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domingo, 3 de junio de 2012

¡Piernas arriba; esto es un parto!

Queridas, queridos, inmersa como estoy en la creación de un nuevo proyecto que, sospecho, os va a encantar, chiflar y hacer reír a partes iguales (y si no es así, que os vayan dando, bonitos), debo, no obstante, emergir momentáneamente de las procelosas aguas del mundo artístico para poner de relieve un detalle que últimamente vengo observando más veces de las debidas: ¿por qué continúan presentándonos los partos en litotomía como lo normal y esperable?

A ver, señoras, señores y opinólogos varios: parir tumbada no es lo mejor. No nos engañemos. Puede haber mujeres a quienes les apetezca tumbarse en un momento dado del parto, de acuerdo (yo misma parí tumbada de lado al precioso U-6), pero ¿a qué viene eso de sacar por televisión a TODAS las mujeres tumbadas patas arriba como gallinas? Me parece absolutamente humillante y degradante forzar a una mujer a tomar una posición determinada (no solo durante el parto, sino en cualquier circunstancia de su vida, pero por favor, entended que me ciña al monotema) en aras de su supuesta seguridad cuando es, sencillamente, mentira. Pero mentira y más gorda que las viruelas de Jordi González.

 Vengo viendo en televisión cierto programita con pretensiones de tocar la fibra sentimental (a mí en particular no me toca
Fuente: Movimiento Oxitocina.
más que la moral, pero quizá es que yo tengo la cabeza demasiado alta y de corazón ando justita) en el que, sistemáticamente, las mujeres paren tumbadas. Como en cualquier película americana de esas en las que los niños se hacen besándose antes de un fundido en negro, las mujeres españolas se tumban y esperan, pacientes y silenciosas, que eso es ser una valiente, a que sus niños efectúen por su cuenta el giro pertinente y desciendan (¿a dónde coño, y nunca mejor dicho, va a descender un niño si su madre está horizontal? ¡Usemos la lógica! Que lo de la fuerza de la gravedad es más antiguo que el papiro, por favor) por sus propios medios o por los que ponga a su alcance la técnica, que para eso estamos en el hospital, ellos son los que saben y como pago impuestos mejor que me pongan un chute de cada, no sea que me quede yo sin probar eso tan guay del "suerito".

No puedo dejar de recordaros, queridas, que las que parís sois vosotras. Si vais al hospital con la actitud (respetable, por otra parte) de "a mí que me lo saquen pronto, que yo no quiero sufrir y la epidural es como un caramelito de menta", descubriréis que, en efecto, los médicos pueden sacaros a vuestro bebé, ¡faltaría más!, pero a costa de administraros medicamentos que no son en absoluto inocuos, cortar y coser vuestros genitales y, muchas veces, hacer (involuntariamente, of course) la cusqui a vuestros retoños. Por contra, vuestro cuerpo sabe parir, si le dejáis y os dejan, y el mejor cuidado que os puede dispensar una comadrona experta y amorosa es prestar atención, silenciosa y discreta, a las señales de vuestro cuerpo y del bebé para saber si su intervención es necesaria en algún momento.

Si los partos fuesen la película de terror que nos intentan hacer creer que son, los atenderían los TEDAX (y si tuviéseis la osadía de poneros de parto en una gasolinera, vendría McGiver de urgencia a cortaros el cordón con un clip oxidado y dos chinchetas).

Así pues, os urjo a que no hagáis caso de quienes, pretendiendo someteros y adueñarse de vuestros partos y del nacimiento de vuestros hijos, os diga, con estas u otras palabras, eso tan bonito de "¡Piernas arriba; esto es un parto!"

Y ahora, me marcho a cenar.
Lady Vaga,
la diva que divaga.

viernes, 20 de mayo de 2011

Lady Vaga vs. el terrible Jefe de Servicio

Temía yo aquel momento como a una vara verde. Queridos y queridas, por fin había sucedido: no llevaba ni una semana ingresada y la dra. Fistra, harta de mi histeria, mi impertinencia, mis interrogatorios a las enfermeras (porque ella no se dejaba, la jodía) y mi belleza espectacular incluso a cara lavada, vena rota y antibiótico a go-gó, reaccionó.

