quería admitirlo) ni qué probabilidades había de que mi Minimacho (en aquel entonces, simplemente Baby Garbancito) consiguiese esquivar la inminente infección y agarrarse al cordón como si fuese Indiana Jones en el puente en aquella escena de I. J. y el Templo Maldito. Y sólo me quedaba esperar, resignarme, hacer de incubadora horizontal y espantar los sueños horribles que me visitaban cuando conseguía cerrar los ojos.
P.D.: Prometo escribir una entrada sobre las Maniobras de Domesticación que me aplicaron durante mi estancia en Hotel Espe y que fueron variadas y divertidas en su conjunto. Por supuesto, podéis aportar las que conozcáis, siempre y cuando se correspondan con la definición que consensuaremos aquí mismo.