Advertencia: si eres uno de esos fumadores que practica su hábito en zonas prohibidas mientras pide tolerancia a los que nos drogamos con otras cosas/nada, no leas esta entrada; puedes ofenderte y yo no pienso desagraviar a nadie por ser una mujer sana, inteligente y mona.
Queridas y queridos, hoy he dejado brevemente mi forzoso retiro espiritual para acudir al hospital a que me sacaran sangre (creo que, después de diez analíticas en quince días, comenzaba a sentir el síndrome de abstinencia, con toda esta sangre circulándome por los brazos y sin que nadie la drenase, ufff). Por suerte, la ducha enfermera ha acertado a la primera y la extracción ha transcurrido sin incidentes (lo cual es asaz inusual, porque Lady Vaga, como buena aristócrata, es de venas finas y sangre tirando a malva, que el azul está pasadísimo de moda, así que casi siempre salgo del box con unos hematomas que cualquier emo envidiaría).
Al salir, sin embargo, hemos topado con la falta de clase y de glamour de los visitantes del hospital, que acuciados sin duda por la tensión, no consiguen separarse unos metros del recinto para encender sus cigarros y, ¡oh, incivismo!, encima arrojan las colillas al suelo (no me pidáis que no generalice, el 99% lo hace así y Lady Vaga no está aquí para dar clases de estadística a nadie).
Nos dirigíamos al aparcamiento de pago mi hombre, Lord Muchomacho (no me pidáis que ponga una foto, o las féminas sentiréis palpitaciones y los varones una gran confusión acerca de vuestra identidad sexual, tal es el atractivo de mi compañero) y nuestro pequeño hijo, a quien llamaremos O. G. para salvaguardar su intimidad; ya tendrá edad para llenarse el féisbuc de fotos luciendo cacha y cosas por el estilo.
El caso (ay, divago, Lady-vago) es que delante de nosotros caminaba un mocetón acurrucando el cigarrillo en la palma de su mano, ahumándonos sin consideración alguna por mi estado o por la presencia de un bebé, pero como estábamos al aire libre, nos dijimos "bueno, no se habrá acordado de que ahora no se puede fumar tan cerca de un hospital" y continuamos caminando tras él (dado que yo no puedo ir más rápido últimamente).
Entramos en el aparcamiento; nos recibe tremendo cartel de "Prohibido fumar", pero el joven adicto lo ignora. Ahí no consigo sujetar mi "sin hueso" y comento "pero bueno, fuera vale, pero aquí está evidentemente prohibido". Infructuoso.
En el cajero automático, guardamos cola tras él con gran paciencia, ahumándonos cual salmón noruego de primerísima calidad, pero entonces el salvaje hace el último gesto cabreante que podíamos tolerar: exhala la última calada y tira la colilla al suelo con displicencia.
- Ah, bien, me trago sus humos en prohibido y encima ahora tengo que pagar de mis impuestos a alguien que limpie sus residuos... - digo yo, incapaz de contenerme.
El sujeto me mira con incredulidad; yo le ignoro desprendiendo clase por los cuatro costados. Veo con el rabillo de mi ojo exquisitamente maquillado que se agacha a recoger la colilla y me espeta, con un tono chulesco que yo, of course, no podría repetir:
- ¿Ya está contenta, señora?
- Sí- aunque no es verdad, hijo mío, ¡que me has hecho tragar tu asqueroso tabaco todo el camino y también dentro del aparcamiento!
- Es que aquí está prohibido y junto al hospital también... Encima de saltarse la ley, se enfada- le espeta Lord Muchomacho. Dada la evidente diferencia de envergadura y poder físico, el energúmeno se la envaina y se marcha despotricando.
Total, que mi Lord, O. G. y yo nos fuimos a una terraza de la Casa de Campo a continuar con mi reposo (pies en alto, melena al viento, síntesis de la vitamina D en proceso...) y a disfrutar de la buena mañana que nos ha ofrecido Madrid hoy.
Eres la leche, me mondo con todo lo que escribes. Sigue así, y acabarás teniendo adictos a tus escritos. Besitos guapa.
ResponderEliminarMaisi, querida mía, me alegro de que te diviertan mis horizontales aventuras. Espero que tú seas una de esas adictas. Muchos besos para ti.
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