En una noche de luna creciente, la Fistra se cambió la bata blanca por otra negra, se pintó los ojos con alheña e invocó a su dios, su superior, el omnipotente Jefe de Servicio. Entre vapores de azufre y truenos de tormenta, el Jefe de Servicio se le apareció, se sintió complacido por su danza (reggaeton-fox, ecléctica que es ella) y por sus ofrendas (unas cuantas embarazadas atadas a sus camas a las que había inyectado hierro en vena para que su malestar ayudase a atraer al Supremo) y escuchó su petición. La Fistra, como groupie de segunda regional, necesitaba a su Jefazo para achantar a una preñada inoportuna que se negaba a palmar de una infección y se revolvía cuando le decían que su bebé iba por el mal camino. El Maligno se avino a reducir a la subversiva elementa, cambió sus patas de cabra por unos pantalones de pinzas y se calzó las gafas de reñir.

Os diré que la Fistra es una maestra del suspense digna de epatar a Hitchcock si ambos coincidiesen por ahí: me adelantó en una de sus visitas que al día siguiente vendría a verme el jefe de servicio, que quería hablar conmigo. Mi pobre esfínter anal se contrajo para retener un pedete de miedo (por suerte, lo consiguió) y ella disfrutó el momento, cual madrastra de Blancanieves (blanca estaba yo ya por esos días a base de antibióticos y pinchazos en la vena, sí).

La mañana que le correspondía apareció el jefe de servicio. Yo le temía, pues Lady Rabbit me había contado que durante su cesárea él estaba en quirófano y bromeaba diciendo al cirujano "ten cuidado, que cortas al bebé", lo cual a mí me parecía poco menos que sádico. Debo decir que físicamente me sorprendió, pues yo esperaba un prodigio de maldad tipo macho cabrío y él, en cambio, escogió manifestarse en la forma de un señor de mediana edad y estatura corriente, con pelo canoso y nada amenazante en general.

Decidió ser directo, lo cual yo agradecí, pues sabéis que estaba aquellos días muy atareada y no podía dedicar demasiado tiempo a menesteres prescindibles. Le invité a sentarse, pero él declinó mi gentil oferta, supongo que por aquello del lenguaje no verbal.

- Me han dicho que no está usted conforme con cómo se está llevando su caso, que dice que no la informan.

- Efectivamente, doctor, no me informan. Tengo que preguntar a las enfermeras, las cuales no tienen ninguna obligación de contarme nada- sonrisa, tono dulce, ojos grandes de muñeca. Hay que ganarse al enemigo.

- Bueno, lo que se le cuenta es lo que se sabe. ¿Qué quiere usted saber más?- pregunta peligrosa. Sopeso mis opciones durante una décima de segundo, intentando escoger la menos mala- No tenemos ni idea de cómo va a evolucionar su caso, así que nadie puede darle esa respuesta.

- Doctor, ¿sabe cuál creo yo que es el problema? Soy yo- los ojos del médico se abren un poquito más, demostrando su incredulidad ante lo que acaba de oír-, que los sobrevaloro. Tiendo a pensar que saben tanto, tanto, que tienen todas las respuestas, y claro, supongo que algunos de sus compañeros se sienten abrumados- toma, Fistra, pedazo de zorra, esquívala si puedes-. Me pongo en sus manos y me gusta que me expliquen bien las cosas; supongo que valoro demasiado su profesión...

Visiblemente halagado, el jefe de servicio baja la guardia:

- Bueno, no somos dioses- ya le gustaría a él-, sino personas, y no podemos saberlo todo. ¿Tiene alguna otra pregunta?- aprovecha para resumirme brevemente lo que yo ya sé: hay un indicador de infección que me sube en cada nueva analítica, pero todos los demás continúan perfectos, lo cual les tiene algo despistados y por eso están a la espera de ver qué sucede, la infección no puede confirmarse ni descartarse con los datos de que disponen. Muy bien, esto podría hacerlo mi doctora, pero no le sale del parrús, prefiere hacerme jugar al tangram con la información que me suministra troceada cual menestra verdulera.

- Bueno, doctor, entonces- sonrisa, parpadeo de pestañas abanicantes cual pai-pai tropical, voz calculada (que para eso me tiré años en la radio)-, ¿en cuánto se me tendría que quedar la PCR para que ustedes pudiesen descartar del todo la infección? Para que me manden a mi casa...

- Pues con que se quedase en torno a veinticinco o treinta ya nos serviría...

- De acuerdo, pues para mañana la pienso tener en treinta, doctor- él ríe y yo también.

Objetivo conseguido: hemos toreado al miura y hasta le hemos acariciado un poquito la testuz. El jefe de servicio se despide con amabilidad y se marcha y yo me quedo en la habitación tan satisfecha como si me hubiese acabado de hacer un circuito spa completo con peluquería, manicura, pedicura y orgasmo incluidos.

Lord Muchomacho, que tuvo que dejar la habitación al comienzo de la cumbre porque O. G. se estaba manifestando en contra de la clase médica a pleno pulmón, vuelve y me informa de que el doctor ha salido sonriendo y con aspecto sereno. Yo le explico que le he lijado los callos, es decir, que le he peloteado como una campeona.

Y es que la Fistra podrá ser más vieja y con más experiencia, pero a mí a zorra con estilo no me gana nadie. Que se enteren los ginesaurios del mundo. Lady Vaga es una cabrona con clase, ya sea postrada en la cama o subida a unos tacones que darían envidia a Leti.

martes, 17 de mayo de 2011

Maniobras de Domesticación: breve enumeración

Queridas y queridos, os debía desde hace varios días una entrada detallando las variadas Maniobras de Domesticación que emplean algunos batasblancas en su diario quehacer para mantener a los pacientes en un estado de atontamiento y sumisión cómodo para los profesionales que les atienden.

Definiremos, por tanto, Maniobra de Domesticación (MD), como "aquella técnica, procedimiento o acción encaminada a socavar la autonomía del paciente con el fin de tornarlo en un sujeto sumiso, maleable y no incómodo que no haga preguntas ni cuestione la oportunidad ni el fin de las intervenciones que se lleven a cabo sobre su cuerpo".

De momento, lo dejo así, pero ya os comenté en su día que esta definición es susceptible de ser ampliada, modificada o enmendada por vosotras, ilustres visitantes (permitidme que, por ser mayoría de chicas, emplee el femenino como colectivo).

En este texto, me limitaré a enumerar las principales maniobras (las que yo he conocido, sin perjuicio de que existan otras a las cuales no me he visto expuesta, pues el mundo es vasto y algunos médicos muy bastos) para, en una entrada futura, poner ejemplos concretos vividos por mi excelsa persona durante mi estancia en el Hotel Espe y en otras ocasiones (aclaro que siempre en relación con los temas de embarazo y crianza, pues en otros ámbitos he dado con profesionales serios que me han permitido preguntar, indagar y salir tranquila de la consulta sin sentirme como si mi cuerpo fuese una bomba de relojería).

Así que, señoras y señores, remanguémonos las camisas de seda natural y manos a la obra (sólo los dedos, en realidad, y las neuronas, que estoy en reposo). Maniobras de Domesticación:
  1. Racionar la información, o directamente, ocultarla al paciente y sus familiares: esta MD es altamente efectiva, pues consigue sumir al sujeto en un estado de angustia e incertidumbre que prepara su mente para futuras maniobras. Variante: dar diferentes informaciones al paciente y a los familiares, para confundirles e indignarles, dejando así el terreno abonado para lo que vendrá.
  2. Vaticinar consecuencias terribles o que parezcan desmesuradas: si el paciente no es consciente de su gravedad real, o percibe un gran desfase entre su propia sensación física y el desastre que se le predice, se incrementa su ansiedad y comienza el proceso de destrucción de su autoestima.
  3. Especular sobre el estado mental del paciente delante de él ("es que esta señora está histérica"): se insinúa, o se afirma claramente, que la reacción del paciente ante la hecatombe que, según el médico, se avecina, es excesiva y propia de personas con escaso equilibrio mental. Una vez más, el objetivo es que el paciente y sus familiares confíen cada vez menos en su propio criterio y decisiones y se pongan en manos de los médicos sin preguntar.
  4. Hablar del paciente como si él no estuviera (pero está):  reafirma en el paciente la idea de que las decisiones no dependen de él, pues se espera que actúe como una mera pieza en un engranaje, un objeto sobre la mesa en el cual otros actúan e intervienen.
  5. Reforzar la autoridad médica en detrimento de la autonomía del paciente: se consigue mediante frases ("somos los que sabemos", "usted no es médico"), actitudes (entrar sin presentarse o sin llamar a la puerta, ignorar una pregunta, salir sin dar opción a preguntar o sin despedirse) y actos (prescribir una medicación o programar pruebas sin informar al paciente previamente).
  6. Manipular el cuerpo del paciente sin su consentimiento: por ejemplo, colocando en las vías medicación sin indicar qué es o haciendo un tacto vaginal sin avisar (o, habiendo avisado, "aprovechar" para despegar las membranas, romper la bolsa...). Esta maniobra supone la culminación de las anteriores, que, si se han ejecutado metódica y correctamente, habrán convertido al paciente en un pelele dócil. Representa el éxito total en el proceso de despersonalización del sujeto, el cual, cosificado y mentalmente agotado, no pondrá objeciones ni dificultades a sus cuidadores.
Como podéis ver, este pequeño catálogo de "putaditas" que no me he inventado (no me da la imaginación para tanto, ya me gustaría) es utilizado (espero que inconscientemente) por algunos "profesionales" (entrecomillo porque creo que los médicos serios de verdad valoran que un paciente se interese por el tratamiento, la posible evolución y las secuelas presumibles de su proceso) para mantenernos en un estado de atontamiento que nos haga más cómodos de manejar, pues hay mucha gente que atender, poco tiempo y esta tarde hay que ver el fútbol/ir de compras/mirar el vídeo del mono que se depila a la cera en Youtube.

Consecuencias sobre el paciente (no necesariamente en orden cronológico):
  1. Descenso de la confianza en sí mismo: "no me entero de nada".
  2. Dudas sobre el propio cuerpo: "yo me encuentro bien, pero si me hacen tantas pruebas, será que estoy peor de lo que creo". Importan más los valores de una analítica que la percepción propia sobre la salud.
  3. Pérdida de interés en el proceso: "para qué preguntar si no me van a contar nada y no me voy a enterar". El paciente comienza a sentirse menor de edad. Desconecta de su propio cuerpo.
  4. Sobrevaloración de los médicos: "ellos son los que saben, tanto que ni me entero si pregunto".
  5. Sumisión: "pues nada, aquí estaré hasta que ellos quieran y que hagan lo que tengan que hacer". El paciente renuncia, "voluntariamente", a su autonomía y capacidad de decisión, que cede a los médicos.
Si no os suena de nada esto que cuento, ¡enhorabuena! Pero si reconocéis alguna de estas prácticas, habéis dado con un cachocarne vestido de blanco al menos una vez en vuestra vida, que de todo hay por ahí.

Ahora, queridas y queridos, permitiréis que me despida, pues es la hora de comer y mis tripitas empiezan a rugir cual león de la Metro, no sin antes enviar un cariñoso saludo a todos los buenos profesionales sanitarios que nos permiten preguntar, dudar, reaccionar humanamente ante ciertos anuncios poco halagüeños y sentirnos tratados como personas y no como números durante nuestra enfermedad. A todos ellos, gracias.

Lady Vaga.

martes, 3 de mayo de 2011

Más sabe la Fistra por viejuna que por Fistra... (Punto para la doctora Fistra)

Queridas y queridos, la doctora Fistra y yo empezamos con mal pie (ella no quería explicar, yo quería preguntar) y no fuimos lo bastante empáticas, asertivas, proactivas y todas esas cosas que dicen los manuales de autoayuda como para arreglar lo nuestro, así que sus visitas a mi habitación eran tan rápidas como si la poseyesen Ayrton Senna y Emerson Fittipaldi a la vez, lo cual me dejaba mustia y preocupada cual geranio desatendido por su abuelita propietaria.

Lord Muchomacho, que suele tener la cabeza varios grados más fría que yo, sostiene la teoría de que la amable galena esperaba a que él no estuviese en la habitación para hacerme la visita a solas y no dar grandes explicaciones, aprovechando mi vulnerabilidad. No es el único defensor de esta idea entre mis amigos, pero no creo que yo tenga muchas más conversaciones con la doctora en lo sucesivo como para preguntárselo en un clima de franca camaradería y, la verdad, tampoco sé si me apetece.

El caso es que el segundo día ella estaba bastante enfadada conmigo por "chivarme" a una enfermera de que no me había querido explicar nada hasta que yo le pregunté (Maniobra de Domesticación número 1, MD1 en lo sucesivo), pero en un arrebato del que luego se arrepintió, sugirió a Lord Muchomacho que apuntásemos todas nuestras preguntas y cuitas en una hoja y luego, durante la visita diaria (que fue visita de achantamiento a la Vaga, con amenaza de sepsis que me iba a dejar tiesa en unas horas incluida, MD2), nos las respondería con gusto. Pues bien, así lo hicimos y jamás nos dio ocasión, pues la visita aquel día fue tan rápida como la anterior, unos cuarenta segundos en total según mi cronómetro mental.

Creo que fue al día siguiente (las neblinas del olvido comienzan a cubrir esos días infames y todos iguales, por suerte, lo cual significa que mi vida se vuelve a llenar con las quisicosas cotidianas que en estos instantes me parecen todas maravillosas) cuando la doctora ordenó que me bajasen a Urgencias en la cama (en la cama iba yo, no es que el área en cuestión se ocupase de urgencias acaecidas en el lecho) para una ecografía que ella misma me haría. También mencionó que aprovecharía para hacerme allí la visita.

- Cariño- le dije a Lord Muchomacho, muy contenta-, hoy la doctora no tiene escapatoria, puesto que quien baja soy yo, así que no puede echarme del box y tendrá que responder a todas nuestras preguntas, trinca la hoja que allá vamos...

Y así fue, dejamos a O. G. con la adorable Verónica y acompañamos al celador por el laberinto de pasillos del cual yo sólo veía pasar las luces, como si de un episodio de House se tratase. Como la doctora no especificó si, al ser nosotros quienes nos desplazábamos a sus feudos, habría sido de buen gusto llevar unos pastelitos o algún otro manjar para degustar con un café, me limité a llevarme a mí misma (o mejor dicho, ser llevada) convenientemente aseada y sonriente. El simpático celador aprovechó el camino para confirmar nuestras sospechas: era de cultura general que la doctora Fistra hace honor a su nombre y no es especialmente conocida por su capacidad de ponerse en la piel de la paciente y de informar con veracidad (supongo que por eso no se dedicó al periodismo), le gusta más jugar a asustar a la incauta que, postrada en la cama, acaba llorando con la primera enfermera que tiene la ocurrencia de entrar a preguntar qué tal.

Llegamos a nuestro destino; había otras mujeres allí sentadas, cada una con su propia historia que contar, la cabeza llena de preocupaciones y el corazón acelerado, pero al verme llegar en la cama con mi real séquito se distrajeron de sus problemas y se quedaron mirándome con curiosidad. Me alegré de ir tapadita y de que Lord Muchomacho estuviese junto a mí, ya os dije hace unas entradas que soy bastante tímida, aunque no lo parezca, y si llamo la atención me gusta que sea por ir divinamente arreglada y subida a unos preciosos tacones.

La doctora Fistra, avisada por el celador de mi excelsa presencia, salió a la puerta del box a recibirme. Yo me las prometía muy felices, era mi día, me iba a explicar todo bien y por fin sabría a qué atenerme y si debía prepararme para lo peor o podía albergar aún alguna esperanza para mi Minimacho. Pero, ¡ay, queridas y queridos!, subestimaba yo en mi inocencia la zorruna astucia de mi oponente, pues le dijo al celador:

- No se vaya usted, páseme la cama y me espera fuera, que esta señora termina enseguida y se la lleva usted de vuelta a la habitación.

Y dicho y hecho, el celador me introdujo con cama y todo en el box y la doctora comenzó la visita con la pregunta de todos los días:

- ¿Sigue perdiendo líquido?- pregunta que a vosotros os parecerá oportuna y acertada, pero que yo encontraba cansina y como de no leerse los reportes, pues todos los días informaba a las enfermeras de que no había vuelto a perder desde la noche en que ingresé; por tanto, más conveniente habría sido preguntar "¿has vuelto a perder líquido?", pero, claro, quizá la preocupación por la exactitud en el lenguaje no es uno de los rasgos que la doctora Fistra y yo tenemos en común (tampoco lo son el atractivo físico, desmesurado en mi caso y rayano en el cero en el suyo, ni la capacidad de apearnos de la burra, inexistente en mi ilustre doctorcita).

- No, no he vuelto a perder desde la noche en que ingresé- si estáis hartos de oírlo, imaginaos yo de repetirlo.

Y entonces, ella hizo su Maniobra de Domesticación número 3 (MD3): aprovechando que yo estaba a barriga descubierta, ya preparada para la ecografía, agarró la cinturilla de mis bragas sin darme tiempo a terminar la frase y tiró de ellas hacia abajo, como para comprobar por sí misma si yo decía la verdad o no. Sorprendida y humillada, sólo acerté a ponerme rígida y llevar las manos hacia la zona en un intento inconsciente de detener aquella exploración que mi cerebro identificaba con una agresión, por lo inesperada.

- Bueno, pues vamos a hacer la ecografía. Líquido bien, feto vivo...

Y sin más, me informó de que se me haría una nueva analítica al día siguiente, que seguiríamos con antibióticos por vía intravenosa y que ya me contaría la enfermera y salió ella misma a avisar al celador, no fuese a ser que yo le preguntase algo por sorpresa. No me dio tiempo ni a comentarle que me dolía bastante la garganta, cosa que me echó en cara una semana después... Pero eso es otra historia.

 Conclusiones:
  1. Mi hoja de papel, llena de preguntas redactadas con la pulcra caligrafía de mi amado y amante Lord Muchomacho, murió virgen, pues no hay respuestas a tales preguntas.
  2. Yo me quedé con tres palmos de narices y me pasé el camino de vuelta maldiciendo, mental y verbalmente, a la doctora Fistra, a sus ancestros y a todas las ramas de su árbol genealógico. Lord Muchomacho, más prudente, sólo dijo "qué tía más gilipollas", comentario que fue jaleado por el celador con carcajadas y gestos de aprobación.
  3. La doctora Fistra demostró fehacientemente que, si no le da la gana hacer algo, pues no lo hace, aunque entre dentro de lo esperable por parte de sus pacientes, y que tiene recursos para ello, pues es una persona inteligente y sagaz.
  4. Yo aprendí que de donde no hay, no se puede sacar y me dediqué a continuar con mi táctica de acribillar a preguntas a las sufridas enfermeras, que a estas alturas se rifaban a quién le tocaba entrar a mi habitación a explicarme todo (por supuesto, venía la que perdía).
Así que allí seguí, sin saber qué sucedería (ella tampoco lo sabía, según me informó posteriormente el jefe de servicio, pero no quería admitirlo) ni qué probabilidades había de que mi Minimacho (en aquel entonces, simplemente Baby Garbancito) consiguiese esquivar la inminente infección y agarrarse al cordón como si fuese Indiana Jones en el puente en aquella escena de I. J. y el Templo Maldito. Y sólo me quedaba esperar, resignarme, hacer de incubadora horizontal y espantar los sueños horribles que me visitaban cuando conseguía cerrar los ojos.
    P.D.: Prometo escribir una entrada sobre las Maniobras de Domesticación que me aplicaron durante mi estancia en Hotel Espe y que fueron variadas y divertidas en su conjunto. Por supuesto, podéis aportar las que conozcáis, siempre y cuando se correspondan con la definición que consensuaremos aquí mismo.
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